Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

Memoria de mi infancia

Para escribir El nervio principal, Daniel Saldaña París recurrió a sus padres con el propósito de que, a través de su visión de adultos, le ayudaran a recordar su visión de niño. De ello resultó una historia que narra, desde la óptica de un chiquillo, el movimiento de 1994
10 de Enero 2019
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Escribir sobre el pasado, me estoy dando cuenta ahora, es escribir hacia adentro, no hacia adelante”, explica el narrador de El nervio principal (Sexto Piso), segunda novela de Daniel Saldaña París. La historia, un flashback en el que el narrador trata de esclarecer sus recuerdos y cuyo meollo principal está en la huida de su madre a Chiapas en el verano de 1994, es precisamente sobre la memoria.

“Sucede que yo tengo muy mala memoria en general –dice Daniel–, y cuando contrasto mis recuerdos con mi familia o amigos cercanos, nunca coinciden. Entonces, quise hablar de esa condición dudosa de la memoria, que siempre es muy subjetiva, una construcción que es como el primer grado de la ficción. Escribir se parece mucho a recordar que hay una especie de búsqueda de algo que no necesariamente es objetivo, que tiene que ver con el lenguaje, con la construcción de estructuras. Entonces, la memoria me parecía un buen tema novelístico: el paso del tiempo es el tema central del libro”.

A lo largo de los tres capítulos en los que está dividida la novela, el personaje, del que desconocemos su nombre aunque sabemos que desearía llamarse Úlrich González, se refiere a tres momentos de ese verano de cuando tenía diez años. “Si la memoria ya de sí es falible, en el caso de los recuerdos de infancia todavía más, porque es un periodo alucinado, en el que desde luego hay conciencia, pero todo tiene como una pátina fantástica. El personaje del libro cuando es niño es muy abstraído, con una imaginación desbocada y tendencias solitarias”.

Construir esa voz le llevó algunos intentos al también autor del poemario La máquina autobiográfica, considerado por el Hay Festival en 2017 como uno de los mejores autores latinoamericanos menores de 40. “Quería escribir sobre la infancia y la memoria, aunque no sabía muy bien cómo. Intenté una primera persona infantil, narrada desde la perspectiva de un niño, pero era muy limitante desde el punto de vista del léxico. Cuando encontré esta voz, la del narrador en presente que recuerda, todo fue muy rápido. Me gustaba el traslape que se hace, donde hay momentos en que proyecta su visión actual del mundo sobre el niño que era. Ese juego donde no se sabe realmente si quien habla es el niño o el narrador en el presente reflexionando sobre su infancia. Esa definición de la voz para hacer este flashback me resultó muy cómoda para la trama”.

La ubicación en 1994, con el levantamiento zapatista de algún modo como catalizador, tuvo la intención de encontrar una mirada generacional. “Creo que a quienes nos tocó ser niños, de 10 u 11 años en el 94, lo vivimos de una forma particular. Hay toda un tradición de historias situadas en tiempo convulsos, política y socialmente, narradas desde la óptica infantil, y era un poco la tradición que me interesaba en este libro: cómo la infancia distorsiona o magnifica algunos acontecimientos y detalles del contexto, y cómo interactúan”.

Daniel habló mucho con su padre y su madre durante la escritura del libro para que, a través de su visión de adultos, le ayudaran a recordar su visión de niño, “cuál era mi relación con las noticias y con lo que sucedía en el país. Entonces fue volver sobre estas escenas, estos momentos personales, pero que también filtran o reflejan el malestar social generalizado. Fueron momentos de descubrimiento de alguna manera”.

Sin embargo, eso no quiere decir que haya rastros autobiográficos en la historia o en los hechos referidos. “Le presto características, experiencias personales a cada personaje. Y en el caso del niño, yo viví en esa colonia que refiere la novela (la colonia Educación al sur de Ciudad de México), y aunque no era tan abstraído y melancólico como el niño ese, algo hay de eso”.

Daniel consigue, a partir de una prosa precisa que dinamita la brutalidad de los secretos que descubre el protagonista, hablar de la fortaleza femenina a partir precisamente de su ausencia. “Me interesó revertir el esquema más clásico, en el que es el padre el que se va. En esta novela son, en general, las mujeres las que hacen la Historia, y también las que tiran del hilo de la historia o la trama. Son responsables de la acción en el libro, mientras que los personajes masculinos son más bien pasivos y viven nada más con las consecuencias”.

Daniel dice que a veces piensa que no va a seguir escribiendo, pero que lo motiva tratar de negociar entre lo que quiere escribir y lo que puede escribir; “como pensar que a lo mejor en lo siguiente que escriba, en la siguiente línea, en el siguiente párrafo, en el siguiente capítulo, voy a acercarme un poco más al tipo de escritura que intento alcanzar. Ese afán no de perfeccionar sino de acercarme más a mi propia voz es lo que me impele a seguir”.

Por el momento, recopila los ensayos que ha publicado a lo largo de los últimos seis años con el propósito de darles forma de libro reescribiendo lo que sea necesario. A él, comenta, dedicarse a escribir le ayuda a estar más tranquilo y comunicarse. “Me sirve para entrar en contacto con otras personas. En alguien resuena algo de lo que escribí y a nivel personal, casi social, me parece importante, pero no creo que tenga una función social. Siento como algo secundario imaginarme el papel del escritor, por lo menos conmigo, que me cuesta trabajo ser optimista a ese respecto”. 

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