Periodismo imprescindible Viernes 19 de Abril 2024

El sol sale para todos

México tiene el compromiso de que 60 % 
de la industria energética dependa de fuentes renovables en 2050. Para alcanzar esa meta se requiere talento, ¿dónde se forman los profesionales que el país requiere para esta transición energética?
13 de Noviembre 2017
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Por Óscar Balderas

Si alguien le pregunta a Joaquín cuál es el recuerdo más vívido de sus Navidades, su respuesta siempre es “un chorro de agua helada”. Con más frecuencia de la que él hubiera querido, su rutina después de comer incluía vigilar el sol para estar siempre bajo la regadera cuando aún hubiera luz solar que lo calentara. El agua caía tan fría que a los nueve años le parecía que una cascada de rocas le golpeaba espalda. Luego de eso, Joaquín corría a la cama, se sepultaba bajo las cobijas y, a veces, no salía de ahí hasta la mañana siguiente.

En enero o febrero, era peor. La zona alta del Ajusco, al sur de la Ciudad de México, se suele congelar en esos meses con temperaturas de hasta -5º centígrados. El papá de Joaquín, un panadero de tercera generación, debía usar más gas en invierno para mantener los hornos calientes, así que con frecuencia había que sacrificar el agua de la ducha para mantener la producción andando. Sólo si la venta de pan crecía excepcionalmente cerca de Nochebuena, los regalos incluían un tanque de gas extra.

Así, entre los seis y los 12 años, Joaquín aprendió a anhelar y perseguir el sol. Cada vez que en invierno los rayos planchaban con fuerza a los pinos de su colonia, el niño corría hasta el jardín y se tiraba bocabajo en el pasto. Dejaba que el calor le abrasara las plantas de los pies, las piernas y la espalda para fortalecer su cuerpo y no doblarse cuando le cayera de nuevo la cascada de agua congelada. Y se preguntaba ¿por qué si el sol era tan fuerte como para quemarle la piel en 15 minutos, no podía quemar el agua durante la mañana y regalarle un instante de baño caliente?

De esa duda, floreció Joaquín Domínguez Hernández, el hoy estudiante de Ingeniería en Energías Renovables en la UNAM, quien junto a miles de jóvenes en el país quiere aprender cómo aplicar las distintas energías renovables en el país y el extranjero. Una duda que le sigue quemando la cabeza.

A LA ALZA

Una cifra: 241 000 millones de dólares. El equivalente al Producto Interno Bruto de Chile, una de las economías más pujantes de América Latina. De este tamaño es la inversión que hizo el mundo este 2017 en energías naturales y casi inagotables, según el informe anual que publicó la Escuela de Frankurt junto con la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Poco a poco, el sol empieza a salir para todos: en la década de los 80, las energías renovables representaban menos del 2 % de toda la energía del mundo y hoy el porcentaje ya es del 11.3 % con miras a convertirse en un tercio para 2025. En México, hace dos años que el Senado aprobó la Ley de Transición Energética, que establece que para 2050, 60 % de la industria sería renovable. Para llegar a eso, las empresas nacionales y extranjeras en el país necesitan miles de jóvenes como Joaquín Domínguez.

Salvador Sánchez, director de la División de Ingenierías en la Universidad del Valle de México, calcula que entre 2005 y 2007 las universidades mexicanas comenzaron a prepararse para el cambio de paradigma en el sector energético. Lo hicieron cuando vieron que las corporaciones globales demandaban talento nacional porque, entre otras cosas, era incosteable traer a expertos europeos hasta México, donde pedían sueldos equivalentes a lo que ganarían en sus lugares de origen, en euros o dólares.

Fue una transición lenta. Primero, se crearon carreras técnicas especializadas y, luego, se transformó a las universidades: se añadieron nuevas materias en los planes de estudio, se crearon posgrados para carreras tradicionales y, finalmente, llegó el “boom” de hoy en las facultades, donde se estudian planes específicos: Ingeniería en Energías Renovables, Ingeniería en Energías Limpias, Maestría en Ciencias de Energía Eólica, entre otras.

Lo que hace 15 años era un monopolio de las grandes universidades como el ITESM o el IPN, hoy es la carta más fuerte que tienen casas de estudio en el interior de la República, como el Instituto Tecnológico de La Laguna en Torreón, Coahuila; la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales en Oaxaca; o la Universidad Tecnológica de Tulancingo en Hidalgo. Una búsqueda en internet, actualmente, arroja un mínimo de 600 opciones de estudios técnicos y profesionales en planteles de todo el país, con alternativas para estudiantes de cualquier nivel socioeconómico.

La especialización ha prendido las baterías de miles de estudiantes que antes tenían que emigrar de sus lugares de origen para ser profesionistas. En junio de 2013, la revista especializada Energía a Debate delineó un perfil para entender dónde se forma ese talento nacional y encontró que salía de las aulas en universidades estatales e institutos regionales. La anquilosada idea de que sólo en la capital del país se podían formar las mejores mentes científicas y técnicas empieza a despegarse.

Hoy, esa industria que domina en un 90 % la iniciativa privada, crece y la tendencia nos dice que así continuará en los siguientes años, a pasos gigantes. Por ejemplo, Leopoldo Rodríguez, presidente de la Asociación Mexicana de Energía Eólica, calcula que, sólo la inversión tras la energía que genera el viento en México, se cuadruplicará antes de que llegue el 2030. El crecimiento significará necesariamente un pico en la oferta de empleo, del que todos, incluso los que estudian o estudiaron carreras tradicionales, pueden participar.

“La industria no sólo necesita egresados de las nuevas carreras ‘de moda’”, asegura Leopoldo Rodríguez. “También necesita de gente que estudió carreras tradicionales, como Derecho, Diseño, Arquitectura, Ingeniería Mecánica, que decidan hoy especializarse mediante posgrados para entrar en esta oportunidad de las energías renovables”.

“Lo que vemos es un crecimiento brutal… y vamos a necesitar muchos empleos. Esto tiene el potencial de sacar a México de su eterna crisis”.

Sueño energético

Ahora, si alguien le pregunta a Joaquín cuál es la meta que desea alcanzar con sus estudios profesionales, su respuesta es “paneles solares lo suficientemente eficientes y baratos para que nadie tenga que elegir entre cocinar o bañarse con agua caliente”. Su sueño es construir tecnología renovable, limpia, definitiva dentro de una empresa privada que pueda venderle su invento al gobierno y que éste lo distribuya por el país al costo más bajo posible.

La meta no es fácil. La energía solar es la más cara de todas las disponibles, según un estudio encargado por la Unión Europea a la consultora Ecofys, que hace cinco años encontró que la energía solar para uso doméstico costaba casi lo mismo que la nuclear, el doble que la eólica y sólo una fracción que la producida por el agua.

La razón, según la investigadora Ann Gardiner de Ecofys, es que China sigue siendo el fabricante número uno de paneles solares e, irónicamente, para hacerlos aún necesita extraer una gran cantidad de energías no renovables, como combustibles fósiles o minerales. Para muchos hogares, especialmente en países en vías de desarrollo, esta tecnología aún está lejos de ser una solución cotidiana: en México, implementarlo en una casa tiene un costo de entre 50 y 100 mil pesos, cuyo retorno de inversión puede tardar hasta cinco años.

Sin embargo, el consenso entre los expertos es que, con el suficiente talento humano, en 2030 la energía solar podría ser una realidad para más del 25 % de las casas en el país. El mismo sueño que tiene Joaquín.

Entonces, el joven de 23 años imagina que en alguna sierra o un desierto hay un niño que necesita a más jóvenes como él. Otro estudiante de tercero de primaria al que le urge aprovechar la energía del sol para ducharse con agua caliente, y así no desperdiciar sus noches reponiéndose bajo las cobijas de un desanimador chorro de agua helada.

Joaquín no lo sabía, pero desde que era niño y su rutina incluía vigilar el sol, estaba persiguiendo su futuro. Y, con algo de suerte, mejorando el de otros.

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