Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

Un monstruo de mil cabezas

Sonia enfrenta a una burocracia que complica el proceso para que su esposo reciba un tratamiento contra el cáncer
12 de Diciembre 2016
Sonia
Sonia

En Un monstruo de mil cabezas (México, 2015), el uruguayo Rodrigo Plá regresa a los terrenos de su primer filme (La zona, 2007), donde describe a la Ciudad de México como un terreno de combate entre dos animales que se odian mutuamente: la clase media-baja de las colonias populares y populosas frente a la clase acomodada de Santa Fe, Polanco y anexas. Para Rodrigo Plá, las calles de esta ciudad son la arena donde natural e inevitablemente estos dos animales se destruyen cotidianamente y sin misericordia.
En esta nueva cinta, Sonia Bonet (excelente Jana Raluy) vive las peores horas de su vida, su esposo tiene cáncer y cada día la situación empeora. Todo podría mejorar si la compañía de seguros, cuya póliza han pagado puntualmente durante 15 años, aceptara hacerse cargo de un tratamiento nuevo.
Ante la negativa de la compañía, Sonia va con su hijo (Sebastián Aguirre) hasta las oficinas de la aseguradora para hablar personalmente con los médicos, con los ejecutivos, con quien tenga que hablar con tal de que le aprueben el tratamiento a su esposo. No pide nada que no esté especificado en su póliza, no solicita favores; probablemente la negativa a su caso se trata solo de un error, nada que no se pueda arreglar con una plática cara a cara.

Evidentemente, el monstruo de mil cabezas al que alude el título es la tremenda burocracia a la que Sonia se enfrentará: médicos que se le niegan, secretarias que no la atienden y en general una displicencia criminal ante alguien que enfrenta la posibilidad de que un ser querido muera por falta de tratamiento: “es viernes, ¿por qué no mejor regresa el lunes?”.
Poco a poco la situación empeora y Sonia elevará el tono de sus demandas, perseguirá a uno de los doctores hasta su casa, buscará a otros ejecutivos de la empresa en su club privado, irá con todos y por todos con tal de que la escuchen. Sonia, en la interpretación admirable de la actriz Jana Raluy, es una especie de Sarah Connor región 4, donde el “terminator” que la acecha no es un robot asesino sino la corrupción de las empresas de seguros, que también es letal.
Plá confronta nuevamente a dos clases sociales, ya que mientras Sonia escala peldaños en el organigrama de la empresa en búsqueda de respuestas, más alto es el nivel de las casas, de los autos, del club deportivo donde viven estos personajes que proveen seguridad sin tener un pie en la realidad de aquellos a quienes venden seguros.
El thriller urbano de Plá está filmado –como debe ser– con furia, pero también con demasiado cuidado. La cámara de Odei Zabaleta se regodea en decisiones estéticas cuestionables: oculta todo el tiempo a sus personajes, abusa del fuera de foco, pone su cámara muy atrás del objetivo, bloquea la vista con bruma, lluvia o lo que pueda. Es como si solo nos permitiera ver a sus bestias, pero de lejos, no sea que muerdan.
El guion exige demasiados actos de fe: una policía metropolitana entrenada y con tecnología (en cuestión de segundos rastrean una tarjeta de crédito que dará con el paradero de Sonia), varios puntos de seguridad burlados, un arma que revela la premeditación del plan.
Es claro, pues, que por más que Plá quiera retratar “la realidad”, estamos frente a una fantasía, aunque no por ello deja de ser efectiva en su punto: mostrar la desigualdad de una ciudad donde en una cuadra vive la opulencia y dos adelante impera la desesperación de quienes solo piden, demandan, buscan arrebatar, algo de justicia.

 

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