Periodismo imprescindible Martes 23 de Abril 2024

¡A comer! ¡A pecar!

No sólo los atascones de comida callejera son gula. Obsesionarte con tener el refrigerador lleno y desperdiciar la comida es, quizá, el peor pecado que cometemos en México
01 de Abril 2018
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POR ROGER VELA

Varias personas salen apresuradas entre el calor que comienza a sentirse en la capital mexicana. Bajan de edificios vestidas con camisas blancas metidas en pantalones negros de vestir. Ellas llevan una falda arriba de las rodillas y saco de color claro, atraviesan la calle y piden una torta de tamal verde con atole champurrado para acompañar –todo un clásico–; otras se amontonan con el señor que en su bicicleta carga una canasta cubierta de hule azul. Piden tacos de adobo, frijol, chicharrón y papá, ¡ah, y una coca!, a fin de que no se atore. No te hagas, tú eres uno de ellos.

Pruebas el último bocado, embarras la grasa de tus dedos en el papel de estraza. Regresas al trabajo porque sólo tenías 15 minutos para desayunar. Comiste como si no hubiera un mañana porque en tu casa no te dio tiempo de probar bocado antes de salir. Te sientas, exhalas con aroma a cebolla o manteca.

Segundos después llega la culpa. “Ahora sí comí como un cerdo”, te dices a ti mismo mentalmente. Crees merecer una pena por tu forma de comer. Piensas en mejorar tu dieta, hacer ejercicio, cambiar tus hábitos alimenticios. Son las 10 de la mañana. A las tres lo vuelves a hacer. Vuelves a pecar. Serás castigado por ti mismo.

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Es claro que en México, muchas veces, no nos alimentamos con el propósito de satisfacer de manera adecuada nuestras necesidades básicas, sino que comemos hasta el fastidio, hasta que ya no podemos más, hasta que nuestros estómagos se hinchan al límite. No te hagas, también lo haces, al menos tres veces por semana.

Para nadie es un secreto que la comida mexicana es deliciosa, internacionalmente ha sido reconocida por su variedad de sabores y platillos. ¿Nuestro mayor orgullo es también nuestra mayor penitencia? ¿Será un castigo divino por caer diariamente en la exquisita tentación de satanás y repetir una y otra vez el error de Adán y Eva sólo que con tacos en vez de manzanas?

Eso explicaría muchas cosas. Quizá entenderíamos por qué en México ocupamos el primer lugar en sobrepeso y obesidad entre los 35 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), superando incluso a Estados Unidos. O tal vez comprenderíamos por qué “en América Latina y el Caribe, la mala alimentación mata más que el narcotráfico, el crimen organizado o la violencia”, como afirmó Julio Berdegué, subdirector de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Pero no, las causas que explican este problema, según los expertos, son los malos hábitos alimenticios, la falta de ejercicio y el sedentarismo. Las consecuencias: diabetes, hipertensión y padecimientos cardiacos, entre otros, además de los aprietos económicos para quienes sufren estas enfermedades y para los Estados que destinan parte del gasto público con el fin de prevenirlas y tratarlas. La gula es cara.

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Nuestra mala alimentación comienza muchas veces desde la forma en la que compramos nuestra comida. “Obtén tu tarjeta Sam’s Club. Adquiere tu membresía Costco”, te dicen los empleados de dos de las más famosas tiendas de mayoreo, esas que para rebajar un poco los precios te obligan a comprar la mercancía por paquetes: una caja de leche, dos frascos de café, tres cajas de cereal, cuatro kilos de arroz, cinco latas de atún, un kilo de carne, dos paquetes de pan.

A pesar de que las familias pequeñas no necesitan alimentar a un ejército, aspiran a tener su cocina abastecida como una nave industrial.

—¿Por qué? –se le pregunta a Lucía, un ama de casa que vive con su esposo y dos hijos menores de 10 años.

—Creemos que es más barato comprar en esas tiendas que en otros lados, y pues la verdad, la membresía anual que uno paga por el servicio da estatus.

—¿Compara los precios de esas tiendas con los mercados locales?

—Casi no.

—¿Se le ha echado a perder la comida?

—Sí, varias veces: el pan 12 granos, en una ocasión compramos demasiado y en 10 días ya no servía. También nos ha pasado con el yogur.

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Mucha gente se obsesiona con tener un refrigerador completamente lleno, aunque olvide durante días sus productos y se echen a perder. Es una cuestión aspiracional abrir la puerta del refri y escoger entre una amplia variedad de alimentos. La culpa llega cuando te das cuenta de que algo huele mal y debes tirarlo a la basura. Y pese a que en México el desperdicio de comida es penado moralmente, todos los días lo hacemos.

En este país tiramos 20.4 millones de toneladas de comida al año, de acuerdo con cifras del Banco Mundial. Esa cantidad alcanzaría para alimentar a 7.3 millones de personas. Desperdiciamos cada 12 meses el 34 % de la producción nacional de alimentos. Anualmente tiramos el 38 % de la producción de pescado, el 40 % de carne de cerdo, el 39 % de jitomate, el 37 % de huevo y hasta el 28 % de nuestro santo grial culinario: la tortilla.

Es casi irónico que todavía digamos en la mesa frases como “Con la comida no se juega” o “Aquí se come todo, nada se deja ni se desperdicia” –¡ajá!–. Hay casos extremos en los que los padres de familia obligan a los niños a comer platos que contienen una porción para adultos, a pesar de que los menores muestren su rechazo. La gula mental de los padres y “sus valores” provoca niños obesos y enfermos.

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Lo que comemos es, en parte, reflejo de quiénes somos. Por eso, muchos presumimos nuestros pecados en historias de Instagram en las que detrás de un filtro previamente seleccionado mostramos nuestro alimento del día con frases que buscan justificar nuestra mala alimentación: “Porque lo merezco”, “Ya me hacía falta”, “¡A comer!”. No te hagas, también lo has hecho.

Dante Alighieri plasmó en La divina comedia la máxima de los excesos. Ahí asocia la gula con el consumo excesivo de comida y bebida. Menciona que en la sexta grada del purgatorio una turba de glotones penitentes, con los ojos hundidos y una cara demacrada que deja ver la forma de los huesos, se excitaba ante el deseo de comer una manzana, pero como castigo no le permitían deleitarse con la comida y padecía hambre y sed.

La amplia gama culinaria que gozamos en la actualidad provoca que, en contraste con el purgatorio de Dante, miles coman en exceso a fin de satisfacer la gula y no el hambre.

Sin embargo, esta gran comilona, uno de los placeres de la vida, también provoca el vómito. No serás castigado por ningún dios después de comer hasta el hartazgo. Pero sí es un pecado para tu salud, tu economía y tu autoestima. Te aseguro que te arrepentirás en el reino de los vivos.

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