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Amores perros (y gatos)

En México, hay un bebé por cada 8 perros domésticos. Las familias se transforman, y mientras la natalidad va a la baja, la presencia de mascotas en los hogares va, firme, al alza
17 de Abril 2017
Especial
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Por: Julieta Sánches y Javier Pérez

Cuando ella abre la puerta del edificio en los alrededores del Parque México, Anyu sale disparado a recibirla. Parece como si no se hubiesen visto en días, pero apenas tienen unas horas separados. Anyu es un perro criollo mediano y brinca al regazo de Atzimba, su humana, quien le habla cariñosamente y lo acaricia mientras lo lleva al interior. Se conocieron hace cuatro años y medio, cuando ella, rescatista voluntaria, lo encontró muriéndose en la calle. El vínculo fue inmediato y ahora comparten una vida juntos.
“Lo cuido y tengo muchas responsabilidades con él de por vida, como un hijo”, dice ella sentada en un sofá de su departamento, en el que, salvo por un par de tapetes en forma de hueso, sería difícil imaginarse un perro, por el orden que tiene. Sin embargo, ese es el hogar de Anyu que está echado junto al ventanal y parece contemplar la espectacular vista al parque que tiene desde las alturas.

Perrhijos y gathijos

Vaya uno a saber cómo surgió el término, no obstante, es cada vez más frecuente escucharlo y adoptarlo.

Perrhijos e incluso gathijos. ¿Cómo identificar a una persona que tiene un perrhijo? En el sitio web perrhijos.com.mx, se enumeran las siguientes características: “Le pusiste un nombre de perro o de persona, vive dentro de tu casa, puede subirse a los sillones o a la cama, tiene más de 10 juguetes, le dices bebé, mi vida, etc. Puedes regresarte de una fiesta para estar con él o bien lo llevas a la fiesta, le celebras sus cumpleaños, va de vacaciones contigo y come comida de perro y de humano”.

En el estudio Los perrhijos, hecho por De la Riva Group, se añade que un perrhijo “tiene ropa, accesorios y muchos juguetes. Convive más con personas que con perros. Duerme muy cerca de su dueño. Tiene acceso a todos los espacios de la casa. Acompaña a su dueño a todos los lugares a los que puede. Pasa más de 2 horas al día con su dueño. Recibe regalos de navidad y/o cumpleaños. Normalmente es de raza pequeña”.

En el Parque México, en la colonia Condesa, existe un espacio acondicionado exclusivamente para perros, y allí hay algunos que usan camisetas o mascadas. Pero la zona no importa, pues lo mismo caminamos unos cuantos pasos por la colonia Las Américas, en el municipio mexiquense de Ecatepec, y nos encontramos  con un par de chihuahuas vestidos, hasta uno de ellos con un jersey de los Dallas Cowboys hecho a la medida.

En el Metro, vemos a otros en bolsos de viaje en los brazos de sus humanos. En las calles, observamos a algunos asomando la cara por la ventanilla de los autos. Otros más esperan pacientemente al lado de la silla de sus dueños en los cada vez más comunes restaurantes pet friendly de la Ciudad de México.

Y es que, según un estudio de Consulta Mitofsky, la presencia de mascotas en el hogar parece no estar relacionada con el nivel socioeconómico. De hecho, los niveles alto y bajo tienen una proporción parecida: 56.1 y 55.8 por ciento; la mayoría de esas mascotas son perros.

De la Riva Group, por su parte, dice que hay un bebé por cada ocho perros domésticos y las estadísticas indican que mientras la natalidad va a la baja, la llegada de mascotas a los hogares mexicanos va al alza.

El término perrhijos es polémico. Ulises Gamiz, fundador del portal PerroContento.com, está de acuerdo con el concepto, aunque prefiere llamarlos “hijos-perros” y explica: “Realmente se convierte en un hijo por lo que significa en tu vida. Tiene su personalidad, te entiende y lo entiendes, es parte de la familia 100 por ciento. Yo tengo dos perros, para mí ambos son como niños, la comunicación es total, como si fueran personas. Pero yo no los visto, porque los perros no necesitan ser vestidos”.

Sin embargo, el término saca ámpula en otros, incluso entre gente que no sólo tiene perros, sino que además se dedica a cuidarlos profesionalmente, como Mónica Aguilar, una veterinaria que desde hace 12 años dirige Kinder Canino –ubicado en la colonia Álamos, en la Ciudad de México. Es un lugar donde los perros pueden tomar clases de entrenamiento y, también, ocupar los servicios de estancia, guardería y de estética.

A ella, que tiene dos perritas en casa, le parece un exceso llamarlos perrhijos. “No me gusta para nada. Generalmente quienes los llaman así los traen todo el día, son los que no quieren que huelan la popó de otro, pero eso es normal para un perro. A mí me gusta más decir que el perro es parte de mi familia pero sigue siendo un perro”.

Atzimba, quien permite que Anyu ande por todo el departamento e incluso le ha enseñado a comportarse para trasladarse en moto, concuerda con ella. “¿Es mi hijo en términos de responsabilidades y de amor? Sí, pero es mi animal de compañía y no lo visto, todas sus cosas son de perro”.

Sin embargo Héctor Cruz, un editor que tiene dos perros, sostiene que el término no le molesta porque cuida a sus perros como si fueran de su familia y en algunos momentos, reconoce, sí los trata como si fueran niños. “Entiendo que hay gente que los humaniza y que los trata como hijos, pero en mi caso nunca olvido que son animales por más que los quiera”, aclara.
Humanizarlos es el problema, dice Ingrid, una historiadora del arte que tiene a Pomada, una gata de 12 años. “Sé que tienen sentimientos, que se ponen tristes, que se deprimen, pero humanizarlos es otorgarles un rasgo que no les va. Yo no vivo por mi gato ni para mi gato”.

Mónica recuerda un caso extremo en el que un perro perdió las nociones de su identidad. Una señora que tuvo un aborto recibió, de parte de su esposo, un pequeño chihuahua. La señora le ponía pañal para que no ensuciara la casa, pero de repente se divorció de su pareja, ella se quedó con el perro y lo golpeaba porque le recordaba al esposo. El perro empezó a tener muchos problemas de agresión: mordía a quien quería cambiarlo y su rol familiar estaba totalmente desvirtuado.

Para Ximena Bache, sus mascotas no son una sustitución de los hijos que decidió no tener. “Para mí no es una decisión de sustitución, creo que tiene que ver con si has crecido o no rodeado de animales y lo que implican en tu vida. Sí me parece que hay una tendencia a humanizarlos importante si además no hay niños. Pero (en mi caso) no es una sustitución, un hijo es algo mucho más complejo que un perro. Y tengo una perrita (Salomé) a la que le tengo que dar enzimas pancreáticas diario, aun así no se compara”.

Asunto de jerarquías

La doctora Carolina Santillán, profesora en la carrera de Psicología en la FES Iztacala de la UNAM, dice que el término perrhijos es inadecuado. Aunque entiende que los jóvenes, que han pospuesto temporal o definitivamente el hecho de tener hijos, usen el término por facilidad; sostiene que son cosas distintas. Con una mascota, dice, siempre se tiene una relación de dependencia en la que la persona es el dueño. Con los hijos, asegura, la relación es mucho más compleja y no tiene comparación.

Se trata de ponerles reglas y establecer jerarquías, dice Yasmín Anaya, una chica de mirada relajada y que se enrolla constantemente un mechón de pelo mientras habla. Ella se dedica a impartir terapia holística a todo tipo de mascotas y también ha tomado talleres de etología canina. Ellos, dice, tienen que ver a la persona como el líder de la jauría.

En su práctica profesional, ha identificado que muchos jóvenes no tienen entre sus planes tener hijos, mas han tomado bajo su cuidado alguna mascota. “He visto mucho el caso de parejas homosexuales que dicen: ‘No tenemos niños, pero somos felices con nuestros perros’ y es muy respetable. Los cuidan, los aman y los adoran. A fin de cuentas, como que te gana el instinto de hacerte responsable de alguien, ser padre o madre, y lo puedes hacer con un animalito”.

Entonces, ¿la mascota es una sustitución de los hijos? Cuando se lo preguntamos a Atzimba, ella dice que no, que más bien se preguntó: “¿Hay un hijo en mi vida? No, no hay forma, pero un perro sí porque tengo herramientas para ayudarme a cuidarlo”.

Muchas veces, cuando los cuidados se exageran, se llega al problema que Santillán llama antropomorfizar. La mayoría de los conflictos emocionales vienen de ahí. “Está padre que los vistan, que la carriolita o lo que sea, pero llega un punto en que eso genera, y lo digo porque lo he estudiado en la etología canina –dice Yasmín–, llega un punto en que confundes a la mascota y ya no sabe si es perro o humano. Y por eso se ponen agresivos o marcan por todos lados orinando los sillones. Están expresando una molestia. La parte instintiva de los animales siempre va a estar ahí”.

Hormonas de amor

El cariño que se manifiesta hacia los perros tiene una explicación que involucra la oxitocina, conocida como la “hormona del amor”, la cual juega un rol primario en regular el vínculo afectivo entre madres e hijos y entre compañeros sexuales en especies monógamas.

De acuerdo con experimentos realizados por un equipo de científicos del Departamento de Ciencia Animal y Biotecnología de la Universidad Azabu (Japón), se  ha demostrado que la oxitocina ha creado una conexión tan fuerte entre personas y perros como la que se crea a nivel biológico entre padres e hijos. Así, el simple contacto visual entre el perro y su dueño fortalece sus vínculos afectivos, según concluye el estudio publicado en la revista Science en abril de 2015.

Ulises conoce bien ese vínculo pues hace nueve años, él mismo pasó por una etapa difícil: su divorcio. “Mirko se acercó a mí, yo estaba sentado en un sillón, muy deprimido, y puso su cabeza en mi regazo y me miró, pero con empatía, como diciendo ‘No te preocupes’. En ese momento mi perro mostró empatía por mí y una preocupación real. Es donde cambió mi enfoque: es un ente pensante que se preocupa por ti, va mucho más allá del concepto de mascota, ahí empezó mi interés genuino”.

De acuerdo con la doctora Carolina Santillán, tener una mascota aporta beneficios en el apego y la socialización. Según estudios, dice, las personas viudas o solteras se muestran más beneficiadas.

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