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Las nuevas formas del amor

La periodista Emily Witt recorre la diversidad sexual, y el cuerpo humano para escribir un ensayo que confronta sus propios prejuicios y los de una sociedad que no se acepta a sí misma
11 de Febrero 2018
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Por Javier Pérez

La estructura es sencilla, prácticamente la única posible para abordar el tema. Un texto en el que se combinan la crónica de la experiencia personal y el periodismo de investigación en una narrativa franca y entretenida con el objetivo de hablar de Sexo futuro. El amor en el siglo XXI (Los Libros del Lince). La autora es Emily Witt, una periodista estadounidense, colaboradora de The New Yorker y The New York Times, que al encontrarse en una disyuntiva a la edad de 30 años, cuando acababa de terminar una relación, decidió buscar otras formas de contacto sexual y las mitologías de la feminidad asociadas a ellas.

“Era soltera, heterosexual y hembra –escribe al principio del libro–. Al cumplir 30 años, en 2011, seguía visualizando mi experiencia sexual como algo que con el tiempo llegaría a un final… Me aparearía, me encontraría cara a cara con otro ser humano y nos quedaríamos allí, en nuestra estación permanente de la vida: el futuro”.

Y es que quienes la rodeaban veían el amor como una meta. Y ella, “seguía concibiendo el futuro como una culminación por defecto de mi vida sexual, como un destino más que como una elección”. Entre tanto, tenía sexo ocasional con amigos; no obstante, se dio cuenta de que no había palabras para nombrar esa nueva forma de relacionarse. “Su característica más destacada era que tenían lugar mientras te encontrabas solo, pero nadie estaba seguro de cómo debía llamar a este tipo de vínculos… Nuestras relaciones se habían transformado pero nuestro vocabulario no… Con independencia de lo que quisiéramos, ninguno de mis conocidos se refería a su situación como una ‘opción de vida’. Nadie describía el hecho de ser soltero en Nueva York y mantener relaciones sexuales esporádicas con conocidos como una ‘identidad sexual’. Yo pensaba en mi situación como en una etapa transitoria, algo que acabaría con la llegada del amor”.

Sin embargo, la llamada de un amigo con el que había tenido sexo, quien le avisó que podría tener clamidia, y luego la llamada de la novia de este y una amiga mutua a fin de reclamarle, la llevaron a hacer un viaje a San Francisco, donde empezó a buscar las nuevas formas del amor en el siglo XXI a las que alude el subtítulo del libro: todo indicaba que la libertad sexual era sólo de dientes para fuera o que no era igual para hombres y mujeres. Emily lo abordó con las herramientas de la investigación periodística, aunque también con la avidez de quien busca encontrar el rumbo perdido. Al más puro estilo de Gay Talese, a quien ha reconocido como inspiración, generó la historia al experimentarla por sí misma.

Confrontada en todo momento por sus pautas morales impuestas muchas veces por factores sociales (“Veía las costuras de su construcción y la naturaleza arbitraria de sus mitos”), Emily se inscribió en sitios de citas por Internet y se encontró con algunas personas. Conforme profundizó, notó que había un claro diferenciador de género. “El consenso sobre lo que se decía que los hombres pedían del sexo (que fuera mucho y tal vez con parejas distintas) no tenía equivalente femenino. ‘¿Qué tipo de sexo te gusta?’ era una pregunta que no hacían las app de citas por Internet”, al menos no a las mujeres. “Si cualquier expresión de libertad sexual por parte de una mujer era cuestionada, se erigía a los hombres como únicos agentes racionales de la narrativa sexual… El sexo casual, abundante y copiosamente disponible para cualquier mujer decidida a anunciar su interés por practicarlo, siempre iba detrás de esa cosa preciosa y excepcional: la relación amorosa”.

Aunque en principio Emily seguía esa línea sin cuestionarse, poco a poco cambió su  percepción. Experimentó en la meditación orgásmica y también en el porno por Internet, a cuyas filmaciones acudió algunas veces como periodista. Acabó por sacudirse los prejuicios sobre la cosificación femenina a través del porno siguiendo precisamente a directoras que no hacían porno por obligación ni por forzamiento, sino por convicción y gusto. “Antes pensaba el porno como una fuerza dominada por los hombres que estandarizaban las expectativas sexuales y que, por tanto, imponía su voluntad a mi sexualidad, pero advertí que el porno desafiaba la estandarización”.

Encontró un recorrido por la diversidad sexual, el cuerpo humano y lo que era capaz de hacer. Halló confianza en su propio cuerpo y aprendió que “la expresión femenina de la sexualidad no tiene que ser un dildo con forma de delfín para deshacerse de los vestigios del patriarcado… Descubrir que me gustaba el porno ha sido como si me leyeran el futuro: no ha sido algo real, pero me ha aportado cierta orientación”.

Y aunque también habla de la sexualidad a través de las web cams en vivo y del poliamor, estos capítulos los aborda a la distancia, siguiendo únicamente las historias que ha elegido a partir de diversos personajes y de la investigación que ha hecho. Ofrece una crónica sobre su experiencia en el Burning Man, un festival de carácter sexual al que asiste durante varios días. Y habla con arrojo de la anticoncepción y la reproducción, sincerándose en estas páginas.

“Pasaron cinco años y mi vida experimentó pocos cambios estructurales. Sin embargo, yo había cambiado… Había llegado a entender que la sexualidad tenía muy poco que ver con el sexo que practicabas en la realidad. Una mujer heterosexual que ligaba con personas a las que conocía por Internet en su búsqueda de un novio no era distinta, en su manera de comportarse, a un hombre gay que declaraba buscar sexo sin compromiso. El hombre que engañaba su esposa no era distinto, en su acción, del poliamoroso que se acostaba con alguien fuera de su relación principal. Era la ideación y la expresión de la intención lo que diferenciaba la sexualidades, no el sexo en sí. Un sexo futurista no sería un nuevo tipo de sexo históricamente irreconocible, sino simplemente una nueva manera de hablar del mismo”.

Y a eso es a lo que nos lleva este recorrido escrito con sencillez y destreza e investigado con minuciosidad. Es, al final, un ensayo en el que la autora, al confrontar sus prejuicios confronta los de toda una sociedad que no se decide a aceptarse a sí misma.

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