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El rap al norte de México, ¿una economía de resistencia?

La inmensa mayoría de los músicos, en este caso raperos, combinan la actividad con otros empleos, ya sea ligados o no a la música, por ello generan una economía única en su tipo
24 de Mayo 2018
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POR FRANCISCO TORRES*

No es noticia que en algunas ciudades al noreste del país, como Monterrey, Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa y Gómez Palacio, la escena del hip hop haya visto un auge en las últimas décadas, pero a diferencia del estereotipo de los raperos famosos, aquí no están llenos de bling bling, de casas en Beverly Hills ni autos tuneados, por el contrario, los intérpretes de este género deben compaginar sus actividades artísticas con otros empleos ligados –o no– a la música.

“No podríamos clasificar el rap dentro de una ‘economía creativa’ ni como una ‘alternativa’ porque no se encuentran todos los elementos que las caracterizan. Sin embargo, proponemos el término de ‘economía de resistencia’ para referirnos a los esfuerzos de jóvenes con menores recursos y oportunidades que están intentando vivir de su trabajo artístico, lo mismo que sus coetáneos más capitalizados, pero en condiciones mucho más adversas”, indicó José Juan Olvera Gudiño, doctor en estudios humanísticos y miembro nivel I del Sistema Nacional de Investigadores adscrito al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

La resistencia, señala su investigación “El rap como economía en la frontera noreste de México”, suele ser multidimensional, pues los raperos enfrentan los obstáculos que les impiden desarrollar su arte, algo que va desde encontrar espacios, no caer en el “narco rap” y subsistir de ello. Aunque generan ingresos del rap, esto lo complementan con intercambios de favores, asesorías gratuitas, impartición de talleres u otras actividades.

“La inmensa mayoría de los músicos, en este caso raperos, combinan la actividad con otros empleos, ya sea ligados o no a la música. Alguien puede tener un trabajo como reparador de autos y ser rapero; pero también puede ser rapero y vender instrumentos musicales”, comenta José Juan Olvera, cuyo estudio fue realizado con raperos de la escena underground porque “es más rica esta escena que la mainstream”.

Otro de los elementos que acentúa el calificativo de “resistencia” tiene que ver con su condición de asediados económica y políticamente, añadido al estigma particular por el tipo de bien que buscan comercializar.

“Una de las características de estas economías es que no tienen en el centro la ganancia monetaria, pero sí la subsistencia, porque si no, no serían economías”.

Construcción de ciudadanía a rimas

José Juan Olvera menciona que si bien este tipo de música puede exaltar la misoginia, también existe una variación que permite el desarrollo de temas, como derechos humanos, y de activismo político.

“Además de componer rap, empezaron a utilizarlo como herramienta de promoción, gestión cultural y construcción de ciudadanía. Un nivel más alto, que pudiera ser un activismo, pero sin una estructura organizativa ni un discurso antisistema. Casi todos los activistas son personas que se dedican a hacer rap conciencia, además de que tienen más edad”.

El investigador agregó que durante el periodo de extrema violencia en el país, ciertos grupos de raperos buscaron formas de alejar a los jóvenes de las conductas antisociales, principalmente talleres, algunos de los cuales, en determinado momento, pudieron impulsar junto a instituciones gubernamentales.

“Inclusive esto puede ser otra forma de economía, donde los raperos encontraron que impartiendo talleres podían generar ingresos. Más porque muchos de ellos eran mayores de 20 años y ya con una familia a la cual sostener”.

*Agencia Conacyt.

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