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A puertas abiertas

Existe en Argentina una experiencia educativa única: un bachillerato público y gratuito con orientación en la diversidad de género, en el que al menos 40 % de su población estudiantil son personas trans
15 de Mayo 2017
Especial
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Empoderamiento. Viene del vocablo inglés empowerment. Se usa para hablar de conceder poder a un colectivo y mejorar así sus condiciones de vida. Hay cientos de libros que hablan del tema, que fue usado desde la sociología política hasta el marketing más vulgar.

Pero Evelin Ojeda no sabe una palabra de inglés y aun así conoce perfectamente lo que significa empoderarse. Cuenta que antes la policía las llevaba presas por ser travestis y ellas no hacían nada. Ahora, a partir de que han tenido acceso a la educación, hacen preguntas. “¿Por qué me pedís documentos? ¿Por qué me llevás? ¿Por qué estoy obligada a hacer eso?” Esos “por qué”, quizá la pregunta más elemental que hacemos desde los cinco años, han sido claves en su vida.

Ojeda –Tati para los amigos– es una de las egresadas del Bachillerato Popular Trans Mocha Celis, una escuela pública y gratuita, con títulos oficiales, que tiene entre su alumnado a un gran porcentaje de travestis. En realidad, es mucho más que eso. No sólo hay chicas travestis, sino también varones trans, mujeres transgénero, transexuales y un largo etcétera que incluye todas las formas de autopercibirse en el mundo de la diversidad sexual.

Este lugar –funciona desde 2012– no es excluyente y apuesta por la diversidad. El nombre de la institución es un homenaje a una travesti que trabajaba en el barrio de Flores en Buenos Aires, quien murió asesinada por violencia policial en un caso que nunca se esclareció.

Tati tiene 50 años y egresó el año pasado. Ahora está encargada de la biblioteca del bachillerato para adultos, que funciona en el barrio porteño de Chacarita. Nacida en Misiones, en el litoral argentino, y criada en Paraguay, Ojeda conoció de chica la vida dura. Trabajó durante 20 años como prostituta en la calle; apenas tenía la primaria completa y algunas materias de primer año de la secundaria.

Hace un tiempo, conoció a una estudiante del bachillerato, quien la invitó. Se inscribió un año, pero no arrancó. Finalmente se decidió en 2014. Claro que cursar tres años no fue fácil para alguien que permaneció varias décadas sin pisar un aula.

“Matemáticas e Inglés me costaron muchísimo porque no relacionaba nada. Nosotras venimos de la experiencia de la calle. Nada qué ver con esto. En segundo año las cosas fueron más fáciles, como si la mente se hubiese abierto después de 35 años de no haber ido a una escuela. Los educadores y algunos docentes son trans y entienden bien nuestras situaciones. Acá me siento segura, como si estuviera en mi casa. No sabés la cantidad de veces que lloré y reí acá. Eso ayudó a formarme para llegar a ser algo”, cuenta Tati, mientras bebe mate.

Además del trabajo como voluntaria en la biblioteca y de formar parte de un plan del Ministerio de Desarrollo Social, ella decidió entrar a la universidad. Estudia actualmente Trabajo Social en la Universidad Madres de Plaza de Mayo.

En Argentina, el uso del término trans es relativamente nuevo; antes, se utilizaba más la palabra trava (travesti). Tati deja bien en claro su postura y lo que significó la educación para ella:

“Fui delegada de las travas. Me encanta esa palabra y me siento orgullosa de serlo. Mi cuerpo no se ha transformado. Venimos de la calle, de lo popular… Lo trans viene de otros países. Yo soy sudamericana y argentina. No soy hombre ni mujer. Soy trava. Soy la primera persona en mi familia que llegó a terminar la secundaria y pisar una universidad. Es algo muy grande para mí”.

LAS CLASES

La experiencia del bachillerato trans no llegó a la Argentina como un hecho aislado. En 2010, se votó la ley de matrimonios entre personas del mismo sexo; así se convirtió en el primer país de América Latina en reconocer el derecho en todo su territorio. Dos años después, la Ley de Identidad de Género permitió a personas trans (travestis, transexuales y transgéneros) anotarse en sus documentos con el nombre y el género de elección, además de la inclusión de los tratamientos en el Programa Médico Obligatorio.

Nicolás Fuchs, junto a un grupo de militantes por la diversidad sexual, comenzó a pensar un bachillerato trans en 2011. Y cuenta cuál es la situación del colectivo en materia de educación:

“Un 80 % de las personas trans no terminaron el colegio secundario y un 60 % no llegaron a concluir el primario. Tienen muchísimas limitaciones para conseguir trabajo o para estudiar en una formación superior. Además de eso, viven un promedio de 35 años. Mueren por adicciones, problemas de salud o violencia policial”, cuenta Fuchs, desde la mesa de un bar, en el barrio de Caballito.

La idea inicial fue un proyecto inclusivo. La inscripción varía cada año, aunque en la actualidad 40% de las personas que estudian son trans  –80 en tres cursos .

“Muchos nos preguntaban: ‘Si son inclusivos, ¿por qué se llama Bachillerato Popular Trans Mocha Celis?’ Tiene que ver con el empoderamiento. Los grupos marginados y vulnerados tienen una necesidad de asentarse en una identidad. Admitimos a todo el mundo, pero nuestra identidad como escuela es trans”.

Fuchs es docente de la materia Educación para la Salud. Si bien cumplen los requisitos del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, él habla de un currículum oculto, con contenidos vinculados al arte y a la historia del colectivo trans.

“Mi materia trabaja cuestiones vinculadas con la identidad y la subjetividad. Utilizo la modalidad taller, sin evaluación con pruebas clásicas, sino a través de la participación y la escucha. Trabajamos temas como violencia, VIH, autoestima. Hay otras materias que fueron revolucionarias, como Proyecto Formativo Ocupacional. Ahí se forma a las personas para desenvolverse en el mundo laboral. Se ven cuestiones como el armado de un currículum, simulacros de entrevistas y el perfil ocupacional. La gran mayoría nunca tuvo un trabajo formal”. En el camino han surgido las dificultades y los intereses, por ejemplo, Fuchs lamenta que, con el tiempo, se haya perdido el carácter asambleario del espacio, en el que las decisiones se tomaban en conjunto entre docentes y estudiantes. De todas formas, destaca el valor de la experiencia inédita en el país.

“Este bachillerato es uno de los pocos lugares donde las personas trans pueden habitar su identidad. Debemos aferrarnos a eso sin juicios morales. En la escuela, tuvimos alumnas que ejercían la prostitución. Entonces, en Educación para la Salud hablamos del tema como trabajo y como explotación”.

DERECHO A AMAR

Nicole Vázquez tiene pareja y un nene de dos años que se llama Jefferson. Está con él en la entrevista y habla del desafío de ser una mamá trans. Nacida en Uruguay, llegó a Buenos Aires a los 15 años. El año pasado egresó del bachillerato, que produjo “un cambio cultural” en su vida y en el colectivo trans: “Es importante el estudio porque nos morimos asesinadas y por sobredosis”.

Cuando ingresó, encontró una gran diversidad pero muchas historias en común. Dice que tiene un amor por la escuela, a la que considera una familia.

“Tenemos vivencias parecidas y eso genera empatía. Todas conocimos la calle, muchas la prostitución y las cosas negativas de esos años. Me cambió en todo. El conocimiento te da poder. Soy madre trans. Si no fuese por la escuela, no hubiese tenido la chance de saber mis derechos”, cuenta Vázquez, que en su momento dejó la escuela por ser víctima de bullying. “Mentía para no ir. Así me fui alejando de todo y abandonándome a mí misma”.

La uruguaya platica que el mundo laboral no es fácil para las personas trans. Y relata algunas experiencias de discriminación que tuvo que padecer. “Al final de la entrevista, me decían que el trabajo era mío. Pero cuando llegaba la hora de entregar el documento, al no tener el cambio registral, comenzaban las excusas. Quizá por eso no me cambié el nombre. El problema es de ellos y no mío”.

Charly García, el gran músico argentino, canta en su icónica canción “Desarma y sangra”: “Tu tiempo es un vidrio / tu amor un fakir, mi cuerpo una aguja/ tu mente un tapiz. Si las sanguijuelas no pueden herirte / no existe una escuela que enseñe a vivir”. Como él, Nicole tampoco cree que haya escuelas ni manuales para ser madre. Sólo trata de no seguir los indicativos morales ni las maneras supuestamente correctas de criar a un chico.

“Yo misma aprendo día a día. Jefferson es el hijo varón de una travesti. Es un gran cambio cultural y social y un desafío. El proceso judicial por la tenencia no fue nada fácil. Pero todos tenemos derecho a amar y ser amadas. Es lo único que quiero”, dice, mientras su hijo juega después de almorzar.

El día termina en el Mocha Celis. Nicolás Fuchs conversa con una alumna. Tati acomoda los libros, mientras sigue tomando mate. En las paredes, se ve una imagen intervenida de Domingo Sarmiento, el educador clave en la historia argentina –aparece con peluca y los labios pintados–. También hay un cartel que propone un juego. “En la juegoteca, hicimos anteojos 3D. Y nos preguntamos: ¿qué cosas nos gustaría ver distinto?” Las respuestas anónimas enseñan más que cualquier escuela formal, porque dicen: “Me gustaría que no haya más discriminación”,  “Me gustaría ver una ventana con corazones”, o la más importante: “Quisiera que las personas sean más buenas y dulces, que me respeten y no me maltraten”.    

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