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Un monstruo viene a verme

Las películas dirigidas a niños escapan 
de las viejas fórmulas de Disney. Ahora no temen usar historias oscuras, de muerte, aceptación y redención
23 de Enero 2017
Especial
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U na de las taras que Disney nos ha programado en tantas y tantas décadas de películas infantiles es que el cine dirigido a los niños debe ser un lugar terso, de villanos y héroes, de limpieza moral y justicia sin grietas donde irremediablemente el bien siempre triunfa.

Por fortuna la literatura infantil se ha impuesto no solo sobre Disney (el cual ya a estas alturas también duda de sus viejas fórmulas), sino sobre el cine infantil en general. Cada vez es más común ver historias dirigidas a los niños, que operan sin miedo a mostrar la parte oscura de la vida: relatos de muerte, aceptación y redención.

Cintas como Where the Wild Things Are (2009) o la más reciente Kubo and the Two Strings (2016) son buenos ejemplos de este cine infantil que se permite hablar de temas oscuros, que no huye de los monstruos internos, los cuales se enfrentan a la muerte de los seres más queridos (los padres) y tratan de resolver el camino del dolor que ello implica. Son filmes sobre el terror de volverse adultos antes de tiempo.

Es el caso de Conor (Lewis MacDougall), un niño londinense de 14 años (“demasiado grande como para ser niño, pero demasiado chico como para ser un adulto”) cuya mamá lleva mucho tiempo enferma, con un padecimiento terminal. Los problemas en su casa han hecho de Conor un niño independiente, distraído en clases y apático ante los abusadores que, un día sí y otro también, lo golpean.

La realidad de Conor es tan tétrica como sus sueños. A últimas fechas se le aparece un monstruo, un enorme árbol humanoide, que con tremenda voz profunda (de Liam Neeson) le informa que vendrá a visitarlo tres veces más para contarle tres historias, pero en una cuarta visita será Conor quien tendrá que contarle una historia al él. Bajo circunstancias normales, la visita de este fenómeno sería un hecho fantástico, pero para Conor no podría ser más molesto. Y es que la enfermedad de su madre, la ausencia de su padre y la posibilidad de tener que irse a vivir con su aborrecible abuela (Sigourney Weaver) son problemas mucho más temibles que un engendro que se le aparece en sueños.

Por supuesto, cada relato del monstruo ayudará a que Conor entienda su situación actual y a que enfrente su mayor temor: la muerte de su madre. El director a cargo de la adaptación de este texto al cine (original de Patrick Ness sobre una idea de Siobhan Dowd) es el español J.A. Bayona. Ya con experiencia en la relación niños y monstruos (El Orfanato, 2007), Bayona hace de este filme un mundo que se mueve entre el colorido fantástico de las animaciones en acuarela para los relatos del monstruo, hasta los oscuros sostenidos de la lúgubre realidad de Conor, misma en la que irrumpe el engendro haciendo gala de efectos especiales y en cuyo diseño participó el mexicano Eugenio Caballero (ganador del Óscar por mejor Diseño de Producción en El laberinto del fauno).

Pero si bien la cinta por sí sola es una belleza, lo que la hace relevante es el tema y las actuaciones. Estamos ante una película que le dice a un niño, cuya madre va a morir, no solo que está bien su tristeza, sino que además está bien que quiera ya dejarla ir, cerrar el capítulo e ir a vivir lo que le quede de infancia. Palabras fuertes, pero ciertas, sobre el proceso de luto y sanación ante un evento tan fuerte como la pérdida de los padres. Una idea muy similar a la misma de Amour, del rey del pesimismo, Michael Haneke.

La película funciona en gran medida gracias a la actuación del pequeño Lewis MacDougall quien asume el papel protagónico con gran seriedad en una actuación emotiva y de gran peso. Y su trabajo no es cosa menor dado que la mayor parte del tiempo actuó frente a un monstruo invisible, frente a la nada.

Sin condescendencias, con un guion que no tiene miedo a la oscuridad ni a los silencios (cosa cada vez más rara en el cine actual), A Monsters Calls es una película que se permite explorar la noche para encontrar la luz ante la triste e inevitable muerte. El cine infantil nunca había sido tan oscuro y a la vez tan esperanzador.

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