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Criptomonedas: opacidad innovadora

La gran innovación de los bitcoins y otras divisas virtuales es al mismo tiempo un reto para la democracia y la transparencia pues podrían usarse como una alternativa fuera de las regulaciones de los árbitros electorales. Urge un órden que no llega 
y, mientras tanto, la moneda virtual 
sigue en el aire
15 de Abril 2018
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POR ÓSCAR BALDERAS

El 5 de marzo pasado, los principales medios de comunicación hablaron y escribieron sobre un extraño secuestro, inusual hasta para un país como México: un youtuber de 23 años, famoso por sus videos sobre liderazgo y paz mental, era el presunto líder de una banda de secuestradores que había raptado a una abogada en el norteño estado de Chihuahua.

La historia ya era extraña por sí misma, pero un último giro “innovador” la convirtió en un crimen nunca visto: según las autoridades estatales y federales, se trataba del primer secuestro cuyo rescate no era exigido en pesos ni dólares. Tampoco querían propiedades o autos. Ni siquiera pedían algo tangible. Lo que los secuestradores querían a cambio de entregar con vida a su víctima era algo llamado bitcoins.

La noticia de la detención de la banda y el sorprendente rescate se volvió el pretexto para que muchos mexicanos se enteraran o conversaran sobre un concepto que podría convertirse en un factor determinante en las elecciones del 1 de julio de 2018: las criptomonedas y su poder de cambiar el mundo para bien… y para mal.

Con la finalidad de entender este concepto que hasta hace unos cinco años parecía de ciencia ficción, hay que hacer una pausa. Primero, hay que saber que una criptomoneda es una divisa, como el euro o el dólar, pero virtual, es decir, no existe en papel ni en metal. Su principal diferencia con el resto del dinero que conocemos radica en que es descentralizada, pues no la emite ningún banco o gobierno, ya que uno de sus objetivos es eliminar a cualquier institución financiera como intermediaria y hacer transacciones directamente de persona a persona en Internet. Una especie de economía colaborativa que Uber o Airbnb han probado con éxito.

Debido a que las criptomonedas no las emite ningún Estado o empresa, cualquiera puede usar un código abierto y gratuito para crearlas, darles un valor y esperar que los internautas las adopten como una moneda propia. Como las fichas dentro de un casino con valor arbitrario. Actualmente, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos estima que en Internet se cambian hasta mil tipos de criptomonedas, cuyos nombres van desde ethereum, lifecoin, IOTA hasta trumpcoin y jesuscoin.

Pero la más famosa es el bitcoin, que nació en 2009 como una mercancía y, al mismo tiempo, un método de pago. Algo similar en México a los centenarios: hay gente que los usa con el propósito de cambiarlos por monedas de uso regular y comprar bienes y servicios, y hay quienes los atesora por años en espera del momento justo para vender y generar ganancias. Sólo que el bitcoin es intangible y su valor en dólares fluctúa todos los días según lo que decidan sus usuarios.

A finales del año pasado, por ejemplo, el valor de un bitcoin llegó al pico histórico de 20 000 dólares por unidad. Es decir, quien en 2011 aprovechó que un bitcoin valía 10 dólares, y lo compró, en 2017 vio aumentar su inversión hasta casi 2 000 por ciento, un negocio que ha hecho ya multimillonarios de la noche a la mañana y que hace ver diminutas hasta las ganancias de comercios ilegales como el de drogas o armas.

Y aunque en 2018 su valor se ha ido desgastando a casi la mitad, es impredecible saber si mañana esa popular moneda virtual valdrá de nuevo 
20 000 dólares o 30, 50, 100 000… o se desplomará a centavos cuando Internet encuentre una nueva criptomoneda de moda.

Los bitcoins sirven para casi cualquier cosa en Internet: en los comercios que aceptan esa divisa, se pueden cambiar por videojuegos, equipo de cómputo, boletos de avión, ropa, incluso automóviles. Gracias a un sistema conocido como blockchain, que dispersa las huellas digitales de las transacciones en millones de computadoras en todo el mundo, las bitcoins son prácticamente imposibles de falsificar y no dejan rastro alguno para las autoridades financieras.

Hoy, poderosos bancos como BBVA, Grupo Santander o CaixaBank se arrepienten de haber minimizado el poder de blockchain; luego, de intentar controlarlo, y ahora están dispuestos a unirse a ese sistema, como lo explica Mariona Vicens, directora corporativa de Innovación, Calidad y Transformación de Negocios de CaixaBank: “El desarrollo de blockchain está basado en la colaboración, y ese es el trabajo más complicado al que se enfrenta el sector financiero”.

Y ahí está la respuesta del porqué un joven youtuber mexicano exigió un rescate en bitcoins: una vez trasladada a una cuenta virtual, la más famosa criptomoneda es casi imposible de rastrear para las entidades de procuración de justicia de México o de cualquier otro país. Sería como si la Secretaría de Gobernación pudiera sancionar cada apuesta de futbol entre amigos, bajo el argumento de que cruzar apuestas sin permiso es ilegal. Es prácticamente imposible debido a que los acuerdos se hacen entre particulares.

De haber logrado su objetivo, el presunto líder de secuestradores habría obtenido el equivalente a una moneda con la que se puede comprar casi cualquier cosa y que, al mismo tiempo, es una especie de certificado de inversión que pudo volverlo millonario de un instante a otro.

Lo independiente, colaborativo y moderno de los bitcoin es también lo que representa un reto para el país en este año de comicios presidenciales, pues las criptomonedas también pueden usarse como una divisa alterna que está fuera de las regulaciones de los árbitros electorales. Hoy, ninguna norma en el Instituto Nacional Electoral regula a detalle cómo sí o cómo no los partidos políticos pueden usar bitcoins como un modo de financiamiento para intentar voltear la elección que viene.

Al usar bitcoins sería prácticamente imposible saber si el representante de alguna coalición electoral compró bots con el objetivo de inflar un trending topic en Twitter o para reventarlo a fin de impedir que la gente hable de algún caso de corrupción. También podría usarse con el propósito de comprar sitios de noticias falsas que afecten o beneficien a algún candidato en particular, o pagar por un ataque virtual a la página de algún aspirante presidencial durante alguno de los tres debates. Incluso, el bitcoin (y cualquier criptomoneda) podría ser utilizado para pagar a hackers que intentaran alterar los resultados electorales, como sucedió con la elección de Estados Unidos, según lo confirmado por el FBI.

La alerta roja de que las divisas virtuales podrían influir en la elección presidencial no preocupa sólo a los teóricos de la conspiración. Importantes instituciones mexicanas como el Centro de Respuesta de Incidentes del sector privado o la Comisión Nacional Bancaria y de Valores han pedido una ley que evite que las criptomonedas sean la bolsa oscura de los partidos políticos para pagar una guerra sucia.

Mientras la regulación sigue en espera, la criptomoneda está en el aire y los tiempos electorales ya nos alcanzaron. Nadie sabe si caerá del lado de los buenos o de los malos en los comicios del 1 de julio.

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