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La ley del más apto

Los humanos no somos los únicos habitantes de la ciudad. De hecho, día a día convivimos con cientos de especies que han tenido que adaptarse al crecimiento imparable de las urbes y a todo lo malo que esto conlleva
07 de Octubre 2018
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POR LUCÍA BURBANO

Es medianoche y estás a punto de dormirte hasta que, en medio del silencio, un ruido te sobresalta: es el maullido de unos gatos callejeros que discuten por cuestiones territoriales. La mañana siguiente sales de casa con el paso acelerado hacia una importante junta de trabajo. Sin verla venir, ¡chof!, una maldita paloma acaba de expulsar su cena en tu cabeza. Tras una parada de emergencia, no te queda otro remedio que tomar el Metro si no quieres llegar tarde a esa cita laboral. Mientras esperas en el andén, te percatas de que un pequeño ratón empieza a corretear entre las vías en dirección contraria a la del tren, y desaparece repentinamente en la oscuridad.

Las ciudades no están habitadas exclusivamente por los humanos. Convivimos con cientos de especies en un entorno diverso; a algunas las vemos y a otras las ignoramos, unas nos despiertan ternura y a otras las repelemos. En Londres existen doce zorros por kilómetro cuadrado; en cuanto cae la noche, recorren las calles en busca de alimentos. En Barcelona anidan más de 80 especies de pájaros durante todo el año, y en época de migraciones el número asciende hasta 250. Las palomas, acomodadas en prácticamente todas las ciudades del mundo, ya habitaban en núcleos humanos del Egipto de hace 5 000 años. “Existen especies que de forma natural se han atrevido a vivir cerca de las personas”, confirma el doctor Daniel Sol, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de España.

Adaptación animal

No todas las especies tienen la capacidad de adaptarse a los entornos artificiales y cambiantes de las ciudades. Aquellas que lo logran, es porque o bien provienen de hábitats similares o porque son capaces de ajustar su comportamiento a los nuevos procesos de selección y al estrés que les provocan las urbes. “Ciertas especies ven las ciudades como oportunidades ecológicas donde encuentran recursos y condiciones que les permiten aumentar en número”, dice el biólogo.

La capacidad que tienen los animales de modificar su comportamiento para responder a retos como la búsqueda de alimentos es uno de los principales recursos que emplean –aunque también existen animales con poca flexibilidad–, tal es el caso de las omnipresentes palomas, que persisten porque existen similitudes con su hábitat original: en ambos lugares no les resulta difícil alimentarse de semillas o anidar en agujeros.

Varios estudios realizados por Sol demuestran que los animales urbanos han modificado su comportamiento con el fin de adaptarse a entornos donde hay contaminación acústica y lumínica. Así, algunos pájaros han aumentado la frecuencia y duración de su canto para evitar interferencias, mientras que otros cantan a deshora desorientados por la luz artificial.

Si los humanos somos capaces de vivir en muchos ambientes es porque tenemos la capacidad de innovar y de transmitir estas innovaciones. Esto también ocurre con ciertas especies particularmente inteligentes que han aprendido a librar los obstáculos a los que están expuestos en las urbes. “Los cambios evolutivos tardan mucho en producirse, pero una modificación en el comportamiento se produce en un tiempo mucho menor”, agrega Sol.

Algunos ejemplos de esta adaptabilidad demuestran lo ingeniosas de algunas especies. Los gorriones, sin ir más lejos, han aprendido que pueden abrir las puertas automáticas de los supermercados si vuelan cerca de la célula fotoeléctrica. Las cornejas que viven en Japón lanzan nueces desde cierta altura en lugares con tráfico para que sean los coches los que rompan el cascarón, y ciertos individuos de esta especie van aún más lejos: las arrojan en los pasos peatonales con el objetivo de evitar el riesgo de ser atropelladas. Las garzas han aprendido a pescar desmigando el pan que encuentran en la calle y empleándolo como cebo para los peces que habitan en los estanques. Los pájaros son un buen ejemplo de esta modificación en el comportamiento porque en las ciudades cuentan con pocas presiones por parte de posibles depredadores, lo que provoca que sean más curiosas y tengan menos miedo a la hora de explorar.

¿Cómo se produce este aprendizaje? “Algunos mecanismos son comunes al de los humanos, por ejemplo, el de ensayo y error y asociar el éxito al comportamiento”, dice Sol. Grupos más avanzados, como los primates y algunos pájaros –cuervos y loros– han desarrollado técnicas de aprendizaje más sofisticadas basadas en la relación causal. Por ejemplo, el cuervo de Nueva Caledonia escoge sólo cierto tipo de ramas y las manipula hasta que tienen la forma que le permite extraer larvas de insectos. Esta ave ha fabricado una herramienta, mostrando una capacidad de planificación que pocos animales tienen. La forma que tienen de transmitir estos conocimientos es parecida a la nuestra: a través del aprendizaje social y de observar lo que hacen otros individuos.

Diversidad local

Los animales y organismos que nos acompañan en el día a día juegan un papel fundamental en la conservación de la diversidad local. “Ofrecen servicios ecosistémicos de los que dependemos”, subraya el biólogo. La vegetación estabiliza el sol y retiene agua, los pájaros nos ayudan a controlar plagas de insectos y las abejas son fundamentales para la polinización de los cultivos. La diversidad también tiene un valor cultural e incide positivamente en nuestro ánimo y en nuestra salud.

Sol dice que un ecosistema se beneficia de la diversidad porque las funciones de cada organismo contribuyen a incrementar su resistencia a perturbaciones como incendios, huracanes o el más invasivo, la actividad humana. De acuerdo con el biólogo, existen estudios que indican que la diversidad está descendiendo en las ciudades, algo que puede comprobarse si contamos el número de ejemplares avistados desde las afueras de una urbe hasta llegar al centro.

Si se cumple la predicción que dice que el suelo urbano aumentará en 1.2 millones de km2 en los primeros treinta años de este siglo, será más necesario que nunca implementar estrategias de crecimiento sostenibles que no impacten negativamente en la biodiversidad local. “Si dejamos que los ecosistemas actúen por su cuenta, tendremos estos servicios garantizados”, enfatiza Sol.

El equilibrio se rompe también muchas veces con la introducción de especies invasoras a través de vías como el comercio de mascotas exóticas, que a veces se escapan y provocan un trastorno importante. “Son especies que no han evolucionado en el mismo sistema que pueden competir y depredar especies nativas. Sabemos que son unas de las causas que provocan la pérdida de diversidad y que además crean problemas económicos y sociales importantes”, alerta el biólogo.

Una de las consecuencias que genera la urbanización es que la proliferación de recursos y la poca competición pueden convertir ciertas especies en plagas. “En el caso de los vertebrados, se puede establecer un programa de control de plagas, pero estos [los programas para controlar plagas] cuentan con un componente ético cuestionable e incluso de eficiencia, ya que cuando las poblaciones están reguladas y hay un vacío de individuos, la cantidad de recursos para los otros individuos aumentan y mejora su ciclo reproductor. Por lo tanto, lo más recomendable actuar sobre las causas”, advierte.

Como sucede con las personas, algunas especies que habitan entre nosotros serán más simpáticas que otras, pero hay algo innegable que nos recuerda Sol: los animales urbanos forman parte de nuestra cultura.

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