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Atadas por dinero

Pertenecen a distintos niveles socioeconómicos y educativos. Dentro de esa diversidad, tienen en común el maltrato contra ellas mediante el dinero, porque ellos lo saben: el dinero es poder
25 de Noviembre 2018
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POR ROGER VELA

Mis editores siempre me han recomendado comenzar mis textos con una escena, ¿pero con cuál comenzar esta vez? Podría ser con la historia de Aidé, la chica que dependía de los ingresos de sus suegros para mantener a sus tres hijos, porque su esposo no trabajaba y tampoco la dejaba trabajar porque le daban celos que conociera a hombres en su trabajo. O quizá con la de Sofía, que perdió la custodia de su hijo por no demostrar solvencia económica ante el juez. Su marido la había despojado del patrimonio que construyeron durante años y la dejó practicante en la calle. Era una venganza porque ella descubrió sus infidelidades y le pidió el divorcio.

Pero también podría iniciar con el caso de Luz, la adolescente madre de una niña cuya pareja le abrió la boca y le metió los dedos violentamente con el propósito de sacarle un trozo de chocolate que había comprado. La explicación que él le dio fue que comer dulces era un lujo y había que ahorrar dinero con el fin de pagar la renta. La verdadera razón: él necesitaba dinero para salir con otra chica.

O tal vez valdría la pena contar la situación de María Fernanda, a quien su esposo le prohibió que trabajara después de que él consiguió un buen empleo en el gobierno federal; le dijo que con su ingreso sería suficiente para mantener a su hijo y le regaló un automóvil con el objetivo de demostrarlo. Él le compra ropa, paga la escuela privada del menor y de vez en cuando costea sus cursos de coaching. A cambio, ella no debe preguntar por qué llega a la casa de madrugada, a veces completamente ebrio, ni quién es la mujer que le manda nudes a su WhatsApp.

Estas cuatro historias son un reflejo de la violencia económica que ejercen los hombres sobre sus parejas; todas son cercanas a mí. Se trata de mujeres que forman parte de mi entorno: familiares, amigas, compañeras de trabajo. Pertenecen a distintos niveles socioeconómicos y educativos. Esa diversidad muestra lo común que es en México el maltrato contra ellas tomando como rehén el dinero. Ellos lo saben: el dinero es poder; y si controlan los ingresos y los gastos las controlan a ellas. A cada una le pregunté cómo podría evitarlo, su respuesta fue la misma en todos los casos: ser independientes económicamente.

Sin embargo, el problema es muy serio: cuatro de cada diez mujeres mayores de 15 años en el país se dedican a quehaceres del hogar, por lo que no reciben un sueldo y dependen de los ingresos de su pareja. Otras cuatro están empleadas en algún sector de la economía y las demás son estudiantes o reciben algún tipo de pensión; esto de acuerdo con la Encuesta nacional sobre la dinámica de las relaciones en los hogares 2016, realizada por el Inegi.

Por ese motivo, se ve bastante difícil que más del 40 % de las mexicanas dejen el hogar y se desprendan del control monetario de sus cónyuges o novios, al menos en el corto plazo. En mayores de 60 años, el panorama también es complicado ya que 7 de cada 10 mujeres de esa edad dependen económicamente de otra persona.

Además, los datos de la encuesta muestran una realidad preocupante: el 66 % de las mujeres mexicanas han sufrido algún tipo de violencia por algún agresor; de estas, el 29 % han sido víctimas de violencia económica. Es decir, casi 3 de cada 10 mujeres en México son maltratadas mediante el dinero.

Respecto a su percepción las cosas no son muy distintas. La mitad de las encuestadas afirma que las mujeres que trabajan descuidan a sus hijos, y el 30 % no está de acuerdo con “ser igual de responsables que los hombres para traer dinero a la casa”.

No obstante, la violencia económica no es exclusiva de las relaciones de pareja, también se puede ejercer en espacios laborales en los que se les paga a las mujeres menos dinero por el mismo trabajo de sus compañeros hombres, o al negarles la posibilidad de ascender con el fin de obtener mejores puestos.

Aunque quizá una de las prácticas más comunes es cuando el hombre se niega a pagar pensión alimenticia a la madre de sus hijos o cuando pide a su patrón que declare un salario menor para otorgar menos dinero de pensión.

GRAVES CONSECUENCIAS

Omaira Ochoa Mercado, defensora de derechos humanos, explica que la violencia económica está ligada a la patrimonial, y que ambas se asientan en la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Eso en el ámbito local, en el internacional los derechos de las mujeres mexicanas a no padecer este tipo de maltratos también están consagrados en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer, firmada por el Estado mexicano.

En ese sentido, afirma, el ejercicio de la violencia económica, que parece menos dañino o cruel que otros, sí tiene consecuencias muy graves, porque vivimos en un contexto en donde la condición para sobrevivir depende del poder adquisitivo. “Si no tenemos dinero suficiente con qué alimentarnos o darles de comer a nuestros hijos o para obtener servicios de salud y vivienda, no cubriremos nuestras necesidades primordiales. Eso es lo que aprovechan los agresores”.

— ¿Qué podemos hacer para erradicar ese tipo de violencia?

— Debemos cambiar la forma en cómo formamos nuestras relaciones, principalmente las familiares y las de pareja, es decir, hay que construir una sociedad más igualitaria y menos patriarcal. Mientras eso sucede, debe haber cambios legislativos y políticas públicas encaminadas a garantizar todos los derechos de las mujeres.

— ¿Qué debe hacer una mujer que sufre este tipo de violencia?

— Lo primero es reconocer el problema, luego despegarse del agresor buscando ayuda con personas cercanas u organizaciones que trabajan por los derechos de las mujeres. Después buscar un empleo con un salario digno que les permita romper con la dependencia económica de sus agresores. El objetivo es lograr la autonomía económica y fortalecerla.

MONEDA DE CAMBIO

En todos los casos en los que pregunté sobre este tipo de violencia y en los que conozco había un factor común: los hijos. A menudo los menores son usados con el propósito de chantajear o como moneda de cambio por parte de los agresores; muchas mujeres soportan los maltratos en nombre de sus hijos.

Quienes lograron romper con esa dependencia me contaron que a pesar de que fue un proceso bastante difícil, entendieron que aguantar una vida de sometimiento monetario, a la larga resultaría peor para sus hijos por dos motivos: cuando ellos crezcan podrían reclamarles a sus madres por haber sido sumisas ante su padre o, por el contrario, quizá repetirían el mismo esquema y buscarían ejercer control sobre sus parejas mediante el dinero. “No quiero darle ese ejemplo a mis hijos”, me dijo una de ellas.

Aidé ahora trabaja los fines de semana, vive con sus padres y logró que su marido le pase la pensión correspondiente para la manutención de sus hijos. Cuida a los niños de lunes a viernes y su papá lo hace los sábados y domingos. Sofía ha sido independiente desde que se separó, creó un proyecto de emprendimiento y logró que su hijo creciera a su lado, ahora va a la universidad y quiere ser igual de autosuficiente como su madre.

Luz por fin dejó a su pareja, trabaja en una tienda de ropa con su mamá y está por graduarse como educadora. María Fernanda aún llora mientras se baña con el fin de que su esposo no la escuche; a veces comparte frases en Facebook durante la madrugada, desde su nuevo iPhone, para gritar disimuladamente su tormento.

¿Y tú a quién te quieres parecer?

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