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Danzas 
para la paz

Desmoronar ideas arraigadas sobre la violencia 
de género es posible: Sandra lo logra a través de la expresión del cuerpo y el movimiento
25 de Noviembre 2018
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POR SEBASTIÁN SERRANO

En 2014 Sandra Gómez participó en los montajes de teatro y danza itinerantes que Jean-Frédéric Chevallier organizaba en poblados rurales de las comunidades santalí −cerca de Calcuta− en la India. En estas representaciones conoció a Chumki Hansda, una chica de 27 años que también participó bailando y con quien desarrolló una amistad muy especial. Después de un mes, una vez que terminaron los montajes, Sandra regresó a su realidad en México. Al siguiente año quiso volver, pero por varios motivos no pudo, sin embargo, Jean le dijo que Chumki le había dado una nota en la que le decía que había estado esperando que fuera y que necesitaba verla.

Dos meses después recibió una llamada del director francés en la que le daba la mala noticia: Chumki se había suicidado. Fue un golpe duro para Sandra, nunca se había percatado de que sufría violencia a manos de su esposo. Jean le comentó que él y su esposa habían intentado apoyar a Chumki, aunque al vivir en Calcuta no podían estar todo el tiempo presentes, y si se marchaban quedaba desprotegida. Supo que debido a las golpizas repetidas Chumki quiso huir a casa de sus familiares, pero según su tradición, cuando las mujeres se casan son entregadas a su esposo como si fueran una pertenencia, así que cuando él fue por ella, la tuvieron que “devolver”. Se complicó aún más la relación, ella no resistió y se ahorcó. Nadie se hizo cargo del cuerpo, así que Jean y unos amigos la enterraron en un terreno en donde construían un centro cultural comunitario.

Sandra estaba conmocionada, no sabía cómo asumir la noticia. Pasaron los meses y pudo reflexionar sobre lo que sentía y asimilar el dolor. Un año después, en 2016, Jean le escribió con el objetivo de decirle que iban a homenajear a Chumki, así que ella preparó un video-danza: Chumki Didi, hermana mayor. Desde ahí nació la inquietud de no quedarse exclusivamente en la escena y hacer algo que fuera más allá con el fin de generar reflexión y acción en la comunidad. Empezó a crear talleres para el empoderamiento de niñas y mujeres ante la violencia de género. “Aquí en México se vive esta situación desde hace muchísimo tiempo, hay una necesidad muy fuerte de expresión y cambio”.

Empezó a buscar espacios, y encontró la asociación de vecinos de Tacubaya, Unidos A.C. Esta iniciativa, dirigida por Claudia Paz, busca generar un espacio en donde se promuevan talleres dónde construir comunidades de paz. En este espacio comenzó a impartir su taller Tejiendo danzas para la paz, dirigido a mujeres adultas mayores y hombres, así como niños. Su objetivo era, por medio de la expresión del cuerpo y el movimiento, generar un espacio que permitiera reflexionar sobre la violencia de género y cómo romper con esta situación.

Al realizar un trabajo constante y de largo plazo, ha visto el resultado de este proceso. A Sandra le llama mucho la atención ver cómo las mujeres adultas mayores han desmontado pensamientos que tenían muy arraigados. “Mujeres que vivieron una vida muy difícil, algunas con relaciones complejas con sus esposos, otras no, pero por lo general son mujeres que les habría encantado estudiar y no pudieron porque tenían que hacerse cargo de su familia”. Ahora ellas, como abuelas, empiezan a educar a sus nietas para que eviten el machismo, y les dicen que tienen que estudiar, que no se casen tan jóvenes, que comprendan que existen otras prioridades. De igual forma, Sandra ha podido ver cómo las niñas empiezan a construir desde el respeto y el valor, se reconocen, desarrollan su autocuidado y un fuerte empoderamiento. De esta forma, cuando sean grandes van a tener la capacidad de evitar situaciones de riesgo.

DOLOR Y DESARRAIGO

Este año, Sandra se enfrenta a otra experiencia, muy fuerte y dolorosa: lleva a cabo talleres en albergues donde protegen a las mujeres que han sufrido casos graves de violencia de género. Me explica que no pueden quedarse en el mismo sitio, porque sus esposos las buscan con el propósito de matarlas, así que son trasladadas a refugios secretos lejos de donde viven. Tienen que seguir ciertos protocolos de seguridad, no pueden salir del albergue ni comunicarse con nadie. Además, siguen un proceso de tres meses de terapias y apoyo psicológico.

Es una situación muy compleja porque estas mujeres tuvieron que huir del lugar en donde tenían su vida, y además tienen que llevarse a sus hijos, sin un peso para llamar a nadie. Llegan al municipio a denunciar y de ahí les dan los datos de referencia de estos lugares y las mueven a otro estado. Son chicas muy jóvenes, la mayoría tienen 3 hijos, en algunos espacios los niños pueden ir a la escuela, pero otros están ahí a la buena de Dios. Están lejos, extrañan a su pueblo y experimentan el desarraigo, eso lleva a que en muchas ocasiones no estén a gusto en estos lugares y los sientan como espacios hostiles. “Es difícil porque son las víctimas y terminan encerradas en ese espacio en donde debería estar el otro: la cárcel”.

La idea del albergue es que las mujeres sigan las terapias y puedan ver su vida de otra forma, que puedan encontrar otro camino y sean libres. Sandra agrega que “se trabaja para que logren cambiar el chip de amor malsano. Muchas de ellas ya sea porque estaban enamoradas o por necesidad tienden a regresar con sus maridos y es muy fuerte porque mantienen el ciclo”.

Sandra trabajó en un refugio lejos de la Ciudad de México y llevó a cabo talleres a partir de ejercicios de danza y teatro. “Por medio del arte pueden sanar cosas más complejas, experimentar las sensaciones vividas; eso que les ha revuelto el estómago, poder sacarlo a través del movimiento, del sonido, de las formas. El arte capta esa sensación en el cuerpo, permite que se digiera a través de la mente, que se reflexione y que luego se convierta en una acción, que no sólo denuncie, sino que también permita la generación de cambio. A través del arte se pueden transformar los dolores internos en una visión de luz y esperanza”. Muchas veces a las víctimas de la violencia de género se les juzga y denigra, con juicios como “le pasó por estar en la calle sola”, o “porque iba vestida de cierta forma”; la culpa no la tiene ella sino la sociedad. Con estos ejercicios buscan que las mujeres violentadas comprendan que no deben tener miedo y que no son ellas las culpables.

Me explica que en un inicio las mujeres son muy tímidas, no se atreven, se culpan y no se creen capaces. “Por lo general son pocas chicas, y todas al final realizan una pieza en donde comparten reflexiones. Lo trabajé con una actriz, entre las dos coordinamos la obra, éramos las guías, pero ellas la definían”. Agrega que al leer sus textos y luego verlas en escena −cómo se sentían y actuaban−, fue una experiencia conmovedora porque comprendió que ocurría una evolución en su pensamiento. Me dice que su objetivo es que “cuando terminen queden con la sensación de que sí pueden, y que tengan un mejor pensamiento sobre sí mismas que el que les han creado”.

Sin embargo el taller a veces dura una semana, a veces apenas unos días; para Sandra es muy poco tiempo de trabajo y no se puede construir un proceso final. Los espacios artísticos no forman parte del plan que tienen en los albergues, así que es difícil que les permitan llevarlos a cabo. “Cuando estuve con ellas, decían que este trabajo les había ayudado más que otras cosas, por medio de ejercicios más amables se pueden generar mejores resultados”. No obstante, cuando las mujeres terminan su proceso no pueden seguir en contacto con ellas, ni siquiera saben cuál es su nombre real.

Después de tres meses de trabajo, los encargados del albergue realizan un diagnóstico, evalúan que no haya riesgo de que regrese con su pareja y aseguran que no las estén buscando. Ellas deciden si quieren seguir ahí o salir. Son mujeres muy humildes que experimentan mucha desesperación; salen y no saben qué hacer. En el albergue les ayudan a buscar trabajo y a reubicarse con sus hijos, aunque no es tan fácil que se adapten a ese nuevo lugar. “Me quedo con la esperanza de que haya aportado para sus procesos. Inicia, pero ahí queda, no puedo ver el desarrollo final”.

DESARTICULAR LA INDIFERENCIA

Para Sandra −colombiana y quien también pudo vivir la situación de la India−, cada lugar tiene sus matices de machismo y discriminación, pero siente que en México la violencia de género está muy arraigada, los feminicidios lo evidencian, es una historia muy profunda y dolorosa; además es muy compleja porque va acompañada de factores de corrupción y negligencia. Aunque es una situación muy alarmante, el gobierno y la policía hacen muy poco por cambiarla, no se aplican las leyes ni se ven acciones claras.

De acuerdo con Sandra, somos nosotros, al realizar nuestras acciones como comunidad, los que podemos hacer las cosas diferentes. Como ciudadanos debemos empezar a desarticular la indiferencia y tener mayor empatía hacia otras personas. “Seguir visibilizando, denunciando, hacer conciencia para romper con esos ciclos de violencia. Viene desde pequeñas acciones, agruparse como habitantes con el fin de construir comunidades diferentes”. Para ella, cada persona desde su espacio puede realizar acciones pequeñas, y al sumar varias, generan un cambio significativo. Desde nuestra relación con la otra persona −cómo hablamos, lo que decimos−, podemos lograr cambios que se empiecen a construir en casa, la calle, el Metro, el trabajo; que aporten para romper los ciclos de violencia. “Ser congruente con lo que haces, con lo que dices, desde ahí puedes estar generando el cambio. Desde mi comportamiento, modificar lo que lleva a generar agresiones, y que el estado de violencia se transforme”.

Cifras de horror

De acuerdo con la información recabada por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF):

Según la información oficial proporcionada por las Procuradurías de Justicia y las Fiscalías estatales de 2014 a 2017, fueron asesinadas 6 297 mujeres. De estos casos sólo el 30 % fueron investigados como feminicidio. Según las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), de 2014 a 2017 se refleja un aumento en el porcentaje de mujeres asesinadas equivalente a 52 por ciento.

Acerca de la edad de las mujeres asesinadas, tan sólo siete estados proporcionaron el dato del año 2017 completo: siete eran niñas menores de 10 años, 38 mujeres tenían entre 11 y 20 años, mientras que 97 mujeres tenían entre 21 y 30 años; en 83 casos las mujeres tenían entre 31 y 40 años, 44 mujeres tenían entre 41 y 50 años, 31 mujeres eran mayores de 50 años.

La tipificación del feminicidio como delito autónomo en la Ciudad de México se realizó el 26 de julio de 2011, a partir de esa fecha se declararon las sanciones de 20 a 40 años de prisión y de 30 a 60 años de prisión, cuando se trate de feminicidio agravado. Sin embargo, en la Ciudad de México, de 2014 a 2017, la PGJCDMX informó que se cometieron un total de 677 asesinatos de mujeres, de los cuales 195 casos son investigados como feminicidios, es decir sólo un 29 por ciento.

La tipificación del feminicidio en el Estado de México se realizó el 18 de marzo de 2011, con una sanción de 40 a 70 años de prisión. No obstante, según datos proporcionados por la Fiscalía General del Estado de México, se cometieron un total de 1 420 asesinatos de mujeres, de los cuales 243 casos son investigados como feminicidios, es decir, sólo el 17 por ciento.

En los casos de feminicidios ocurridos de 2011 a agosto de 2014, el grupo de trabajo de la AVG observó que casi 40 % de estos se encuentran impunes.

Fuente: Informe implementación del tipo penal de feminicidio en México: desafíos para acreditar las razones de género 2014-2017. 

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