Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

Un ícono silenciado

El Big Ben está desmantelado. Se encuentra cubierto por andamios y así permanecerá hasta 2021. Sus últimas campanadas sonaron el 21 de agosto de 2017 y aunque seguirán repiqueteando un par de veces al año, esta será la única vez en que el reloj más exacto del mundo enmudecerá durante tanto tiempo
07 de Enero 2018
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POR LUCÍA BURBANO /  LONDRES, REINO UNIDO

Los turistas que visiten Londres en busca de una selfie o una fotografía de recuerdo con el reloj más famoso del mundo se llevarán una decepción. Big Ben, nombre de la campana de 13.7 toneladas que “canta” la hora en la nota Mi para todo el país, se encuentra cubierto por andamios hasta 2021, debido a las labores de conservación y restauración que se llevan a cabo en el reloj y en la torre que lo alberga, denominada Elizabeth en honor a la reina. Sólo una cara del reloj permanecerá visible y marcará la hora en silencio. Como el mecanismo será restaurado, se empleará un motor eléctrico con la finalidad de mover sus manecillas durante todo este tiempo.

En lo que respecta al Gran Reloj –así lo apodan– está siendo desmantelado pieza a pieza y su engranaje examinado y reparado. Los cuatro diales se limpiarán, su marco de hierro será renovado y sus agujas restauradas. El conjunto de los trabajos tendrá un costo de 82 millones de dólares, el doble de lo presupuestado en la primavera de 2016.

Doce mil personas visitan cada año este monumento, que forma parte del conjunto arquitectónico del parlamento británico. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, fue nombrado el edificio más singular del país en 2008. El diámetro de los diales del reloj mide 7 metros y cada uno está cubierto por 312 páneles de cristal. La manecilla horaria mide más de dos metros y el minutero algo más de cuatro. Por la noche, 28 bombillas extra grandes de 85 W y gran eficiencia energética iluminan su esfera. Cada una de estas bombillas tiene una vida útil de 60 000 horas.

Las últimas campanadas sonaron el 21 de agosto de 2017 a las doce del mediodía, y aunque seguirán repiqueteando durante algunas ocasiones, como en fin de año o el 11 de noviembre –día en el que se conmemora a los caídos en la Primera Guerra Mundial–, esta será la única vez que el reloj enmudecerá durante tanto tiempo. En 1916 lo hizo durante dos años para evitar llamar la atención de los zepelines alemanes en plena guerra; la última, fue en 2015, cuando se descubrió que iba siete segundos adelantado.

EL MÁS PUNTUAL

Las primeras campanas repicaron con fuerza el 11 de julio de 1859. Unos años antes, en 1834, un incendio destruyó el Palacio de Westminster, por lo cual lo reconstruyeron de nuevo. El nuevo edificio, encargado al arquitecto Charles Barry, debía incluir una torre y un reloj que tenía que cumplir los siguientes requisitos impuestos por George Airy, astrónomo real: “Sus campanadas debían registrar la hora precisa con un segundo de margen y su actividad telegrafiada dos veces al día al Observatorio de Greenwich, donde se mantendrá un registro de su desempeño”. Edmund Beckett Denison diseñó el reloj y Edward John Dent y su hijo Frederick fueron los encargados del montaje. El conjunto formado por el reloj y las campanas era tan colosal que hicieron falta dieciséis caballos para transportarlo hasta la torre.

“En aquella época, el Imperio Británico se encontraba en su máximo apogeo, y este reloj era toda una declaración de intenciones de mostrarle al mundo lo avanzada que era la tecnología británica”, explica Melvyn Lee, director de Thwaites & Reed, empresa relojera responsable del mantenimiento del Gran Reloj durante 30 años.

Para comprender por qué se trató de un hito y el contexto histórico de su construcción, Lee explica que la Revolución Industrial había tenido lugar en Europa 150 años antes. La Inglaterra Victoriana se situó a la cabeza de la innovación gracias a su capacidad para manufacturar navíos, trenes y otras infraestructuras que siguen en pleno rendimiento en el siglo XXI. Con el propósito de coordinar la industria naviera y regular otros sectores, era preciso contar con un reloj extremadamente puntual. El relojero enfatiza su importancia equiparando la construcción del Gran Reloj con la llegada del hombre a la luna.

“En aquella época, la gente no tenía relojes en casa, y si los tenía no eran muy puntuales. Sus campanadas eran la única forma de saber cuál era la hora correcta”, explica Lee. Hoy en día, el reloj es responsable de minutar las sesiones del parlamento y de la Cámara de los Comunes, y su esfera se vislumbra desde el Palacio de Buckingham, la residencia de la reina.

Su mecanismo todavía data de aquella época, y los martillos que provocan el repique de las campanas se accionan mediante la gravedad. “El reloj cuenta con una característica inusual; al marcar la hora, eleva los martillos un segundo antes, de ahí su precisión”, comparte el relojero. Esto es debido a una sofisticada pieza que aísla el péndulo del engranaje y permite que los elementos que golpean las manos del reloj no afecten la puntualidad del mismo.

Otra faceta que lo hace particular es que el volumen del repique de sus campanas puede regularse. Su melodía se ha escuchado en lugares como Windsor, que se encuentra a 37 kilómetros del reloj, y también ha sido protagonista acompañando, de forma más silenciosa, a las marchas en funerales de Estado, una tradición que comenzó con la muerte de Jorge VI en 1952. “Para lograr este sonido más suave hay que colocar una bolsa de piel sobre la campana y modificar parte de su mecanismo”, explica Lee.

LOS 320 ESCALONES

Melvyn Lee y su empresa se encargaron del mantenimiento del reloj hasta 2002, cuando esta tarea empezó a gestionarse desde el propio parlamento. “Aunque fue la empresa Dent y no nosotros los que ganaron el concurso para manufacturar el reloj, Thwaites & Reed es la compañía relojera más longeva del mundo, ya que ha estado operativa de forma ininterrumpida desde 1740”, explica Lee. Cuando Dent quebró en los años 1970, la empresa de Lee era la única capacitada para llevar a cabo esta tarea.

Si bien los responsables han cambiado, la rutina de mantener al reloj puntual no ha variado un ápice. “Un equipo de seis personas de Thwaites & Reed se encargaba de verificar la puntualidad del reloj tres veces por semana. Nunca faltaron voluntarios, aunque el único requisito para realizar este trabajo era que debía tratarse de especialistas jóvenes y fuertes, capaces de subir a pie las 320 escaleras de la torre (que mide 926 metros) hasta la sala de máquinas, con las herramientas necesarias y a veces con la ayuda de grúas”, explica Lee.

“El contrato estipulaba que el reloj no puede parar en ningún momento, sólo puede hacerlo dos veces al año, en verano y en invierno, para ajustarlo al cambio de hora”, continúa. Para ajustar las manecillas, el equipo cuenta con cuatro horas, de diez de la noche a las dos de la madrugada. “Alguna vez tuvimos que desmontar parte del mecanismo y llevarlo al taller, así que te puedes imaginar la presión que existía para lograrlo a tiempo, aunque siempre lo gestionamos bien”, recuerda.

Tal responsabilidad supone un “orgullo”, y mantener el prestigio del reloj como el más puntual del mundo, todavía más. No obstante, Lee dice que es un “misterio” que el Gran Reloj tenga que detener su actividad durante tanto tiempo, y recuerda que esta no es la primera vez que se restaura parte de la torre o del reloj. En 1998, por ejemplo, se realizaron trabajos de conservación en la piedra de la torre y el mecanismo del reloj no paró. “En 1976 hubo una explosión dentro de la torre, que destruyó parte del reloj pero en seis meses logramos reconstruirlo”, explica.

El hierro empleado en el reloj es el original ya que, según Lee, “es imposible mejorarlo”. “Al moverse con la gravedad, no depende de energía externa para darle cuerda, simplemente hay que elevar los pesos y cuando estos caen el reloj se pone en funcionamiento”, explica. El relojero afirma que su ingeniería es de tal calidad que predice que el Gran Reloj seguirá marcando la hora puntualmente dentro de 200 años. 

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