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Odiseas del espacio

En 1968, Stanley Kubrick reveló al mundo 2001: A Space Odyssey, una película que anunciaba un futuro espacial, adelantando muchos inventos que ahora son cotidianos
08 de Abril 2018
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POR KATTYA GUTHER

Es nuestro planeta. No hay construcciones humanas pero es nuestro hogar, reconocemos el cielo azul y también reconocemos a nuestros antecesores que habitan pacíficamente una tierra árida. Aparece un objeto extraño: un monolito, un prisma rectangular sólido y enorme que atrae la curiosidad de los primates y que una vez que lo tocan, no hay vuelta atrás, algo cambió. Ahora se alimentan de otros animales y defienden su territorio con violencia. Se comete el primer asesinato en esta historia que pretende ser el reflejo de la historia de la humanidad. El arma homicida es un hueso que sale volando por los aires en la euforia del acto cometido. El hueso gira y se convierte en una nave espacial… Sí, hablo de la elipsis magistralmente lograda en 2001: A Space Odyssey. Ese instante cambió mi forma de entender el cine, la narrativa y a la humanidad.

Cada que veo esta escena tengo una sensación de vacío e impresión; el vacío al eliminar miles de años de historia (nuestra historia) que resultan innecesarios para explicar que la raza humana después de conquistar su territorio, buscó conquistar el territorio del otro, hasta llegar a la idea de que un sólo planeta no le es suficiente. La impresión de que ese hueso-nave es una profecía de nuestra constante insatisfacción, y también el propulsor que nos motiva a avanzar como especie.

Los motores que impulsan los avances científicos todavía se alimentan de la visionaria imaginación humana. Un gran ejemplo es 2001: A Space Odyssey, película que anunció un futuro espacial, adelantando muchos inventos que ahora son realidades y mostrando escenarios que hoy resultan cotidianos. La obra maestra de Stanley Kubrick se estrenó el 3 de abril de 1968; un año tres meses 18 días después, Neil Armstrong deja huella en la historia de la humanidad al convertirse en el primer hombre en pisar la Luna. Sí, la ciencia ficción nos transportó a la Luna antes que la ciencia.

La fascinación por el espacio exterior ha cautivado a todo aquel que ha encontrado inspiración en el espectáculo estelar. Gracias a la facultad humana para representar mentalmente sucesos e imágenes de cosas que no existen, pudimos viajar a la Luna antes de que la tecnología lo hiciera posible. Fue la imaginación la primera nave espacial que nos permitió ir a la Luna sin contar con los recursos tecnológicos que hasta muchos años después permitieran corroborar qué tan acertados o equivocados estábamos con nuestra idea de futuro.

Todo comenzó con una idea, y esas ideas se convirtieron en relatos, luego en libros; y con la invención del cine, se pudo realizar de maneras más tangibles esa aspiración tan humana de conocer lo que hay después del cielo estrellado.

Anaxágoras (500 a.C.-428 a.C.) se atrevió a decir que la Luna y el Sol no eran entes divinos, como creían sus contemporáneos; afirmaba que eran cuerpos sólidos con elementos en común con nuestro planeta. El filósofo presocrático hizo posible el paso siguiente: si la Luna se parecía a la Tierra, sería posible visitarla. Estas hipótesis lo condenaron al exilio, y a la humanidad a considerar otras posibilidades.

En tiempos romanos, Plutarco (46-120 d.C.) escribe De facie in orbe Lunae, la historia de un pueblo que conoce un camino hacia la Luna. Poco tiempo después Luciano de Samosata (125-181 d.C.) relata un viaje a la Luna en donde se encuentra con habitantes selenitas. Luciano advierte al lector que su escrito, llamado Historia verdadera, es fantasía. Un antecedente importante para la ciencia ficción.

La religión cristiana negaba la posibilidad de otros mundos, y fue hasta el siglo XVI con la revolución astronómica y la invención del telescopio que Johannes Kepler (1571-1630) escribió Somnium, donde el astrónomo imagina un viaje a la Luna.

Dos siglos después, Julio Verne, en su novela De la tierra a la Luna describe el viaje y habla de un gigantesco cañón necesario para cumplir la travesía. Un cañón como el que aterriza en el ojo de una Luna malhumorada en la película Le Voyage dans la Lune (Viaje a la Luna del cineasta Georges Méliès (1861-1938). Esta emblemática escena es reconocida por todo cinéfilo. El genio francés realizó la primera película de ciencia ficción de la historia del cine.

Desde entonces, el séptimo arte es una ventana que nos ha mostrado cientos de paisajes estelares y la obsesión del hombre por explorar al infinito y más allá.

Y si de obsesiones se trata, hagamos una elipsis de 66 años, desde Viaje a la Luna que se estrenó en 1902 hasta 1968, con el propósito de llegar a: Stanley Kubrick, que al igual que Méliès, revolucionó tanto las técnicas narrativas como las de producción para marcar un antes y un después en la historia del cine con 2001: A Space Odyssey.

Stanley Kubrick, el genio cinematográfico más obsesivo, deseaba crear una película de ciencia ficción buena, definitiva. Con esta premisa escribe una carta a Arthur C. Clarke, premiado escritor de ciencia ficción. En la carta expone su interés por abordar las razones de creer en la existencia de vida extraterrestre inteligente y el impacto que esto tendría en nuestro planeta en un futuro inmediato.

Después de cuatro años de trabajo, muchos inventos, crisis nerviosas de muchos colaboradores, más de diez millones de dólares (una superproducción muy costosa para la industria del momento) y la asesoría del astrónomo Carl Sagan llega a las pantallas la película que mostró un futuro visionario y que en 2018 consideramos  posible.

Desde los monitores de pantalla plana, las videollamadas, los ordenadores portátiles y demás comodidades a bordo del espacio hicieron que la NASA rindiera homenaje a la película reconociendo su impresionante visión y aporte al avance de recursos espaciales. Hay cosas que aún no son realidad, están en camino; como los hoteles en órbita y los viajes turísticos al espacio; se mencionó en el informe de la NASA.

Desde mi no particular punto de vista, cada hazaña de innovación, la profundidad de teorías filosóficas y antropológicas en el guion, la impecable toma de decisiones cinematográficas con sus detalles obsesivamente cuidados, la música magistral y la infinita creatividad ficticia en la visión de futuro de Stanley Kubrick hacen de 2001: A space Odyssey la película de ciencia ficción definitiva.

Vimos orbitar sobre la Tierra la estación espacial habitada por David Bowman y la supercomputadora HAL 9000 primero en la pantalla de cine, y hoy esa imagen la podemos ver en transmisiones en vivo con las tripulaciones permanentes a muchos miles de kilómetros por encima de nuestros más altos rascacielos. (Ojalá ningún astronauta tenga una conversación con su nave del tipo: I´m sorry Dave, I´m afraid I can’t do that).

Con el tiempo y los avances tecnológicos, tanto en la industria espacial como en la cinematográfica, la pantalla grande ha transmitido cientos de versiones del espacio, sus peligros y tentaciones. La pantalla chica no se queda atrás en la transmisión de noticias sobre hallazgos científicos que transforman todas las concepciones previamente establecidas. Tanto la ciencia como el cine muchas veces nos dejan con más preguntas que respuestas.

“¿Y por qué no podemos hacer esto o aquello?”, preguntaba Stanley Kubrick en cada junta con el equipo creativo de Odisea del espacio, “Stanley nunca estaba satisfecho”, mencionó en una entrevista Wally Gentleman, el primer encargado de los efectos especiales de la película ganadora al Oscar en esta categoría. De esas preguntas y de esa insatisfacción se derivó una de las obras cinematográficas más ambiciosas de todos los tiempos.

Las preguntas y la imaginación de cada ser humano –como Anaxágoras, Kepler, Méliès, Clarke, Kubrick– han hecho posible de cierta manera la pregunta más ambiciosa de la humanidad hasta ahora… ¿Y por qué no podemos conquistar Marte y pasar las vacaciones en la Luna?

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