Periodismo imprescindible Miércoles 17 de Abril 2024

La vida secreta de mi mascota

Benito llegó a mi familia hace unos meses. Antes de ser el perrito más amado del mundo, estoy segura de que fue un espía y también podría jurar que trabajó en un circo donde hizo intrépidos saltos por aros de fuego. Ahora mi tarea es averiguar ese pasado que lo dejó con miedo a las patinetas y los hombres empacadores que avientan cajas
07 de Octubre 2018
Cortesía Juan Tolentino
Cortesía Juan Tolentino

“Soy un perro negro y callejero, sin hogar, sin hembra y sin dinero. A nadie le importa mi porvenir, está escrito que tengo que sufrir”.

 

Benito era un espía que venía de países remotos y atrapó a muchos criminales que traficaban drogas. Como mordió a tantos maleantes, harto del sabor de la piel humana, ahora no puede morder de verdad a ni una persona. Antes de eso, Benito también había sido un perro circense, que conoció toda Europa con su tropa tanto de animales y humanos. Hacía intrépidos saltos por aros de fuego que ahora repite de vez en cuando –con aros imaginarios–, justo en el momento en que sospecha que saldrá a pasear. El perro de raza mediana, color negro y con una línea blanca en su pecho también inspiró al personaje principal de una película animada de un director muy famoso: de Benito tomó prestados su color negro, los estornudos que sacuden su menudo cuerpo y el aire de ser un perro conocedor.

Además estuvo en una de las mejores casas inglesas porque, aunque no obedece las órdenes básicas, es muy educado, no ladra a nuevas amistades y no cae en provocaciones de otros perros. ¿Qué no hizo Benito? Es más, su nombre, antes de establecerse como animal de compañía, ni siquiera era ese (se mantiene bajo reserva por cuestiones de confidencialidad con las mejores agencias de espionaje a nivel mundial).

Todo eso le inventamos al Benis, que llegó a mi familia gracias a gente increíble que no se pregunta nada a la hora de ayudar a un perro o animal que se encuentre en la calle. Apenas ha de tener unos tres años de edad, sin embargo, sus barbitas y sus canitas revelan las dificultades que enfrentó en las bravas calles de la Ciudad de México.

Benito se asusta con las patinetas en movimiento o de los hombres que avientan paquetes de cajas. “Pueden entrar con él”, nos dicen en los negocios, “Pero señor, es que el perro no quiere entrar a su tienda”, respondemos porque se niega rotundamente a dar un paso adentro de cualquier lugar que no sea su actual casa (y el cajero del banco). Parece extraño que la historia más verosímil de su pasado, a cargo de las mujeres que lo recogieron, sea que vivió desde quién sabe cuándo en las calles y que fue agredido numerosas veces sin defenderse de perros más grandes.

Y digo que parece extraño porque en la mayoría de las ocasiones, los animales que han vivido maltrato por parte de otros animales o de humanos, normalmente muestran rasgos de violencia, timidez o agresión.

“Quizá era un animalito que, si vivía en la calle y se acercaba a negocios para ver si encontraba comida, los dueños de los establecimientos lo ahuyentaban de forma violenta”, me comenta una de las mujeres que más casos de maltrato animal le toca ver: la doctora Gabriela Constantino, etóloga clínica por parte de la UNAM.

Me aclara que es experta en conocer las emociones de los animales, sus comportamientos, pero no es psicóloga en humanos. ¿Hay que serlo para entender que quien maltrata a un animal tiene un problema, además de que es ilegal?

Tomó aire y enlistó al menos 5 formas de maltrato por parte de los humanos hacia los animales, y que ha tenido que tratar en consultas. ¿Cómo se nos puede ocurrir cortarles las alas a las aves? ¿Qué humano invirtió tiempo en inventar un collar eléctrico que se accionara cada que un perro ladrara o que un gato maullara? ¿Uñas acrílicas para los gatos? ¿Bajar la temperatura de un lugar para que el animal no esté tan activo?

Claro que no todas las consecuencias que ella trata se derivan de agresiones físicas contra las especies y aún así, ello no implica que tenga menor impacto en los animales.

“Maltrato lo consideramos cuando se le ocasiona algún daño emocional”, me ilustra la especialista.

Por ejemplo, a los humanos les encanta alzar la voz, sobre todo si se trata de algún otro ser que no puede defenderse del todo por sí mismo. Ellos lo ven diferente, los animales son más sensibles a estos cambios de tono y voz, además de que pocas veces entienden lo que está ocurriendo.

“Los niños no tienen intenciones de lastimarlos, casi nunca, entonces los abrazan de manera muy efusiva o los aprietan, pero los perros, por ejemplo, no lo consideran así y aunque no reaccionarán de forma agresiva, sí pueden causarles daño a los menores”, me indica la doctora Gabriela.

¿Entonces, qué es maltrato?

Como lo ha mencionado la experta, desde alzarles la voz hasta producirles daño físico, como empujones o patadas, es maltrato. Como humanos, a veces percibimos que ellos no sienten o no les duele, pero es porque algunas especies tienen un umbral de dolor más alto o tolerancia a este tipo de agresiones, aunque sí lo sienten y los lastima. Los gatos, por ejemplo, huyen y no se quedan a que los sigan amedrentando, mientras que los conejos responden con agresiones temerosas; los perros suelen permanecer en el lugar, temerosos o apenados. No respetar las conductas normales en ellos también es maltrato y repercute de manera psicológica.

La indiferencia se considera maltrato, ver que un animal sufre y no hacer algo al respecto, es maltrato. Actos considerados deportivos y culturales como algunas prácticas de charrería, peleas entre peces o gallos, criaderos en condiciones deplorables, técnicas de adiestramiento que causen dolor o miedo en el animal y ocasionar la muerte intencional del ser vivo, es maltrato.

Todavía hay gente incrédula que piensa que no son animales sintientes, pero después del daño de un segundo como un golpe, una mordida, un abandono, las consecuencias pueden durar años y algunas veces son irreversibles.

“Observamos a animales que tienen traumas psicológicos como fobias hacia aquellos estímulos con los que fueron maltratados (humanos, escobas, niños). La respuesta puede ser también de agresión hacia esos estímulos. A muchos se les dificulta reincorporarse, aunque algunos lo logran con el tiempo; otros pueden padecerlos de por vida. Algunos necesitan medicación, otros un nuevo propietario. A veces es difícil que se coloquen o se adapten a un medio ambiente, generalmente deben hacerlo, pero si no lo logran es porque hay un problema psicológico y emocional muy fuerte”.

Enseñar sin violencia

Lo primero que hay que hacer es resguardarlo en un lugar seguro, por lo que habría que comunicarse con la Brigada de Vigilancia Animal en la Ciudad de México, que atiende de 25 a 30 llamadas diarias, de las cuales el 90 % tienen el propósito de denunciar maltrato animal.

Si bien algunas asociaciones y la propia Brigada se encargan de rehabilitarlos física y emocionalmente, muchas veces son recolocados en hogares sin el tratamiento apropiado para que no repitan conductas que deriven del maltrato que vivieron. Muchas personas quisieran ayudar a animales rescatados, pero en sus casas o familias no tienen espacio  para ello, aunque pueden simplemente apadrinarlos con el fin de darles seguimiento hasta su colocación en un nuevo hogar después de terapias conductuales.

La doctora Gabriela Constantino no tiene un estimado de cuántos casos logran rehabilitarse, pero sabe que, en cuanto hay un animal con ese tipo de traumas, hay que tratarlo con un etólogo clínico.

“Le pedimos a los animales hacer los mismos comandos sin técnicas agresivas y se obtienen los mismos resultados”, añade Gabriela que termina diciéndome que los animales sufren, tienen emociones, se dan cuenta de su entorno, tienen consciencia, toman decisiones y, según como los trates, sienten o piensan.

Mientras Benito es atendido profesionalmente, salta tan alto que nos hace creer que fue un perro del circo; es tan educado, que parece que fue adiestrado en la realeza inglesa; es tan serio, que creemos que sabe cosas que nadie más y es tan único, que juraríamos que era él el personaje de la película más reciente de Wes Anderson. No nos sorprendería: es el animal de compañía más respetuoso y llamativo, aunque no sea un perro de raza reconocible ni sepamos cuál es su pedigree; ni nos interesa saber.

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