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La mirada de una outsider

Guadalupe Nettel se dio a conocer como una promesa literaria hace ya una década. Escribe desde la extrañeza y sus personajes miran al mundo desde la no pertenencia
30 de Enero 2017
Especial_Nettel
Especial_Nettel

Por Irma Gallo

Desde que publicó El huésped en 2006, finalista del Premio Herralde de Novela y que la diera a conocer como una “promesa literaria”, ese calificativo que usan las editoriales para vender más libros –aunque con ella sí lo fue en el mejor sentido de la palabra, en el de una narradora que fue afinando su estilo y sus temáticas hasta convertirse en una figura relevante en el escenario literario hispanoamericano–, Guadalupe Nettel se situó en un espectrodistinto: el de quien escribe desde la extrañeza.

Sus personajes miran al mundo desde ese ángulo de la no pertenencia. La escritora nacida en la Ciudad de México en 1973 lo explica así:

“Todo lo que he escrito tiene que ver, de alguna manera, por lo menos inicialmente, con alguna experiencia mía. Siempre me identifiqué con el outsider, por varias razones. Una de ellas es por lo que contaba en El cuerpo en que nací: esta diferencia física, el hecho de ser prácticamente ciega de un ojo, de tener que usar un parche en el otro y desenvolverme en un mundo que no es el que ven todos los demás”.

El cuerpo en que nací (Anagrama, 2011) es una ficción autobiográfica en la que Nettel narra su infancia, marcada por la diferencia desde el nacimiento, subrayada por la migración y por el hecho de que su padre pasó una temporada en la cárcel.

Y fue justamente esta condición de vivir enel borde lo que impulsó a la joven Nettel a convertirse en escritora:

“Siempre me identifiqué con esa figura del margen, y creo que incluso mi gusto por la literatura tiene que ver con eso.

El escritor, de alguna manera, es alguien extraño, alguien que mira desde fuera el mundo, y que incluso lo más normal lo mira como si estuviera buscándole esa parte descabellada. No sé; se puede ver de dos formas: o uno no encaja o el mundo no encaja con uno. El mundo tiene algo que no está bien, que extraña”.

Ya desde El huésped, Guadalupe Nettel había abordado el asunto de la extrañeza: desde niña, su protagonista, Ana, siente que otro ser la posee hasta el punto de no ser totalmente consciente de hechos violentos que luego, destrozada, se da cuenta de que cometió.

Curiosamente –o no tanto, si atendemos a la historia de vida de la propia Nettel, es en la ceguera en donde Ana encuentra refugio.

Primero, involucrándose poco a poco con un grupo de ciegos al convertirse en su maestra de lectura; después, acompañando a algunos de ellos a habitar, prácticamente, en las entrañas del metro de la Ciudad de México. Es en ese mundo oscuro, maloliente, encerrado, subterráneo, donde la protagonista de El huésped se siente como nunca antes en el mundo de “afuera”: segura.

“La tradición literaria con la que más me identifiqué desde un principio –dice– era la literatura del romanticismo, lo que llamaban la inquietante extrañeza. La literatura fantástica siempre fue la literatura que más me ha gustado leer. Y creo que aunque mis libros sean realistas, están impregnados de ese amor por la literatura fantástica que te permite ver las grietas en lo que parece totalmente liso”.

Estas grietas están presentes también en la historia de la niña que obtiene placer con el contacto del barandal contra su sexo,
mientras sus padres ignoran porqué la pasa tan bien en ese juego aparentemente monótono, en El cuerpo en que nací.

Entonces la literatura se trata, dice Guadalupe Nettel, de “buscar ese resquicio por el cual perderte en otra dimensión y otras cosas que están ocurriendo al mismo tiempo que lo supuestamente anodino. Incluso buscar, dentro de lo anodino, aquello que trae un elemento distinto o lo que otros llaman la locura”.

Su libro de relatos El matrimonio de los peces rojos (Páginas de espuma, 2013) también está imbuido de esta sensación de extrañeza.

Aunque aquí los protagonistas son los animales: “Es algo que ya ni siquiera me propongo antes de empezar a escribir”, dice, y el sol del mediodía la obliga a entrecerrar los ojos. “Se da naturalmente. Pienso en los animales, y pienso en los seres humanos, y pienso cómo los seres humanos nos vemos reflejados en el comportamiento animal.

Siempre me ha gustado ver documentales, por ejemplo de la BBC, sobre el comportamiento de las hormigas, o cuando se ven invadidas por cierto tipo de parásitos. Hay un hongo, por ejemplo, que las convierte en zombis. Y las hormigas van siguiendo la voluntad del hongo”.

“Ya está en la naturaleza. No es que uno se lo invente, nada más hay que tener como esta distancia observadora para ver lo que normalmente sonaría extraño. En realidad, lo extraño, lo inquietante, forma parte de la vida cotidiana, lo que pasa es que estamos formateados para no ver esas cosas.

La literatura te permite abrir un poco más el espectro de conciencia y observar aquello que no voltearías a ver por tus hábitos mentales”, continúa.

Aunque en la actualidad Guadalupe Nettel trabaja en un libro de cuentos y en una ficción autobiográfica, afirma que más bien se encuentra en un periodo de búsqueda:

“Creo que es muy importante también recordarle a la gente y recordarse uno mismo que hay que detenerse, hay que hacer pausas de vez en cuando para percibir, para escuchar, para recibir, para observar”.

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