Periodismo imprescindible Viernes 29 de Marzo 2024

La ridícula insistencia del pecado

Las personas que viven en la cultura occidental todavía tienen miedo de cometer faltas que fueron escritas hace 19 siglos. Estar, como se nos exige, ‘libres de pecado', en la actualidad es prácticamente una misión imposible
31 de Marzo 2018
10-12
10-12

POR JULIÁN VERÓN

La primera vez que de niño escuché el término “pecados capitales” sentí que si cometía alguno, inmediatamente me llevarían frente a algún jurado representado por ciudadanos ejemplares con togas negras, pelucas blancas (como las de los jurados ingleses), y que luego de que el juez hiciera sonar su mazo, yo iba a ser condenado a la más cruel de las penas.

Crecí con miedo, y aún recuerdo cómo mi familia me advertía que algunas cosas “eran pecado”, y que yo no debía hacerlas jamás. Lo digo en serio: crecí con un pavor real a cometer estos actos, y de alguna manera sentía que en una recámara bastante caliente del infierno estaba Lucifer con un contador de pecados para cada persona en el mundo, y que, cuando me tocara morir, me iba a esperar con ese contador e irremediablemente pasaría la eternidad a su lado.

Somos una sociedad colonizada, y no sólo en costumbres y consumo, también en nuestras creencias. Nos dijeron que si pecábamos estábamos haciendo mal. Crecimos con esa idea en nuestras cabezas y jamás nos preguntamos de dónde vinieron esos lineamientos. ¿Serán obsoletos?, ¿los habrá escrito alguien muy conservador?, ¿serán reales? Nada, no nos hicimos nunca estas preguntas y preferimos cual borregos seguir a la manada y no cuestionar mucho, no vaya a ser que nos castigue alguien: Dios, Peña Nieto, Chicharito o J Balvin. Alguien, quien sea.

A mediados del siglo tercero, el santo africano Cipriano de Cartago, en el fascículo (f. 258) –en De Mort. (IV)–, escribió acerca de los ocho pecados principales. Luego, el monje Evagrio Póntico (345-399) escribió en griego una lista: Sobre los ocho vicios malvados. Ocho vicios o pasiones malvadas, actos impropios, que sus compañeros monjes debían cuidarse de cometer. Los dividió en dos partes. Cuatro vicios hacia el deseo de posesión: gula y ebriedad, avaricia, lujuria, y vanagloria. También, cuatro vicios irascibles: ira, pereza, tristeza, y orgullo. Luego, en el siglo V, san Juan Casiano (ca. 360-435) –en su De institutis coenobiorum (V, coll. 5, “de octo principalibus vitiis”)— le dio refresh a la lista de Evagrio y la actualizó: gula y ebriedad, avaricia, lujuria, vanagloria, ira, pereza, soberbia, tristeza. Sí, leyeron bien, mis estimados amigos y amigas, ¡la tristeza era un pecado capital! ¿Qué dirían los millones de psicoanalistas que al día de hoy reciben a gente en sus divanes? –sería hermoso oírlos–, ¿o todos los estados de Facebook y tuits melancólicos? Todos estarían pecando terriblemente según Evagrio Póntico, Juan Casiano y Cipriano de Cartago. Al final, en el siglo VI, el papa romano san Gregorio Magno checó la chamba de Evagrio y Casiano con el propósito de escribir una lista propia con distinto orden, y terminó reduciendo los vicios a siete, ya que, de alguna forma, consideró que la tristeza era una forma de pereza. Genio el querido Magno. Genio.

Si entendieron todos estos datos, se pueden dar cuenta de que los “pecados capitales” tan terribles que nos vendieron fueron obra de tres o cuatro personas que según sus creencias, gustos personales, o de cómo se levantaron ese día de sus camas antiguas e incómodas, moldearon las mentes de decenas de generaciones y martillaron en piedra la manera de vivir. No vale la pena ni siquiera gastar palabras en decir que son prácticas obsoletas y de otra época. ¿Cómo diablos vamos a vivir igual en el 2018 que a comienzos del tercer siglo? En ese siglo no había nada más que hacer, sólo portarse bien y andar chingando a la gente diciéndole que estar triste era un pecado. En conclusión: es ridículo, absurdo y bien aburrido. Perdón, amigo Cipriano.

Vamos a repasar el trabajo de nuestro amigo Gregorio Magno, ya que es su listita en la que todo el mundo moderno se sigue basando para portarse “bien”.

Empezamos con la lujuria. ¿Acaso nadie ha sentido ganas de tener sexo con una actriz o actor que está viendo en Netflix en una noche bien solitaria? ¿O ha visto pornografía? Yo no he tenido un trío –lamentablemente–, pero estoy seguro de que mucha gente en el mundo sí, incluso orgías. ¿Qué daño están haciendo? Más bien, están quemando calorías, liberando endorfinas, y dejando de oír un disco de Foo Fighters (lo cual siempre es bueno) con el objetivo de gastar esos minutos cogiendo. Sin embargo, para Cipriano, esto hubiese sido pecado capital. Culpables todos.

Vamos con la pereza. A ver, ¿a quién coño no le ha dado hueva mundial levantarse de la cama un día? Quedarnos dentro de nuestros edredones recién lavados, con aroma a suavizante, comer en la cama y ensuciarla, perdiendo todo el día viendo memes en Facebook? Es saludable y recomendable. Procrastinar nos da la gasolina que necesitamos a fin de lidiar con la gente del día a día. Necesitamos un día de pereza o momentos de pereza para seguir firmes en la Tierra. Lo siento, amigo Magno.

Viene la gula. Ok, estamos en un hermoso momento en el que está de moda comer y amar la comida. Comer de más, ver una hamburguesa y no sólo querer una, sino dos, ¡está bien! Estoy seguro de que a mediados del tercer siglo de la historia de la humanidad no existían las pizzas, hamburguesas, las galletas Oreo ni la Nutella. Entonces obviamente no había nada divertido qué repetir, así que claro, nadie iba a comer de más. Seguro comían una especie de pan sin levadura bien raro y duro. Perdón, amigo Cipriano.

La ira. Es un sentimiento sano, con medida, para no volvernos locos. Todos odiamos a alguien en nuestra chamba, siempre hay alguna personita bien pendeja que viene a querer pagar con nosotros sus complejos, inseguridades y falta de sexo. Así que claro que se vale odiarla sanamente, descargar esa ira sobre esa persona para seguir funcionando en la oficina. Háganlo. Odien un poco, es bueno. Lo siento, amigo Cipriano, pero lo es.

Sigue la envidia. Este es más bien divertido, porque según esos lineamientos no podemos sentir envidia del nuevo automóvil de Cristiano Ronaldo, o de sus piernas, o de su salario, o de sus hijos, vaya. Sus hijos jamás van a tener que preocuparse por papel moneda. Ni sus nietos. Ni los novios y novias de sus nietos. Ni sus bisnietos. ¿No podemos sentir envidia por eso? Nosotros, los seres humanos de a pie, tenemos que estar revisando nuestra cuenta a diario para saber si el helado que vamos a pagar no nos desbalancea económicamente. ¡Tengámosle todos envidia a Cristiano Ronaldo! Perdón, amigo Cipriano, y también tú, amigo Magno.

Vamos con la avaricia. ¿Querer tener mucho dinero está mal? ¿Querer tener toda la colección de discos de ABBA en primeras ediciones es un pecado capital? Es muy raro que por querer tener muchas cosas, y gastar ese dinero que ganamos trabajando muchísimas horas, nos castiguen. Lo siento, amigo Cipriano.

Por último, en la lista está la soberbia. Bueno, podemos caer mal si somos soberbios, pero caer mal tampoco es un pecado. ¿O también? Ya ni sé. Si queremos mostrar todos los autos, cadenas de oro, anillos, dinero, viajes o lo que sea por Instagram, ¿somos soberbios? Entonces todos los raperos son unos pecadores capitales y se van a quemar en el infierno. Y aquí vuelvo a lo que dije antes, ¡obviamente en el tercer siglo de la humanidad no había nada que mostrar! Imagínense, qué pinche vida tan aburrida. Si te compras unos tenis que te gustan mucho y los muestras a todos tus amigos en las redes sociales, pues eres un soberbio y estás viviendo como un pecador. Perdón, amigo Cipriano.

Tengo que aceptar que, los Ciprianos y capos de religiones del mundo son más inteligentes que todos nosotros. En el tercer siglo de la humanidad, crearon reglas para dominarnos a todos como fuese; 19 siglos más tarde, aún seguimos como borreguitos regidos bajo esas mismas premisas obsoletas. Estoy seguro de que, si pudiese hablar por Skype con Cipriano y le contara que aún vivimos bajo sus ocho pecados capitales se reiría, y luego de darle like a alguna publicación de su tía cristiana en Instagram, bebería una copa de vino a nombre de todos nosotros.

Ya podemos volar en aviones, hablar con alguna persona que esté a miles de kilómetros de distancia mediante una pantalla, pero aún no quemamos o ponemos en un museo los siete pecados capitales. Los seres humanos somos una especie bien divertida, la verdad. Somos unos ridículos.

Recientes