Periodismo imprescindible Martes 19 de Marzo 2024

Sci Fi humanista

Colossal es una comedia oscura donde no importa el poder destructor del monstruo, sino la capacidad de controlar a las bestias internas de cada personaje.
19 de Junio 2017
Especial
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¿Qué pasaría si de repente nuestros demonios internos salieran a deambular por las calles, cual Godzilla enfurecido, y destruyeran todo lo que encuentren a su alrededor?

Esta premisa –francamente suena a una de esas ideas que surgen en la borrachera– es la base para el nuevo filme del español Nacho Vigalondo (el cuarto en su filmografía) llamado Colossal.

Gloria (Anne Hathaway) es un tren en colisión permanente, una vez que empieza a beber simplemente no puede parar. Vive en Nueva York en el departamento de su novio quien, luego de la última borrachera, decide que es suficiente y la corre del lugar.

Destrozada y sin más a dónde ir, Gloria decide regresar a su pueblo natal, a la vieja casona que sus padres abandonaron, pues se encuentran jubilados y de viaje. Ahí, de manera fortuita, se encuentra con Oscar (Jason Sudeikis), un viejo amigo –enamorado de Gloria, aunque no se lo diga de frente– quien le ayuda a amueblar su nueva casa y le ofrece empleo en su bar. Porque claro, qué mejor lugar para que trabaje un alcohólico que un bar.

Lo obvio sucede. La primera noche de trabajo Gloria agarra una fiesta impresionante. De milagro llega a su casa y no se despierta hasta que le llaman por teléfono. En su borrachera se ha perdido la noticia que tiene al mundo entero en vilo: un monstruo, cual Godzilla, ha aterrorizado a la ciudad de Seúl: destroza edificios, aplasta casas y mata gente al por mayor. Como en película de ciencia ficción.

Lo que sigue es el giro que hace de esta historia una pieza absolutamente original. Gloria se percata de que los movimientos del monstruo en Seúl son los de ella misma. De alguna forma, ella controla al monstruo que tiene aterrorizada a una ciudad al otro lado del mundo.

Fiel a su estilo, Nacho Vigalondo no abandona la ciencia ficción, aunque siempre la reviste con un matiz humanista: no importa la bestia que destruye edificios, sino el monstruo que lo controla, nuestros monstruos internos que se materializan y salen a la calle.  Se trata de una comedia oscura y algo tonta que representa el reflejo personal de cómo Vigalondo entiende la vida: absurda y oscura.

El director ha declarado en varias ocasiones que esta historia parte de su propia experiencia de vida. En efecto, es notorio en la dirección de su monstruo (hablo de Hathaway, por supuesto) que sabe muy bien sobre perderse en la fiesta y el alcohol, conoce la crisis de la adultez, la soledad del rompimiento, las malas decisiones de vida, los amores del pasado que regresan y que no hacen más fácil el camino. Vigalondo sabe sobre la mezquindad y el desamor.

Si bien la premisa es tremendamente original, lo cierto es que sin una estrella de por medio es muy probable que nadie hubiera volteado a ver esta cinta. De alguna forma, Vigalondo se hizo de Anne Hathaway, de un presupuesto y de la posibilidad de filmar su primera cinta independiente con estrellas de Hollywood.

Hathaway demuestra una vez más que el glamur de Hollywood no la ha engullido. A pesar del Oscar, de Catwoman y Batman, la actriz sigue en busca de papeles e historias dignas de ser contadas. Aquí repite, incluso con mucha más sutileza, los registros alcanzados en Rachel Getting Married (Demme, 2008) con un giro entre dulce y trágico.

La premisa se construye poco a poco en un ejercicio de guionismo bastante depurado el cual, sin embargo, sufre en el último acto para cerrar y mantener la anécdota. En todo caso, ya para entonces la metáfora ha sido afortunada: dentro de todos nosotros habita un coloso, un monstruo capaz de destruir ciudades, demoler edificios o incluso –ha aquí lo más terrible– arrasar nuestras propias vidas.

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