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¡Dios bendiga a Quincy Jones! (y a David Marchese)

Tiene casi 85 años, ¿qué le puede importar a Jones revelar detalles íntimos de las muchas celebridades que ha conocido? Él puede hacer lo que le venga en gana
18 de Febrero 2018
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POR JULIÁN VERÓN

Si fuese religioso, o si al menos creyera en la existencia de algún dios –cualquiera, no tengo preferencias–, sin duda alguna le diría por email que enviase su bendición más cabrona y antigua a Quincy Jones y a David Marchese por haber hecho la mejor entrevista de lo que va del año 2018. Y cuando digo ambos, espero que todos ustedes, queridos lectores, entiendan que una entrevista es de dos. Aquí comulgo con García Márquez. Jamás en la historia de todas las galaxias podrá una entrevista ser “buena” sólo porque una de las partes participantes sea talentosa, preciosa o “famosa”.

Una entrevista es lo más parecido a coger: puedes ser absolutamente extraordinario moviendo tu cuerpo o ahorcando a la otra persona dejándola casi sin oxígeno antes de llegar al orgasmo, pero si tu compañero o compañera no tiene esa misma vitalidad debajo de las sábanas, tu sesión de sexo estará incompleta. Se necesita una complicidad o sincronía para lograr que el baile entre el entrevistado y entrevistador sea perfecto. “It takes two to tango”, dicen.

Quincy Jones tiene casi 85 malditos años. ¿Qué diablos le puede importar revelar detalles íntimos de la vida sexual de Marlon Brando? De su boca salieron preciosos detalles sobre cómo Brando cogía con Richard Pryor (declaraciones que luego fueron confirmadas por su esposa), ya que, según Jones, Brando se cogería “a lo que sea”. Habló de cómo Frank Sinatra siempre quiso lograr que él estuviese con Marilyn Monroe pero… “ella tenía un pecho que parecía más bien peras, viejo”, según el viejo Quincy. ¿Quién diablos opina así sobre la primera Madonna? Nadie.

Es un tipo que conoce a todo el mundo, y si no lo conoce, es porque sencillamente no existe en este planeta. Estamos hablando de un güey que almorzaba con Pablo Picasso. Y además deja la joya que informa al mundo que Picasso pagaba en un restaurante francés su almuerzo dejando los huesos que quedaban de su pollo, poniéndolos al sol para que se degradara su color y luego firmando con esos mismos huesos en las paredes del restaurante. Automáticamente eso se convertía en una obra de Picasso. Un Rey Midas contemporáneo, básicamente.

O cómo habla de los Beatles: “El rock no es más que una versión blanca del r&b, hijo de puta. Ya sabes, conocí a McCartney cuando tenía 21 años. Cuando conocí a los Beatles pensé que eran los peores músicos del mundo. Eran hijos de puta sin juego. Paul fue el peor bajista que haya escuchado. ¿Y Ringo? Ni siquiera hables sobre eso. Recuerdo una vez que estábamos en el estudio con George Martin, y Ringo había tardado tres horas en una cosa de cuatro compases que intentaba arreglar en una canción. Él no pudo conseguirlo. Dijimos: ‘Compañero, ¿por qué no tomas un poco de cerveza y limón, un poco de pastel, y tomas una hora y media y te relajas un poco?’. Ringo lo hizo, y llamamos a Ronnie Verrell, un baterista de jazz. Ronnie entró por 15 minutos y lo grabó. Ringo regresa y dice: ‘George, ¿me lo puedes volver a tocar una vez más?’; George lo hizo, y Ringo dijo: ‘Eso no sonó tan mal’. Y yo dije: ‘Sí, hijo de puta, porque ese que suena no eres tú’. Gran tipo, sin embargo”.

Y por esa actitud irreverente es que el hip hop triunfa tan masivamente en el mundo. Hay mucho más honestidad y verdad en ese género que en los demás estilos de música en el planeta. Se trata de las palabras reales o la emoción que hay detrás de él. Es como si una persona que ha sido buleada toda su vida ahora tiene el micrófono y se para en frente de miles de personas: obviamente no lo va a dejar ir. Todos admiramos a las personas que triunfan contra viento y marea. Sólo los idiotas creen que el racismo no existe hoy en día. Por ejemplo: si estuvieras en un ascensor y no supieras quién es Quincy Jones, probablemente mantendrías la distancia de un tipo como él si lo ves a tu lado ahí. Ahora imagina ser negro 24/7. Ese es el juego que estamos jugando aquí.

El secreto de triunfar en el mundo de hoy está en a quién diablos conoces, cuáles son tus amigos, quién habla bien de ti, o hasta dónde ha llegado tu chamba. Si hoy en día prefieres ser alguien que nadie conoce, o que no tiene conexiones, probablemente tu vida y tu carrera serán mediocres. Sí, siento mucho si apenas te llega este memo. Vivimos en la era de Facebook, Instagram y Twitter. ¿En serio crees que sin hacer buenas relaciones vas a llegar lejos? Mira a Quincy Jones, es un tipo que almorzaba con Pablo Picasso, ligaba mujeres con Marlon Brando y Miles Davies, sabe quién asesinó a JFK, le compraba heroína a Malcom X y grababa discos con Michael Jackson. ¡Hasta conocía a la novia de pinches Joshep Goebbels!

La entrevista a Quincy Jones es una gran bocanada de oxígeno puro en este planeta engañoso en el que vivimos hoy en día. Estamos sedientos de verdad, pero tenemos muy poco de ese licor. ¿Puedes decirme cómo te sientes, rey? ¿Llegar a lo más profundo y vomitar todo sin que te importe una mierda lo que opine el mundo entero? Eso es lo que buscamos, lo que queremos ver y escuchar día a día. Por eso cuando nos ponemos los audífonos y escuchamos a Kendrick Lamar sentados en el cubículo de la oficina que tanto odiamos sentimos como si Jesucristo resucitara de verdad esta vez y nos estuviera cantando la buena nueva. Eso precisamente es lo que hay en la entrevista a Quincy Jones.

No importa si eres negro, blanco, amarillo, joven o viejo, captas las referencias de las que habla Jones o no. Esta entrevista la enviarás a tus amigos o a tu pareja, la colgarás en tu Facebook y hasta se la pasarás por WhatsApp a tus padres. Te moverá el piso como cuando por primera vez mostraste interés en tu sexo de preferencia. Esta entrevista hará que camines distinto luego de leerla, que el oxígeno que penetra en tus pulmones te lleve a sobrevolar las aceras de las avenidas, que el jugo de naranja que acompañas con tus huevos rancheros ahora sepa mucho más frío, con textura; y que te mires al espejo y en vez de ponerte unos zapatos de mirrey ahora te den ganas de comprarte unos fabulosos tenis. Hará que cuando te montes en el metro y veas a las demás personas –caras largas por estar obstinados y ser miembros del club de los dormidos–, tú estés con una sonrisa de oreja a oreja sabiendo que automáticamente el mundo se convirtió en un lugar mejor para coexistir. Y eso, precisamente, es el hermoso poder del arte. Ese es el poder del individuo y de la verdad. Es el poder de Quincy Jones. Que algún dios lo bendiga a él y a su entrevistador.

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