Periodismo imprescindible Viernes 19 de Abril 2024

Aquí sigo

Una estimulante visión en torno a la vejez 
es la que presenta Lorenzo Hagerman 
en su más reciente documental que permite mirar con otros ojos a quienes han 
vivido más de 90 años
21 de Agosto 2017
Especial1
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“Todos los viejos llevan en los ojos un niño, y los niños a veces nos observan como ancianos profundos.”

En su poema “Oda a la edad”, Pablo Neruda se cuestionaba lo inútil de medir la edad por años, kilómetros o números. En todo caso, decía el poeta, debería medirse en acciones de bondad, pureza, fuerza, amor, cólera o ternura.

Hay mucho de esa visión sobre la vejez en el más reciente documental del mexicano Lorenzo Hagerman. Reportero de guerra en la ex Yugoslavia, el ahora cineasta tiene una sólida carrera como cinefotógrafo (trabajos notables en cintas como Heli, Which Way Home y Hecho en México) y como documentalista (0.56 % Qué le pasó a México, El patio de mi casa). Usualmente cercano a los temas sociales y políticos, Hagerman decide esta vez alejarse de ese tono y esos temas para crear un documental sobre la tercera edad: cómo se asume y cómo se vive en diferentes partes del mundo.

La idea no parece atractiva en primera instancia. Hagerman se arriesga no sólo a hablar sobre un tema que –desde la arrogancia de la juventud– a pocos interesa o del que de plano nadie quiere hablar. Pero conforme se van sucediendo las muchísimas historias de los personajes que son entrevistados en este documental, el humor y cierta ternura surgen de un relato que resulta inevitablemente entrañable.

En Aquí sigo (México, 2016), el documentalista se da a la tarea de buscar a personas con más de 90 años de edad para saber de viva voz la experiencia de llevar una vida tan longeva. Los relatos se apilan poco a poco con entrevistas a personas de la tercera edad que viven en ciudades y países tan distintos como Italia, Japón, España, Canadá, Costa Rica y más.

A Hagerman no le interesa el tremendismo. A pesar de que su documental habla sobre personas ya mayores, no le interesa mostrar historias de enfermedad o muerte, al contrario, le interesa que todo este conjunto de personajes nos hablen de la vida, del amor, de sus parejas, de cómo se enamoraron, de sus primeros trabajos, de la sobrevivencia en la pobreza y en la abundancia, de la suerte o el infortunio de sus familias, de la lucha por seguir adelante.

“Todos los viejos llevan en los ojos a un niño”, y a veces Hagerman lo retrata, por ejemplo, en la sonrisa de aquel viejo que vive en Peña de Bernal y que con una sonrisota cuenta cómo conquistó a su esposa (y a muchas otras) –“no te hagas, ya te andaba por quererme”, le dice a su tímida mujer–. O aquella viejecita de 90 que baila al ritmo de la música de la armónica tocada por su esposo 20 años menor que ella. O aquel viejecillo en Barcelona que se sienta en la banca del parque con el propósito de ver a las muchachas. Porque será un nonagenario, pero la vista y la imaginación aún no envejecen.

Uno de los descubrimientos del documental es el apego enorme que todos estos viejecitos tienen por la música. Al pasar los años, la música parece ser su mejor forma de divertirse y comunicarse, ya sea la armónica con la que aquel canadiense entretiene a su mujer, ya sea el canto de la anciana que vive en un paraje idílico de Okinawa y que a la menor provocación se pone a cantar, o el hombre que hace apenas 20 años empezó a estudiar piano para así poder tocarle a su esposa, enferma de algún padecimiento que la tiene inmóvil en la cama.

Con un ritmo que va in crescendo, Haggerman no sólo consigue que no perdamos atención a su crónica desde la vejez por aquellos que la viven, sino que además nos hace reflexionar sobre nuestra propia vida y nuestras decisiones. Nos hace pensar que el mundo probablemente sea menos complejo de lo que pensamos y más disfrutable de lo que nos lo permitimos.

¿Y cuál es el secreto? Hagerman le pide a todos ellos que nos compartan la fórmula mágica de la vejez, y sin empacho responden: “bailar, disfrutar, ser buenas personas, disfrutar el presente, cuidarse”. No hay más. 

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