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Volver a empezar

El Consorcio Internacional Arte y Escuela brinda una nueva oportunidad a mujeres y hombres que salieron de la cárcel ofreciéndoles un taller de fotografía con el que pueden hacer una reflexión, desde la imagen, sobre la libertad
18 de Febrero 2018
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POR IRMA GALLO

María Estela Soria estuvo 16 años en la cárcel. Al salir, el 27 de mayo del 2017, todo le parecía desconocido: “Te da miedo. No sabes ni cómo moverte. La ciudad que tú dejaste no es la misma”.

Tiene 56 años de edad, el cabello rizado –largo hasta la cintura– y los ojos maquillados en un tono nacarado. Se le ve alegre, y cómo no, si este día frío de enero es su día: es la inauguración de la exposición Reflejos de la reinserción social, en la que exhiben dos autorretratos fotográficos de ella.

No sabemos qué delito cometió María, pero eso no es lo importante. Lo que sí importa, y mucho, es que un día decidió que tenía que hacer algo para cambiar su destino. Una vez que se vio fuera del sistema carcelario, se encontró con la fotografía. Cuando fue al Instituto de Reinserción Social de la Ciudad de México, le dijeron que una asociación civil, ConArte, daba un taller de fotografía a personas liberadas.

“Fui, y sacamos muchas fotos”, dice. Detrás de ella está la impresión en gran formato de su autorretrato en blanco y negro, donde se le ve haciendo yoga con una expresión de paz.

Al observar esta fotografía, no es fácil imaginar que a esta mujer le quitaron a sus hijos mientras cumplía su sentencia. “Vivían en Calzada de Guadalupe. Cuando salí, fui a verlos y ya no estaban”.

María busca a sus hijos, y sigue tomando fotos porque eso la hace feliz. Se le nota en los ojos rasgados, en su hermoso rostro moreno. Tiene otra oportunidad.

La alegría de bailar

Antonio Oropeza dice que estuvo preso injustamente. No quiere hablar de las razones de su condena, ni de cuánto tiempo pasó en la cárcel, pero sí de que el taller de fotografía que tomó en La Nana, sede de ConArte, representó un nuevo comienzo. “Este taller fue muy enriquecedor. Me ha dado una nueva motivación, me ha dado ganas de seguir adelante, de prepararme, de estudiar”. Me cuenta mientras la pluma que adorna su sombrero de pachuco, como el de Tin-Tán, se mueve al compás de su emoción.

Antonio se autorretrató bailando, enfrente de una pared grafiteada.“Mi mamá, desde que yo era joven, me llevaba a los bailes”. Aunque también tuvo episodios de depresión en los que ni siquiera podía bailar, al salir de la cárcel y encontrarse con la fotografía, todo el cuerpo recordó la alegría de moverse al ritmo de la música.

A los 57 años de edad, Antonio se siente joven otra vez. Sus dos autorretratos lo confirman: en el otro está haciendo ejercicio, mirando hacia el frente, allá donde la vida volvió a empezar.

La pesadilla

Lo que antes fue el famoso Salón México, ahora es la sede principal del Consorcio Internacional Arte y Escuela, AC (ConArte). Su recinto, en el callejón San Juan de Dios, en la Guerrero, fue un objetivo más de la delincuencia; robaron todo el equipo fotográfico y de video de esta asociación civil.

Lucina Jiménez dirige este espacio. Es integrante del Banco de Expertos en Gobernanza de la Cultura para el Desarrollo, de la oficina de la Unesco en París, pero mantiene los pies muy firmes en la tierra: a pesar de este cargo y de todos los demás que ha ocupado a lo largo de su vida, la doctora en Antropología es una mujer sencilla, de trato amable; se involucra desde el corazón con la gente con la que trabaja, sin poses. Cuando esta reportera le pregunta cómo reaccionó ante la pérdida de ese equipo que seguramente no había sido fácil reunir, pues ConArte es una asociación independiente, responde:

“Decidimos que en lugar de quejarnos del sistema de justicia en la Ciudad de México, lo que teníamos que hacer era comprometernos, y en ese compromiso empezamos a colaborar con la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de México”.

Así surgió el taller de fotografía para personas liberadas de prisión. Primero, la dependencia que encabeza Patricia Mercado se acercó a la asociación civil con la sugerencia de que organizara una muestra fotográfica sobre la vida de estos hombres y mujeres durante y después de la prisión. Pero Lucina hizo una contrapropuesta: impartir un taller con el propósito de que ellos mismos adquieran las herramientas técnicas para expresarse, tomar fotografías y exponerlas. “Lo importante era que hicieran una reflexión, desde la imagen, de qué significa para ellos la libertad”.

Lucina conversa con calma. “Nosotros nunca les preguntamos cuál era el delito que habían cometido porque no nos interesa reconsiderar nuevamente su condición; para nosotros, el ejercicio de la libertad implica reconocérsela, y por lo tanto, la dignificación de la persona, más allá de lo que haya sido su pasado”.

Recuerda con emoción el momento en el que, después de haberles enseñado la técnica, les dieron las cámaras para que salieran a la calle a tomar sus fotografías.

—¿Me va a dar la cámara?

—Sí.

—Nos van a acompañar.

—No, a menos que necesites un asistente de producción.

Esta primera muestra de confianza fue fundamental para que se sintieran seguros y expresaran sinceramente sus emociones por medio de la fotografía. “Tenemos mucho que aprender de ellos –comenta Lucina–, y yo me pregunto si no les fallamos como sociedad. Quizás la prisión la estamos viviendo quienes no alcanzamos a ver que necesitamos cambiar la lógica de nuestras relaciones sociales”.

Es probable que estos hombres y mujeres no se conviertan en fotógrafos profesionales, pero ahora ya saben que hay otras maneras de vivir en este mundo, antes de pensar en volver a delinquir.

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