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Campeón sin límites

Hace 12 años, el argentino Juan María Nimo sufrió un accidente en motocicleta que lo dejó en silla de ruedas. Hoy es piloto de automovilismo, bailarín y lidera una organización con la que busca vencer los prejuicios sobre la discapacidad
12 de Agosto 2018
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POR DIEGO JEMIO / NEUQUÉN, ARGENTINA

Cuando narra su accidente, Juan María Nimo relata una sucesión de hechos; uno tras otro, con descripciones que erizan la piel de los otros, pero que él ya tiene incorporados con naturalidad. En una competencia de motocrós en la ciudad de Cañete (Chile), a los 18 años, Gatito –así le dicen sus amigos– sufrió una caída que en apariencia no fue tan espectacular. “Caí mal luego de un salto en una bajada a gran velocidad. Volé como haciendo la vertical y el cuerpo se trabó en la moto. La caída provocó el estallido de varias vértebras”, cuenta.

Nimo tenía ya una amplia experiencia en el mundo de los deportes motor. A los cuatro años, sus padres decidieron subirlo a un karting, y desde ese momento no paró. Cuando pasó el shock del accidente, sus padres le preguntaron a los médicos si iba a volver a caminar. Él tenía las cosas más claras. Apenas pudo hablar con su hermana después de una operación, le dijo: “Tenemos que adaptar un auto para que pueda correr”.

A partir de esa experiencia, Nimo se convirtió en un símbolo no sólo en Argentina, también en otros países de la región por liderar una lucha con el fin de romper los moldes y prejuicios en torno a la discapacidad. Fundó el grupo de trabajo “Revolución: capacidad diferente sin límites”. Se convirtió en bailarín de la disciplina DanceAbility. Fue candidato a concejal en su ciudad. Para generar conciencia, hizo un viaje entre Neuquén y Buenos Aires (poco más de 1 100 kilómetros) en silla de ruedas. Y, por supuesto, volvió a correr en una categoría de TC Mouras en Argentina.

—¿Por qué el nombre de tu grupo tiene la palabra “revolución”?

—Con la discapacidad se convive y se vive. Hay algunas que son más severas que otras. Por ejemplo, ¿a vos te falta una pierna? Bueno, podés hacer muchas cosas y desenvolverte en diversos ámbitos de la vida. La sociedad nos pone en un lugar extraño porque sigue viendo a los discapacitados como bichos raros. Sueño con que las generaciones futuras vean a los rengos, por dar un ejemplo, como un ser funcional, como cualquier persona. Creo que en eso consiste la revolución.

—Leí que en otras entrevistas hablabas de “desmitificar” la rehabilitación. ¿Qué significa eso? ¿La gente te sigue preguntando si vas a volver a caminar?

—Claro. Mucha gente piensa que mi vida depende de una rehabilitación exclusivamente. Yo me lesioné hace 12 años y mi vida continuó desde entonces. No me lesiono todos los días. El que te conoce no lo pregunta, pero hay muchos que todavía me dicen: “¿Cómo va lo tuyo? ¿Estás con rehabilitación? Hay algún avance tecnológico nuevo”. Yo no dependo de esas cosas. La verdadera rehabilitación es reinsertarse en la sociedad porque la vida continúa. No me quita el sueño volver a caminar.

—¿No?

—Para nada. Insisto: las personas con discapacidad no son bichos raros. Vamos a romper esa idea cuando logremos que cada uno vaya detrás de las cosas que tiene ganas de hacer. Ayudar transforma el resentimiento de la persona con discapacidad. Cuando comencé a involucrarme en el mundo de la discapacidad, descubrí que había cierta visión de morbo y de algo lastimoso y ejemplificador.

—Incluso decís que tuviste la suerte de vivir una vida convencional y una con discapacidad. Y te quedás con la última.

—Porque es un desafío constante. El grupo se llama “Revolución: capacidad diferente sin límites”. Cuando usás la palabra “discapacidad”, la gente se frena. ¿Por qué la capacidad diferente es necesariamente inferior? Un periodista deportivo puede decir: “Messi es un fenómeno. Tiene una capacidad diferente”. Es un juicio valorativo superior, que en los discapacitados tiene una carga negativa. Incluso muchas veces los responsables, sin quererlo, suelen ser los padres. Viven dispuestos a que su hijo tenga una mejora en su condición física y eso limita su desarrollo en otros ámbitos. Los sobreprotegen mucho. La capacidad es lograr lo mismo de una forma distinta, y eso te lleva a un gran desafío principalmente en el ámbito social.

—De todas formas, la discapacidad es transversal y atraviesa todas las áreas de la sociedad.

—Sí, por supuesto. Me refiero a que dentro del motociclismo podría haber sido campeón o apenas uno más del montón. Hoy, en mi condición, competir tiene otro sabor. Mi lesión no significa solamente no mover las piernas: no tengo fuerza abdominal. A partir del pecho, no siento ni muevo nada. ¿Entendés que para mí es un desafío que va más allá de lo físico?

Claro que para Nimo no fue fácil el proceso de adaptación. Él tiene un discurso muy claro y lúcido, pero no vive solo en una isla. Cuando intentó seguir compitiendo, tuvo que enfrentarse a las asociaciones que aglutinan los torneos de motociclismo y automovilismo en Argentina. Su pedido era concreto y simple: adaptar un vehículo de competición a sus necesidades. Nada fue fácil para Gatito.

—¿Te negaban los permisos?

—Como no es políticamente correcto hacerlo, usaban muchas formas prolijas con el objetivo de negarme la autorización. El discurso se podría resumir en una frase: “Te estoy cuidando por si te pasa algo”. No es un argumento. Sencillamente se trata de miedo a lo desconocido porque todo era muy nuevo.

—Además, cuando se habla de discapacitados haciendo deportes, la gente siempre lo relaciona al tenis, el basquetbol… En fin, deportes menos “riesgosos” y sin grandes adaptaciones.

—Exactamente. Al principio, me armé mi propio cuatriciclo, karting y hasta una moto. Conseguí que me habilitaran. Después de muchos años de insistencia, logré llegar a una categoría del automovilismo nacional. Es un deporte fuerte, con muchos altibajos y en el que te ves obligado a entrenar la parte física.

—Claro, un deporte de alto rendimiento…

—Exacto. Es un sacrificio bastante grande, pero yo quería mostrar que estaba en condiciones de hacerlo. Nunca quise enfrentarme a las autoridades. Entendí que para ellos mi caso no era fácil ni sencillo porque quería pelearles de igual a igual a los convencionales.

—¿Crees que todavía no estamos acostumbrados a eso?

—Para nada. Dando esa lucha por la autorización, llegué a pensar que no mover las piernas era la cuestión más pequeña. Encontré un caso parecido al mío en Europa y no mucho más. Fue un periodo muy largo de pedidos e insistencias, que luego terminaban en una negación. ¿Sabés qué pasa? No pensamos en la inclusión de la discapacidad a lo convencional, pensamos en crear una categoría para discapacitados. Quise desafiar esa idea. Necesitaba que me dejaran intentarlo, y lo logré.

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