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Abuso normalizado

La violencia psicológica que se ejerce cuando hay abuso sexual está arraigada más allá de un momento específico; viene desde las raíces del comportamiento que se enseña a hombres y mujeres, con el que conviven desde pequeños hasta que son adultos
24 de Noviembre 2018
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POR ARANZAZÚ AYALA MARTÍNEZ

“Si no es violación entonces de qué te quejas, entonces no pasó nada”, esta es una frase que se repite una y otra vez en la cabeza de muchas mujeres víctimas de abuso. Están seguras de que no hay nada grave porque el mundo donde viven les ha enseñado que si no hubo violación entonces no hay nada malo, entonces no hay de qué quejarse.

Pero ahí yace el problema: hay toda una normalización psicológica del abuso sexual que va desde la educación que reciben de manera distinta hombres y mujeres hasta el sistema de justicia.

La violencia psicológica que se ejerce cuando hay abuso sexual está arraigada más allá de un momento específico; viene desde las raíces del comportamiento que se enseña a hombres y mujeres, con el que conviven desde pequeños hasta que son adultos.

La psicóloga Zoelia Salinas, educadora sexual y especialista en abuso sexual infantil, explica que a las mujeres en México, al menos hasta la generación actual, las educan para que no den problemas, para agradar, para dar, para estar atentas a las necesidades del otro. Y a los hombres les enseñan a tomar, a recibir, a ser merecedores.

La mujer, dice la psicóloga, se forma con el dar y dar, sin cuestionar, mientras que el hombre es acostumbrado a recibir así porque sí; esto tomando en cuenta cómo se ha educado a los mexicanos durante las últimas cuatro o cinco generaciones, y por supuesto generalizando.

Sin embargo, dicha forma de pensar y tales creencias arraigadas de manera prácticamente inconsciente provocan que el abuso sexual se normalice y ni siquiera se reconozca como tal.

Zoelia explica que dentro de la psicología hay elementos que favorecen que ocurran los abusos, porque son incentivos para la disparidad. La configuración psicológica de la mujer, educada a “ser para los otros”, y creciendo con mucha menos estimulación a dar su opinión, se entrelaza en un tejido muy fino, casi imperceptible, con el hecho de que los hombres a veces ni siquiera registran que están cometiendo un abuso. Esta trama crece y acompaña a las mujeres y a los hombres durante toda su vida, llegando al punto de permitir que distintos tipos de abuso no sean identificados.

Casi siempre existe una disparidad en el imaginario colectivo entre géneros y la creencia desde la psicología en que las mujeres son “ciudadanas de segunda”, dice Zoelia. La mujer casi siempre está en una situación de vulnerabilidad, como en un escalón más abajo.

La psicóloga pone un ejemplo: imaginemos una oficina donde una mujer y un hombre trabajan juntos y tienen el mismo puesto. En el día a día él le dice a ella “piropos”, como “oye, qué bien te ves”, o “mi día ahora está mejor desde que te vi”. A ella le incomoda pero no dice nada. ¿Y por qué él no le hace los mismos comentarios a un hombre? Porque un hombre va a responder, un hombre “no se va a dejar”. Sin embargo las mujeres, “con este temor a no ser escuchadas, a pensar automáticamente ‘no nos van a creer’, nos callamos y entonces estas conductas que nos incomodan las permitimos, y podemos permitir cosas más graves también sin darnos cuenta”.

Reconocer y denunciar

En el ámbito de la psicología, dice Natali Hernández Arias, psicóloga de la organización CAFIS, que trabaja con violencia de género, hay varios síndromes que se han estudiado, relacionados con la violencia de género y específicamente a agresiones sexuales. Uno de los más graves corresponde a las consecuencias de vivir un abuso silencioso o normalizado: manifiestan aislamiento, ansiedad social, reducen sus grupos de amistades porque sus vínculos cercanos se rompen y tienen una sensación de desconfianza con el entorno. “Se vuelcan en su malestar en vez de lo que lo originó”, explica, y esto llega a causar incluso dolores físicos.

También la salud emocional de quienes enfrentan abuso se convierte en otro obstáculo, porque de entrada les cuesta más, tanto aceptarlo como decirlo. “Se dificulta porque las mujeres piensan que primero necesitan resolver su salud emocional para que les crean, porque si no van a decir ‘ah, claro es que está deprimida’, o ‘tiene baja autoestima’”, dice.

Y en el sistema de justicia esto se acentúa, pues son percibidas como personas inestables a quienes no se les puede creer.

Si en México ya existe una cifra negra de denuncias, que refiere que apenas entre el 2 y el 8 % de los delitos totales se denuncian, los delitos sexuales están entre los menos denunciados y el abuso es todavía más difícil, al no aceptar que se es víctima de un delito.

Otro de los obstáculos que causan toda esta normalización desde la psicología y la sociedad es que el abuso sea un tema que no es público. Natali Hernández dice que es un asunto que no se menciona tanto como los feminicidios, ni tiene el impacto de otras formas de violencia  sexual y de género, como la violación. Eso tiene que ver con que todavía nos falta como sociedad ese reconocimiento y conocimiento, esa aceptación y entendimiento de que un “piropo” no solicitado, un tocamiento, un acoso, son formas de abuso.

Aunque lentamente, el panorama del reconocimiento y la visibilización de los distintos tipos de violencia de género van cambiando. Por ejemplo, los cambios del registro de delitos del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) y la Encuesta nacional sobre la dinámica de las relaciones en los hogares 2016 (ENDIREH) del Inegi por primera vez reconocen otros tipos de delitos sexuales y el abuso en sus distintas formas como una conducta que no sólo es anormal sino que es ilegal.

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