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13 de noviembre: terror en París

Al principio es la confusión, el ruido ensordecedor, el olor a pólvora, a metal. A los pocos días, la gente regresa a los cafés, a las plazas, a los estadios, porque al final ese es el mejor golpe hacia los terroristas: mostrarles que a pesar del dolor, no nos han quitado las calles ni la vida. La ciudad sigue siendo nuestra
21 de Agosto 2018
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El historiador israelí Yuval Noah Harari define el terrorismo como una prueba de absoluta debilidad: los terroristas no atacan centros de poder porque saben que no tienen la fuerza necesaria para hacerlo sin ser aplastados, por ello eligen lugares públicos, llenos de civiles, porque su meta, claro está, es infundir miedo.

No obstante los análisis sociopolíticos sobre los orígenes del terrorismo actual, resulta imposible entender las razones o, si acaso, el proceso mental que lleva a un puñado de hombres a entrar a un bar, o un teatro, y disparar a mansalva contra seres humanos desarmados, sin entrenamiento y cuyo único pecado fue salir a divertirse un viernes en la noche.

Tal vez por esto, en su más reciente documental, 13 de noviembre: terror en París, los hermanos Jules y Gédéon Naudet (ambos con trabajos previos sobre los ataques en Nueva York del 9/11) no dedican ni un segundo a mostrar a los terroristas que atacaron París aquel fatídico viernes 13 de 2015; ni una sola foto, ni la mención de sus nombres y mucho menos los motivos (si es que puede haberlos) por los cuales masacraron a más de 150 personas.

En cambio, los directores enfocan sus cámaras en los sobrevivientes con el fin de que sean ellos, con nombres y apellidos, los que rindan el testimonio de su horrible experiencia en aquella noche fatal. Han pasado ya tres años, pero como ellos mismos reconocen, “esto no se supera, te marca para siempre”.

Con una estructura convencional de entrevistas a cuadro y con algunas secuencias de video tomadas aquella noche, los testigos de los ataques narran de manera intercalada su versión de los hechos, mismos que iniciaron a las 21:20 p.m. en un pequeño café a las afueras del estadio de futbol donde las selecciones de Francia y Alemania disputaban un partido amistoso.

Al principio es la confusión, el ruido ensordecedor, el olor a pólvora, a metal. El estruendo llega al estadio y hasta los oídos del presidente François Hollande quien seguía el partido desde el balcón presidencial, y quien también da su testimonio sobre cómo varias instancias del gobierno comienzan a operar desde la primera detonación. Jefes de policía, la alcaldesa de la ciudad de París, bomberos y soldados comparten la experiencia de vivir aquello para lo que fueron entrenados, aunque esperaban nunca tener que ponerlo en práctica.

Los testimonios son muy parecidos entre sí: confusión, tirarse al suelo, proteger a la novia, esposa, amiga que los acompañaba. Oler las balas, ver los ríos de sangre correr entre cadáveres, sentir el miedo que paraliza, que da fuerzas, que te hace huir. También están el coraje y la impotencia; los teléfonos celulares que sonaban una y otra vez en el piso, entre los cuerpos, entre la sangre, y en cuyas pantallas se leía: “Papá”, “Mamá”. Lo que antes era un bar o un café, se convierte en minutos en una dantesca escena de horror. Lo que antes era la calle se convierte en una morgue y en sala de emergencias.

Sin música de fondo y sin mayores trucos de edición, los testimonios resultan absolutamente desgarradores, y aunque los directores jamás se permiten mostrar a las víctimas mientras estas lloran, en sus ojos se ve la angustia de la memoria. Fueron un total de cuatro restaurantes atacados además del Bataclán, foro donde se ofrecía un concierto de rock y que los terroristas usaron para atrincherarse previa masacre de cientos de asistentes.

El título original del documental es Fluctuat nec mergitur, frase en latín que significa ‘Tocada, pero no hundida’, que es el lema de la ciudad de París. La frase es también en alma de este documental; por que no basta recordarlo, hay que también contarlo.

Al día siguiente, París estaba desierta y gris; sin embargo, a los pocos días la gente regresó a los cafés, a las plazas, a los estadios, incluso a aquellos lugares que se habrían bañado en sangre. Porque al final ese es el mejor golpe hacia los terroristas: mostrarles que a pesar del dolor y de los muertos, no nos han quitado las calles ni la vida. La ciudad sigue siendo nuestra y, como dicen los franceses: el amor siempre triunfará.

Dirección, guion y producción: Jules y Gédéon Naudet. Francia, 2018. Edición: Fabrice Roaoud. Fotografía: Isabelle Razavet, Cyril Bron.

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