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Cantos de paz

Solucionar los conflictos y problemas de una sociedad mediante la música puede ser una tarea desafiante. Se debe abrir el corazón y eliminar las fronteras entre nosotros
28 de Enero 2018
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POR SEBASTIÁN SERRANO

“Y o soy ‘Viva México’, yo nací el 15 de septiembre. Los adivinos me dijeron que tenía que tomar el camino del mundo. Cuando tenía 15 años me dijeron que iba a enseñar y tocar mi instrumento fuera de Senegal. Estuve en distintas partes de Europa, recorriendo países. Pero mi destino es aquí”, Me explica Babú Diabaté, al recordar el 2014, durante su primera celebración del grito en el centro de Tlalpan, cuando comprendió que este era el lugar en el que tenía que estar.

Babú es un Griot, músico tradicional de África Occidental que tiene la función de solucionar los problemas de la sociedad mediante la música. “El Griot es como una máquina de coser, se va moviendo entre los trozos rotos y busca cómo unirlos. Es el poder espiritual de su pueblo, visible e invisible. Donde hay diferencias tiene el poder para arreglarlas, para abrir el corazón y eliminar las fronteras entre nosotros. Utilizamos las palabras para reconciliar a las partes, bailamos, cantamos, en todas partes cuidamos de mantener la paz y la armonía. Mediante el diálogo ponemos la mesa para que las personas puedan remediar sus conflictos y eliminar el enojo del corazón”.

Sin embargo, los griots también son los transmisores de la memoria y los valores culturales de su pueblo; deben conservar, rescatar y resaltar su historia y tradiciones. Son como los bardos medievales, poetas que recorren los pueblos con su instrumento. Son como un archivo vivo de lo que sucede en su localidad, así que deben ser muy buenos improvisadores, a fin de que narren las anécdotas llamativas que vean y escuchen. Gran parte de su trabajo consiste en ir a donde suceden los acontecimientos, como nacimientos, bodas, batallas y caserías, en donde homenajean y cantan al protagonista. Conocer y estar presentes en estos eventos también les permite obtener información para cuando requieran intervenir con el propósito de resolver preocupaciones o conflictos.

Esta es una tradición milenaria que nació en el esplendor del fuerte y próspero Imperio de Mali (1235-1546) que controló el comercio a lo largo del Río Níger; era una de las principales fuentes de oro para Europa y de sal para la región que hoy ocupan los países de Malí, Gambia, Guinea, Mauritania y Senegal. Sus gobernantes eran conocidos debido a su generosidad, y siempre estaban acompañados por un Griot que era su voz. Babú me explica que el Griot era el consejero del rey: “Es la persona que cuida la palabra, que sabe cómo hablar y conoce la expresión adecuada siempre, por eso era el encargado de hablar por el rey ante su pueblo. Incluso cuando se comunicaban con otras culturas era el Griot el encargado de llevar el diálogo”.

“Yo desciendo de dos de las principales familias tradiciones de griots: Kouyaté por parte de mi madre y Diabaté de mi padre”. Como dice Babú, el trabajo del Griot es de todos los días y requiere tiempo y dedicación, son varios años de estudio y conocimiento de la cultura en general. Es una tradición que se pasa a miembros de la familia, por lo general requiere un trabajo de tutoría por parte de un maestro que suele ser el padre o el tío. No es una profesión única de hombres, también hay mujeres griots y son igual de respetadas por su talento como cantantes y músicos.

Babú llegó a México por invitación del músico Carlos Daniel Santos Burgoa, quien fue a Senegal con una beca, y cuando conoció la tradición de los griots y el trabajo que realizan con la finalidad de resolver conflictos hizo todo lo posible para que vinieran a través de la Fundación Anna Zarnecki. “Vine a cumplir mi destino. Gracias a él yo encontré esposa en México y tengo un hijo, todo esto era mi destino. Ahora soy el primer Griot mexicano. Yo no pensaba en eso, yo venía para una gira de 5 meses. Me gusta mi trabajo, soy feliz, el país es grande, hay mucha gente, pero vamos poco a poco.”

Me comenta que en un principio fue difícil conseguir trabajo como músico; no suele haber mucho, ni bien pagado. Él en Senegal no tenía que preocuparse por obtener un salario, pues a los griots su gente les da todo, casa y comida. “La casa del Griot siempre permanece con las puertas abiertas, es el consejero de su pueblo, cada persona que tiene un problema se puede acercar con él para consultarle. Es el lugar en donde buscas confianza, amor, ese valor de compartir, vivir”.

Cuando Babú llegó a México en 2014, tocaron dos conciertos en la Casa del Lago de Chapultepec y realizaron un taller de resolución de conflictos por medio de la música enfocado a público joven en general; también realizaron 3 conciertos en el Teatro del ISSTE de Balderas, en donde el público era gente mayor. Me comenta Sofie De Wulf  que en ese entonces trabajaba en la Fundación Anna Zarnecki, que en un inicio el proyecto buscaba ir a dos zonas de conflicto, una en Oaxaca y otra en tierra caliente en la frontera entre Guerrero y Michoacán, pero que el organismo de gobierno que supuestamente iba a dar los fondos no cumplió y eso echó para atrás todo el proyecto. Lo que sí lograron un año después fue asistir al prestigioso Festival de Música Leo Brouwer en Cuba, y mediante MasterPeace México y Colombia, realizaron una serie de conciertos y cinco talleres de resolución de conflictos en el país Andino.

Sofie me explica que lo que hacía Babú era replicar el esquema que utilizaba en Senegal, en donde narrando la historia de dos partes en conflicto rescataba los valores de cada quien y los lazos que existen entre las dos personas, así ven que más allá de las diferencias que tienen, hay muchas cosas en común que se deben proteger. Como en los talleres él no conocía la historia de cada familia, hacían un ejercicio en donde las personas le contaban su historia familiar y él improvisaba a partir de esa historia, así les enseñaba cómo, a través de la música, pueden llegar a su esencia y comprender las diferencias del otro.

La principal herramienta que utiliza Babú para llevar a cabo este trabajo de mediación es su Kora, un instrumento de cuerda –una mezcla entre arpa y laúd– que tiene 20 cuerdas. La tradición es que lo construya el músico con materiales locales. El cuerpo de resonancia es una calabaza grande cortada por la mitad y cubierta con cuero, a la cual se agrega un cuello largo de madera en donde están sujetas las cuerdas, por lo general de nylon. Babú me comenta que cuando un Griot hace una nueva Kora, se realiza todo un ritual comunal, como si se celebrara un bautizo. El músico camina por el pueblo y va seleccionando a las personas que podrán asistir. Los elegidos lo consideran un honor, como si fuera una asignación divina. Una vez que están todos reunidos en el sitio ritual, se oficia la ceremonia, el músico le da su nombre –por lo general femenino– y canta para todos los deseos que tiene para su vida y para el mundo, y terminan en una gran fiesta.

En la actualidad Babú comparte y enseña su tradición a un grupo de personas, cuyas edades están entre los 19 y 30 años. “Traigo un poco de África para que aprendan mi música y comprendan el trabajo que realizamos los griots. Cada día vienen más personas a conocer y dar a conocer la cultura, también comparten conmigo y he aprendido mucho de México. Mis alumnos han aprendido a solucionar conflictos a través de la música, un trabajo que implica desde cómo te comportas delante de la otra persona, la forma en la que hablas con ellos y transmites su valor humano. Yo los he preparado para esa misión y he visto cómo ellos mismos solucionan conflictos. Estoy muy orgulloso de ellos, creo que juntos podemos compartir los valores que llevamos dentro de nosotros. Para generar paz todos debemos participar por el bien del país. Se requiere mucha dedicación y falta mucho más por hacer”.

Cuando intento que Babú me diga algo concreto sobre el trabajo que está realizando en México –número de personas, conciertos–, no lo consigo. No sé si es la barrera del idioma o simplemente que él está en otro nivel, desde donde ve la realidad por encima –en las nubes, desde otra perspectiva más espiritual y etérea–, donde observa la eternidad de esas tradición milenaria que representa y que está buscando traer a México con el propósito de que recordemos cómo convivir entre nosotros, respetar las diferencias del otro y, sobre todo, compartir, música, alegría, vida.

“Esta es una labor de todos los días, casa por casa; yo soy un enviado, no lo hago por dinero sino de lo profundo de mi corazón. Para que el pueblo viva bien en paz, y la paz no puede existir si no hay respeto, por las otras tradiciones y los demás. Tenemos que enseñar otra forma de solucionar las diferencias a niños y jóvenes, todos juntos para poder reparar el mañana. Cada quien debe trabajar por su tierra, caminamos el mismo camino, cada quien trabajando lo suyo, un camino de paz al que debemos llegar.  Necesito trabajar para que el Griot no muera, que no pierda sus valores, continúe resguardando la tradición y la cultura, ahora desde México”.

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