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Dunkirk

Christopher Nolan utiliza una cámara de formato amplio, celuloide, música y edición, las herramientas básicas que pueden rescatar los edificios con butacas y una enorme pantalla blanca llamados cines
07 de Agosto 2017
Foto: Especial
Foto: Especial

POR ALEJANDRO ALEMÁN

E n una reciente entrevista, el director Christopher Nolan declaró que Netflix no era más que “una moda, una tormenta en una taza de té”, para cerrar con un enfático “a nadie le importa Netflix”. Según Nolan –quien durante años ha librado una larga batalla en pro del uso del celuloide–, Netflix jamás tendrá la capacidad de crear las emociones que se provocan en una sala de cine, con una gran pantalla y en experiencia colectiva.

Después de ver Dunkirk, la más reciente cinta del director británico, uno no puede sino darle la razón.

Este filme es, indudablemente, una experiencia como hace mucho no vivíamos en una sala de cine. Es el regreso al cine evento, al cine que pide el compromiso (cada vez más raro hoy día) de desconectarse dos horas del celular, de poner atención, y que a cambio ofrece una serie de sensaciones que son imposibles de replicar con otro medio.

El viaje es abrumador, emocionante e inmersivo. Literal, te aferras a la butaca ante el vértigo que provocan las imágenes y la tensión que genera el score (machacante, sin duda, pero efectivo) de Hans Zimmer. Y en efecto, esta película se tiene que ver en IMAX, sólo así se puede vivir la experiencia completa.

Lo hermoso del asunto es que a pesar de ser esto una montaña rusa, Nolan en realidad no recurre a trucos bajo la manga: no usa 3D, prácticamente no hay tomas en computadora (si acaso las hay, no se notan), ni tampoco utiliza video digital para filmar. Nolan es de los pocos directores que hoy día se niegan a filmar con medios digitales, lo suyo todavía es el viejo celuloide, la cinta física que, sin importar las resoluciones de las cámaras digitales más avanzadas, el registro de color y textura que se consigue por los medios tradicionales, sigue siendo inmejorable. Lo único que utiliza Nolan a fin de lograr este efecto inmersivo son las herramientas básicas de la cinematografía: una cámara de formato amplio (IMAX 70 mm), celuloide, música, edición. Nada más.

La experiencia de Dunkirk es irrepetible. Nolan tiene razón. Netflix jamás podrá hacer algo ni remotamente parecido con las pequeñas televisiones de nuestras casas. Mucho menos con la diminuta pantalla de un celular.

Pero si hacemos a un lado la experiencia, el resto es un poco famélico. No hay realmente una historia en esta cinta, la historia es la Historia. Esto es casi un libro de texto, una recreación de un momento importantísimo en la Segunda Guerra Mundial. Tal y como lo hizo con Batman, Nolan hace de nueva cuenta un comentario sobre el heroísmo, aunque, en este caso, en los tiempos de guerra. El héroe en Dunkirk es la colectividad. El héroe es el que sobrevive, no necesariamente el que derrota al enemigo.

Tal vez por ello, Nolan no recurre a personajes sino a viñetas intercambiables. Poco le importa contar las historias individuales, le interesa la crisis global.

Esto le resta mérito a la película. Más que contar una historia, Nolan parece obsesionado con hacer un statement sobre las posibilidades del cine. Está más interesado en hacernos entender que el viejo cine, aquel antiguo edificio con butacas y una enorme pantalla blanca, está muy lejos de morir, que no le hacen ni cosquillas las descargas digitales ni los streamings, que sus teléfonos y su tecnología no podrán matarlo. Nolan quiere que vayamos al cine otra vez, y claro, lo logra. Sin embargo, después de bajarnos de la montaña rusa, ¿qué queda?

¿Es la mejor película de su carrera? Es muy pronto para decirlo. Dunkirk tiene emoción de sobra, un par de escenas memorables y un final estremecedor, pero nos queda la duda sobre si estaremos hablando por años sobre esto, como lo hemos venido haciendo con Inception, Batman o Memento.

En todo caso el debate es irrelevante, sería tonto perder la experiencia y no verla en el cine (preferentemente en IMAX). Se trata de un evento que como tal marcará generaciones. Probablemente no hablemos de la trama, no obstante, seguro le contaremos a nuestros nietos: yo fui a ver Dunkirk en esos viejos edificios que se llamaban cines.

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