Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

La culpa no es de la comida

En sólo tres meses subí siete kilos de peso. Yo le echaba la culpa a la comida de la calle, que fue con lo que me alimenté en ese tiempo, pero la cosa no iba por ahí. Lo que me estaba afectando era la rutina en la que estaba sumergido
21 de Octubre 2018
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POR ROGER VELA

Hace medio año conseguí un proyecto temporal para cubrir las elecciones presidenciales, uno de los peores empleos que he tenido en mi vida, y no es porque no me gustara lo que hacía sino por la dinámica laboral en la que me sumergí. Aumente siete kilos en menos de tres meses. Y si bien al principio culpé a la comida callejera de mi sobrepeso, luego entendí que la responsable fue la maldita rutina a la que estuve sometido.

Entraba a trabajar antes del medio día a un canal de televisión al sur de la Ciudad de México. Desde que cruzaba la puerta del edificio comenzaba el estrés y la tensión, algo normal en muchos trabajos. Pero los tiempos de la TV no perdonan y son bastante estrictos, por eso trataba de desayunar bien en casa; sin embargo, a las 3 de la tarde ya comenzaba a tener hambre. Mi estómago exigía comida, y mis jefes exigían trabajo. Aunque me salía como a las 5 de la tarde a comer, a veces no había desayunado y a esa hora probaba mi primer comida del día.

A pesar de que la empresa tenía un comedor con un menú diario para sus empleados por un costo de 50 pesos, era imposible bajar a comer siquiera una medía hora. Con el paso de los días, me di cuenta de que hombres y mujeres por igual –reporteros, diseñadores, redactores, editores, conductores, maquillistas y técnicos–, comían diariamente en un lapso de entre 10 y 15 minutos, en los pocos puestos callejeros de la zona, siempre parados equilibrando su plato de plástico cubierto con una bolsa y revisando el celular constantemente por si surgía algún pendiente en esos minutos. Así lo habían hecho por años; algunos ni siquiera conocían el comedor.

Decenas de trabajadores abarrotaban los puestos de tacos de guisado, de pastor, de cochinita pibil, las hamburguesas, las quesadillas y otros. No es que el contrato estipulara comer en poco tiempo, es que la carga laboral exigía hacerlo en menos 600 segundos –hay que restar el tiempo que se gastaba en bajar y subir del edificio– para después regresar apresurados a continuar el trabajo que casi siempre terminaba después de las 10 de la noche. Lo importante no era nutrirse, era comer hasta la saciedad. Yo fui uno de ellos. Por la noche, llegaba con un hambre brutal a devorar todo lo que estuviera en mi refrigerador. ¿Hacer ejercicio? Ni pensarlo, prefería ocupar mi tiempo en descansar.

Ese fue quizá el primer empleo que me abrió los ojos al mundo de las mal pasadas, la mala nutrición y la habilidad para comer mucho en poco tiempo. Si bien ya en otros empleos o en la universidad también comía en la calle, en ninguno lo había hecho en tan poco tiempo, con tan pocas opciones alimenticias y de una forma tan incómoda; en los otros al menos había un banquito dónde sentarse.

GORDITOS, ¿PERO BONITOS?

Seguramente te identificarás con mi caso y pensarás que eso es algo común en esta ciudad. Sin embargo, quizá acostumbrarnos a comer así es lo que nos ha llevado a ser un país de obesos. Por eso platiqué con la nutrióloga Ileana Muñiz, con el fin de saber qué tanto afecta comer en la calle y qué tanto influye la dinámica laboral con el sobrepeso de los habitantes de la CDMX, una metrópoli en la que los ciudadanos no tienen tiempo suficiente para comer, aunque al mismo tiempo ofrece un sinnúmero de opciones con el objetivo de consentir a sus barrigas.

“La comida callejera no es un factor determinante para subir de peso. Por sí misma la comida callejera no engorda. El tema nutricional es más complejo que eso. En ese sentido, es necesario tomar en cuenta características particulares sobre el ritmo de vida de los ciudadanos, sus condiciones laborales, sus trayectos, sus horarios y sus ingresos para determinar el porqué de la obesidad”, explica la especialista.

Ileana me cuenta que la comida de la calle cubre una necesidad alimenticia porque hoy en día no hay tiempo para regresar a casa a comer, lo que debería ser lo ideal según las recomendaciones nutricionales internacionales hechas por la biomedicina y las ciencias de la salud. Y agrega que debido a la demanda de alimentos por todo tipo de empleados, la comida callejera se ha diversificado mucho, y ahora es común encontrar desde una ensalada en una mesita hasta pizza en un puesto.

“Como nutrióloga que toma en cuenta los aspectos sociales, no le puedo decir a un trabajador de obra que en la comida callejera busque una ensalada, porque al momento de regresar a su trabajo esa comida no le va a dar la energía para cumplir con su jornada laboral. Ese es un aspecto que debemos analizar”.

—¿Es mejor traer comida de casa?

—Son dos los problemas que surgen con la comida que traemos de casa. Uno es que no sabemos qué tan sanos son los alimentos que compramos al momento de hacer la despensa en el súper, o sea, no porque la preparemos en casa nos va a nutrir mejor. Y el otro es que el tóper en cierto punto no es sostenible, porque te descontextualiza: puedes llevar tu comida desde casa pero si en tu oficina la mayoría sale a comer, eventualmente vas a sentir que no perteneces a tu grupo de compañeros laborales, y con el paso del tiempo vas a abandonar tu plan individualizado.

DESEQUILIBRIO

La Organización Mundial de la Salud (OMS) coincide con la nutrióloga. Más allá de culpar a la comida callejera, la institución internacional señala factores específicos que ocasionan sobrepeso y obesidad.

“La causa fundamental del sobrepeso y la obesidad es un desequilibrio energético entre calorías consumidas y gastadas. A nivel mundial ha ocurrido lo siguiente: un aumento en la ingesta de alimentos de alto contenido calórico que son ricos en grasa y un descenso en la actividad física debido a la naturaleza cada vez más sedentaria de muchas formas de trabajo, los nuevos modos de transporte y la creciente urbanización”.

En ese sentido, la OMS explica que de manera constante los cambios en los hábitos alimentarios y de actividad física son consecuencia de aspectos ambientales y sociales asociados al desarrollo y la falta de políticas de apoyo en sectores como la salud, la agricultura, el transporte, la planificación urbana, el medio ambiente, el procesamiento, distribución y comercialización de alimentos y la educación.

Asimismo, el organismo sanitario alerta que entre 1975 y 2016, la prevalencia mundial de la obesidad casi se ha triplicado en el mundo, y que hasta hace dos años, según los reportes, alrededor del 39 % de la población adulta en el planeta tenía sobrepeso y cerca del 13 % padecía obesidad.

Entonces, ¿qué podemos hacer si nuestro contexto social, político, económico, laboral y cultural nos obliga a comer en la calle? ¿Qué opciones tienen mis excompañeros que siguieron laborando en ese medio de comunicación después de las elecciones?

Ileana Muñiz dice que más allá de los planes personalizados de dieta que chocan con el entorno en el que nos desarrollamos, debemos buscar una dieta que no sea monótona, que tenga variedad e incluya todos los grupos de alimentos. “La comida corrida suele ser una muy buena opción, es barata dependiendo las zonas y suele ser una alternativa que te va a llenar, que te va a dar variedad de alimentos y que puede apagarse a tu presupuesto”.

—¿Entonces la comida callejera no engorda?

—Depende de qué comas. Si consumes diariamente hamburguesas del mismo puesto, seguramente se verá reflejado en tu peso, pero si lo cambias regularmente por tacos de guisado u otros de los muchos productos que se ofrecen, estos pueden ser una buena opción.

—Cuál sería la opción ideal?

—Para una mejor nutrición en la ciudadanía debería de haber salarios justos –40% del salario se destina a la comida–, las condiciones laborales también son determinantes y no sólo ofrecer un comedor, sino revisar cuántas horas está trabajando una persona, si tiene tiempo para comer o no, o si trabaja horas extras o no. Y también, más allá de sugerir hacer ejercicio, hay que tomar en cuenta el presupuesto, cuánto tenemos que invertir de dinero al no haber espacios públicos adecuados y, en caso de que los haya, saber si son seguros para cualquier persona.

En resumen, no debemos satanizar la comida callejera, hay que conocerla y ver qué opciones tenemos con el fin de nutrirnos mejor y decidir, según nuestro bolsillo, nuestras necesidades y gustos; decidir qué comer, y siempre tomando en cuenta antes de aceptar un empleo si la dinámica laboral en las que nos insertemos nos conviene.

Hay que tener presente nuestra alimentación. Recuerda que la salud es más importante que un empleo. Si no te cuidas no podrás trabajar en ningún lado.

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