Periodismo imprescindible Miércoles 24 de Abril 2024

Sí, esto es una revolución

Habría que tener los oídos y los ojos muy tapados a fin de no darnos cuenta de que presenciamos hechos culturales históricos para la comunidad latina. Desde que los millennials estamos vivos, nunca habíamos sido testigos de una insurrección tan importante en la música popular como la de este momento
20 de Mayo 2018
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POR DIEGO URDANETA

Recuerdo que estaba sentado en algún pupitre del colegio junto a mis compañeritos de primaria en el salón de clase, cuando un amigo que no me caía muy bien me pasó un discman antishock plateado, que tenía un disco pirata con solamente una canción: “Gerla”, de Doble Impacto. Al ponerme esos audífonos negros, con los auriculares un poco rotos que hacían que el sonido saliera más distorsionado, mi reacción fue la misma que la de cualquier persona que está presente ante algo novedoso, raro y extraño: desagrado y rechazo total.

Somos criaturitas que le tememos al cambio, estamos hechos de rutinas para mantener una cierta estabilidad o salud mental, y cada vez que llega una idea o situación a tratar de cambiar la manera en la que nos levantamos de la cama a diario (con los ojos llenos de lagañas) o percibimos el mundo, creamos una capa ancha y larga de resistencia que solamente provoca que salgan prejuicios de nuestra cabeza y boca.

Me gusta llamar a lo que está pasando con el reggaetón una “revolución musical” porque soy fiel creyente de llamar a las cosas por su nombre y apellido, y creo que además de ser una revolución, es la más importante del siglo XXI, hasta ahora. Según la RAE, una revolución es una “acción y efecto de revolver o revolverse. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”.

Guiándome por la RAE, el reggaetón ha revuelto el mundo entero, parió el video más visto en la historia de Youtube (“Despacito”), y logró que blanquitos como Justin Bieber, Demi Lovato, Diplo, Ed Sheeran, y muchos más, se sintieran seducidos por experimentar con sus ritmos. Cambió la música popular para siempre: desde cómo lanzar una canción (singles) hasta la manera de vender a un artista en esta época de redes sociales (RS). Y sí, obviamente fue violento: el asesinato en views que logra cada rola hace que sea sumamente injusto comparar a los artistas del género contra, digamos, cualquier banda o artista de la industria musical. Es como poner a pelear a Yokozuna contra Hugo Sánchez en un domo de sumo. Yokozuna se comería a Hugol porque es otro deporte, otra liga, y eso es lo que a veces parecen los hits del reggaetón. Amo a Hugo y sus chilenas, obviamente.

No estoy sugiriendo que toda canción con un chingo de views automáticamente se vuelve buena, no soy tan estúpido y tampoco soy Aleks Syntek. Sabemos que calidad no siempre va de la mano con cantidad de ventas o impacto popular, ¿pero hay alguien con dos oídos que pueda llamar a “Despacito”, “Mi gente” o “X” ‘malas canciones’? El nivel de producción y composición en las mismas supera todo prejuicio social o clasismo. Y sí, es una de las maravillas de una sociedad derrotada por el capitalismo tardío y la globalización. Quizá el éxito de este género en las RS y plataformas de streaming sería el bebé hermoso que sale luego de que el capitalismo y la globalización tienen sexo. ¡Qué diría Marx! Pinche pendejo, de seguro estaría más del lado de Syntek que del de la gente de bien.

Todas las revoluciones tienen algo en común: molestan a un chingo de personas y generan muchísimos detractores.

Y bueno, eso más que algo negativo me parece algo hermoso, ya que las ideas que vienen dentro de esa revolución agitaron los cimientos de antiguas y obsoletas ideas de gente que ya no tiene la frescura mental para ver hacia otro lado. Cada vez que apareció un nuevo género musical en la historia fue criticadísimo y poco aceptado: el vals en México, el rock n’ roll era “música brutal, fea, desesperada, y viciosa forma de expresión” según Sinatra; el hip hop, “música de delincuentes”, y varios casos más.

Y todo esto está unido a quiénes somos como sociedad: normalmente hemos desechado cualquier género cuyo fuerte esté en las clases sociales bajas, o personas de color. Los latinos, para todo lo que hemos sufrido en la historia, somos muy racistas. Y es un racismo hipócrita, es como si despreciáramos nuestras raíces africanas y todo lo que nos recuerde de dónde venimos, mientras en Europa y Estados Unidos se les hace agua la boca al estudiar nuestra cultura, entenderla, y además tratan de apropiarla en su día a día a fin de sentirse mejores como personas.

El reggaetón se volvió pop: de popularidad y de influencia en la calle. Los Beatles fueron pop porque hicieron música que pedía la época: la era de la TV a color, los satélites, la revolución sexual. Si el reggaetón hoy en día tomó el lugar que tuvo en su momento la música de los Beatles, es precisamente porque una generación como la nuestra lo requiere y, sobre todo, lo pide. En el 2018 necesitamos música lista y hecha para Instagram, artistas hechos y listos para Instagram: Los Bad Bunny y J Balvin son el mejor ejemplo.

El pop del presente y futuro seguirá pasando por los ritmos del dembow, queridos cohabitantes del mundo post Black Mirror. Somos testigos, con asientos de primera fila y lentes 4D, de una transformación de la música popular pocas veces experimentada por la comunidad latina. El tango, la bossa nova, la salsa, y ahora el reggaetón. Y si hoy, en pleno 2018, aún les da dolor de ojos, cabeza y alma leer esto, pues eso significa que no están entendiendo el memo.

Esto viene de nuestros ancestros, de las veces que fuimos los domingos a tomar consomé de pollo de la olla de la abuela, las clases de salsa que nunca tomamos, las tardes de bailar cumbia con nuestra mamá luego de asistir a la escuela en vez de dormir, e incluso las palmas de las manos que nos sirven los tacos al pastor al levantarnos bien crudos los sábados luego de meternos cualquier droga en algún antro. Todo esto es una mezcla precisa y exacta de las personas que somos hoy y representa nuestra latinidad más que nunca. Y, como me dijo J Balvin mientras nos mirábamos a la cara, tomábamos botellas de agua al tiempo y cruzábamos nuestras piernas cuidando que nuestros tenis no se ensuciaran (obviamente los de él cuestan lo que gano en un mes de chamba): ser latino es cool.

Bienvenidos a la revolución musical –y cultural– más importante del siglo XXI. La entrada es gratis, la salida… ya veremos.

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