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Realidad con libertad

El mexicano Everardo González recién triunfó en el Festival Internacional de Cine de Berlín con el premio Amnistía Internacional para documentales
03 de Abril 2017
Especial
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POR JAVIER PÉREZ

Las cifras. La aparente calma que se vive que no es más que una sensación de que aquí no pasa nada. El duelo, el dolor, la venganza, la compasión, la delgada línea entre víctima y victimario. En fin, las consecuencias de la guerra contra el narco que parece no terminar. En este documental no hay recreaciones ni imágenes de archivo. No hay disparos ni corretizas; tampoco redadas ni operativos. Hay personas. Una madre que desenterró con sus propias manos a sus hijos. Un policía federal que prefería hacer justicia con propia mano antes que entregar sicarios a los jueces corruptos. Un joven sicario que cuenta cosas con sangre fría. Unas chicas ya sin esperanza de encontrar a su madre secuestrada. Un militar desertor. Todos ellos son los “personajes” de La libertad del diablo, documental de Everardo González que podrá verse el próximo miércoles 5 de abril en Cinépolis Plaza Carso y el jueves 6 en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán como parte de la programación de Ambulante Gira de Documentales 2017.

Al momento de plantear la estética para el filme, la cual requería que todos los entrevistados usaran una máscara color beige como las que ponen a las personas quemadas en recuperación, a Everardo le surgieron dudas éticas. “Estaba haciendo una película que ocultaba los rostros de las víctimas en un país que obligadamente  necesita que sus víctimas tengan nombre y rostro”. Y aunque ninguno de los entrevistados, salvo el militar, le pidió el anonimato, él quería experimentar con esas máscaras como un ejercicio para encontrar pequeñas cotas de verdad. “Siento que el documental tiene un peso que no necesariamente debería tener, el de lo verdadero. Y las máscaras ofrecen posibilidades liberadoras porque la gente, cuando se sabe anónima, trabaja con mucha libertad. Usé las máscaras más bien para revelar sensaciones o para que pudieran entrar en una introspección más compleja”.

Además, sostiene el director que debutara con La canción del pulque en 2003, él quería vincular la máscara al rostro del dolor. “Por eso está inspirada en los rostros quemados o mutilados porque de alguna manera es lo que hermana a todas estas voces: el miedo. La máscara es una representación del miedo, al menos en el discurso que quiero plantear en esta película”.

Para él es importante buscar la catarsis. “Es lo que tiene que mantenerse en una película de este tipo, que no termine cuando se prendan las luces. Siempre pensé que esta máscara era un elemento muy difícil de borrar en la conciencia. De alguna manera me coloco siempre como el primer espectador de las películas.

Y al sentir ese terror por esa máscara, sabía que de alguna manera ese rostro se iba a quedar en el inconsciente de quien la viera. La realidad tiene muchas capas, así que no es mérito mío que la película tenga tantas capas. Se habla de venganza, perdón, compasión, odio y miedo, pero también de las delgadas líneas que hay entre ser una víctima y un victimario, cuestiona mucho las ideas de lo moral de quien la ve”.

Everardo González es uno de los documentalistas más renombrados de México. También de los más comprometidos. En sus películas siempre tiene una postura. El Paso, su documental del año pasado, seguía a dos periodistas mexicanos forzados a vivir en el exilio debido a las amenazas que recibieron. Cuates de Australia, de 2011, lo llevó a una pequeña comunidad que tiene que abandonar su pueblo cada temporada debido a las difíciles condiciones climáticas.

“Yo creo que mi trabajo está muy ligado a la crónica, es muy cercano al periodismo narrativo y me motiva ser una persona que registra y deja testimonio del tiempo que le toca ver o que le toca vivir. Es lo que más me motiva. Y tengo una opinión política de las cosas”.

Sostiene Everardo que su cine, como el arte, es un ejercicio de catarsis. “El arte es un exorcismo social, un generador de conciencias, un gran educador, un generador de identidad, un espejo de la sociedad. Sirve para encontrarnos, para reconocernos, para entendernos y para comunicarnos, pero también para confrontarnos o para provocar furia o rabia. Es un provocador de emociones o conciencias”.

Cuando encuentra un tema, Everardo procura que cumpla con al menos tres elementos básicos: un escenario complejo, una trama narrativa y un gran personaje. “Cuando no lo tengo, como en el caso de La libertad del diablo, que está muy basado en el escenario, lo convierto en un ensayo en donde sí hay personajes pero no hay un desarrollo evolutivo de ellos; hay un desarrollo emotivo de los temas, de los procesos de duelo que están en esta narrativa de la pantalla”.

Pero necesita que quienes aparezcan a cuadro tengan carisma. “Alguien que no tiene buena relación con la cámara, aunque tenga una buena historia, desconecta, porque se gana un espacio como los protagónicos de cualquier película. También me gusta que genere muchas contradicciones, como El Carrizos en Los ladrones viejos, o que genere contradicciones en el espectador: cuando somos empáticos con alguien que delinque, tenemos que cuestionamos. Yo me baso mucho en los géneros dramáticos clásicos. Y en eso me fijo: en si tienen posibilidades de construcción dramática o no; si tienen buena comunicación con la cámara. Si son fotogénicos también a veces, si pueden articular reflexión. Por eso muchos de los que quedaron en La libertad del diablo están, porque todos articulan de una manera muy efectiva el discurso. Pese a que no son gente ilustrada, porque no lo son, tienen una narrativa natural. Y eso los convierte en personajes”.

¿Y cómo evitas ser apologético? –Everardo contesta en un tono confesional y luego de su respuesta suelta una risita contenida–,: “A mí siempre se me ha acusado de ser apologético de lo malo”.   

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