Periodismo imprescindible Viernes 29 de Marzo 2024

De LatinChat a Tinder: 20 años de ligue por Internet

Aceptémoslo, conectar con otra persona ya sea para tener sexo casual o con el fin de planear tu boda, nunca volverá a ser como antes. Internet, los smartphones y las redes sociales cambiaron todo. Hasta los divorcios ya dependen en gran medida de las redes sociales. No hay marcha atrás, vivimos en su reinado y nuestra vida sexoafectiva depende de ellas
19 de Agosto 2018
8-11
8-11

POR ROGER VELA

La primera vez que ligué por Internet fue en el siglo pasado. En ese año entraba en vigor la Unión Europea, Michael Jordan dejaba el basquetbol, la OTAN bombardeaba Yugoslavia y los Red Hot Chili Peppers conquistaban las bocinas de todo el mundo con su álbum Californication. En México, la UNAM vivía la mayor huelga en su historia, Paco Stanley era asesinado, y la Selección Mexicana vencía a Brasil en el Estadio Azteca para ganar la Copa Confederaciones. Yo entraba a tercero de secundaria. Era 1999. Han pasado 19 años ya.

Meses antes, mi papá había comprado la primera computadora de la familia. Era una época en la que tener una lap top resultaba carísimo, por eso la única computadora en casa se instaló en la sala. Recuerdo que pasaba las tardes leyendo la enciclopedia Encarta, bajando canciones de Limp Bizkit, viendo videos cortos de Los Simpson –tardaban horas en descargarse– y conversando con decenas de personas en chats.

En uno de ellos, llamado LatinChat, conocí a Nathalie, una chica de Pachuca, Hidalgo, con la que platicaba durante horas hasta que entraba una llamada a mi casa que interrumpía la conexión a Internet, o hasta que mi mamá me regañaba por no estar haciendo la tarea y colgaba/descolgaba el teléfono para desconectarme.

Nathalie tenía mi edad. Tiempo después dejé los chats. Por las tardes y noches sólo me conectaba con el propósito de hablar con ella a través de MSN Messenger. No obstante, algunas de nuestras conversaciones eran de púberes que descubrían su sexualidad, no nos pasábamos nudes porque aunque llegaba un nuevo milenio no tenía una cámara digital a mi alcance: todavía acudíamos a la Kodak a revelar los rollos con el objetivo de tener fotos. Luego me pasó su teléfono y el contacto fue más personal, pero mi madre nunca me dejó ir a visitarla. Durante años me pregunté si esa voz era realmente una chica o se trataba de algún pervertido que se ligó a un chico de 14 años. El año pasado la encontré en Facebook: Nathalie era real. Todavía vive en Pachuca, está casada y es militante del PRI. El romance no habría prosperado.

La llegada de la webcam

Cuando entré a la prepa las cosas cambiaron. Aparecieron las webcams y resultaban un poco más reales las conversaciones. Ya no podía mentir diciendo que tenía la piel apiñonada, cabello corto y un poco quebrado, y ojos café claro, todo en un cuerpo esbelto, quizá con el abdomen un poco marcado. La verdad es que quien tecleaba era un chico moreno claro, de pelo lacio, muy delgado, con playera de los Pumas o de alguna banda de punk rock, lo cual no resultaba tan atractivo para las chicas como una primera descripción. Lo bueno es que, con la ventaja de la webcam, podía conocer mejor a la persona con la que chateaba y quizá hasta tener sexo cibernético. Lo malo es que la computadora seguía en medio de la maldita sala, con ello el cibersex quedaba descartado.

En ese entonces, los celulares aún no contaban con cámara y su aplicación más divertida era el famoso juego de la viborita, por eso MSN Messenger seguía siendo la opción favorita dónde agregar a personas de algún chat o de una lista de correos. Los adolescentes nos dejábamos llevar por sus nicknames: “princess_16”, “barby_love” o “sexy_girl17”, figuraban entre mis contactos, en medio de corazones, emojis, frases de superación personal, letras de canciones tristes y colores chillantes. Los zumbidos, que hacían vibrar la pantalla, eran usados una y otra y otra vez para llamar la atención por aquellos que querían ligar y no tenían éxito.

 

El buen amigo Messenger

Pasaron los años y llegó un boom de las redes sociales: MySpace, Fotolog, MetroFLOG y Hi-5. Los pasos para ligar en estas redes, antecesoras de las que hoy tenemos, eran los siguientes: crear una cuenta aparentando ser una persona cool, subir tu mejor foto de perfil contando lo que habías hecho en el día y esperar a que alguien la comentara (no, no era Instagram, pero se parecía bastante). La idea era que alguien dejara su correo en los comentarios o que tú escribieras el tuyo en los comentarios de la foto de alguna chica que te gustara y se agregaran a Messenger. Sí, ligar era el objetivo. ¿Acaso nadie se ha preguntado por qué el mail de MSN se llamaba Hot-mail? No era precisamente para cerrar tratos de inversiones o pasarse la tarea.

Entré a la universidad y la popularidad de Messenger arrasó con los chats. En ese entonces, las cámaras digitales y los celulares con cámara facilitaban las comunicaciones y, en consecuencia, el ligue. Empezó la era de las selfies y de los packs (si no saben qué es un pack, busquen en Google o agreguen “Zague, impresionanti” y lo sabrán). Los precios cada vez más accesibles de las lap top permitieron más privacidad a la hora de conocer personas. Y los muchos cibercafés que se abarrotaban de jóvenes que cambiaban su dinero por horas de Internet tuvieron que poner divisiones entre las máquinas para que, aunque no lo dijeran, sus clientes intercambiaran sus nudes con confianza y con la anuencia del encargado.

Esas redes sociales te permitían conocer todo tipo de personas con la ventaja de enfocarte en aquellas con gustos y aficiones similares; eran como la versión mejorada de las salas de chat que existían a finales del siglo pasado, aquellas que dividían por segmentos a sus usuarios: jóvenes, latin, sex, México, Colombia, música, viajes, cine. Años más tarde todo era más detallado y definido, lo que facilitaba la plática con alguien que no conocías. Ya sabías que le gustaban las películas de Tarantino y que su banda favorita era Green Day.

Pero hasta ese momento sólo contaba con los dedos de una mano a las chicas que, después de platicar con ellas a través de una computadora, decidí conocer personalmente. Los encuentros siempre fueron en parques públicos, estaciones del metro o cafés en el centro de la ciudad. Sin embargo, sólo logré establecer una relación formal con una, llamada Karen. Aunque aún conservo amistades de aquellos días. Es decir, después de 10 años de ligar en Internet, a pesar de llamadas, videos y pláticas sexuales, únicamente había tenido una pareja procedente del mundo virtual; las demás las conocí en el mundo real. Luego llegó Facebook y lo cambió todo. Gracias Mark.

La era Facebook

Esta red social detalló más los gustos e intereses de las personas afines a mí. Durante los primeros meses daba clic decenas de veces al día en las opciones “Agregar amigos” para enviar solicitudes y “Confirmar amistad” para aceptarlas. Primero había cientos y luego miles de personas con quién interactuar en mi cuenta personal. Era una locura. Nunca había tenido tantas alternativas para iniciar una conversación, ni mensajes de personas que no conocía aguardando mi respuesta.

La red creada por Mark Zuckerberg conectó a gran escala a la humanidad. El mundo había cambiado. No más computadoras en la sala, no más incómodos cibercafés, no más molestos zumbidos. Fue la transición entre la lap top –usada para tareas más específicas– y el celular –usado para tareas cotidianas–, gracias en gran medida a la disminución de las tarifas telefónicas en los móviles. Ahora podías conocer personas con sólo sacar tu teléfono del bolsillo, y así lo hice. Por cierto, si todo esto ocurrió también hay que dar gracias a otro grande –Steve Jobs–, porque sin smartphones, concretamente, sin el iPhone, el éxito de Facebook habría sido imposible. Sorry, extinta Blackberry, pero hay que ser realistas.

Llevaba meses sin novia y vi la publicación de Jessica, una chica que ni siquiera sabía que la tenía agregada en mi Facebook. Compartí su estado. Luego ella comentó una de mis publicaciones y comenzamos a charlar vía inbox. No sabíamos cómo nos habíamos agregado, pero eso no importó. Salimos un par de veces, quizá tres, e iniciamos una relación. Meses después terminamos.

Luego probé otra vez la fórmula y funcionó. En poco tiempo Facebook se convirtió en mi red social favorita dónde conocer personas. Tenía Twitter, WhatsApp y luego Instagram, sin embargo siempre me sentí más cómodo en la red con la “F” azul sobre un fondo blanco, sobre todo porque aunque las otras tres permitían comunicarse en una especie de multiplataforma (estados, chats y fotos), inbox se me hacía una forma más dinámica de comunicarme mientras revisaba el perfil de alguien. Hasta el momento es la red en la que más personas he conocido. Tengo 3 964 amigos, muchos recuerdos, varias decepciones amorosas, buenos momentos y algunas discusiones.

El reinado de Tinder

Finalmente, llegó la app con la que soñábamos desde que empezamos a usar Internet en los años 90. La deseábamos, sabíamos que algún día llegaría pero no imaginábamos que simplificaría tanto las cosas. En Tinder sólo con mover tu dedo a la derecha puedes iniciar, prácticamente, una relación formal o sólo tener sexo casual.

Es, digamos, la app por excelencia para ligar cuantas veces quieras. Aunque existen otras como Meetic, Happn o algunas más enfocadas a ciertas preferencias sexuales –como Grindr–, Tinder es una de las más usadas por aquellos que buscan conocer a alguien. Ligar en Tinder es tan fácil como pedir una pizza, no porque seas un maestro de la seducción cibernética, sino porque tiene esa finalidad, para eso es y para eso la usa la gente. Adiós aburridos chats, molestos zumbidos y fastidiosas solicitudes de personas desconocidas. Aquí, si no te gusta la otra persona, simplemente no hay interacción.

Tengo amigos que hicieron match ahí, y que en estos momentos planean su boda; otros que, a pesar de una y otra relación, no logran establecerse con una pareja; otros más que cuando viajan a cualquier ciudad lo primero que hacen es abrir la aplicación con el fin de conocer a las chicas que ahí viven, mientras que algunos y algunas han terminado sus relaciones porque encuentran en Tinder a sus parejas.

Y si bien la app ha funcionado muy bien conmigo, Facebook es la que mayor éxito me ha generado; quizá porque después de casi 20 años de ligue virtual ya ocupo un lugar en la lista de los inscritos en la old school. No me sorprende: nuestra generación es la precursora del romance cibernético. Somos los fundadores del amorío virtual.

Pasamos de ligar desde la sala a hacerlo en cualquier parte mediante distintos dispositivos, conscientes de que aunque la tecnología avanza, siempre debemos tener medidas de seguridad para salir con gente desconocida, y recordando que de la misma forma que ocurre con la publicidad engañosa: la imagen del producto puede variar, cuando se conoce en persona.

Recientes