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Margy, la guerrera*

Tres años tuvieron que pasar a fin de que encontrara a su hija desaparecida. La vida que le arrebataron a su niña le inyectó fuerza y se convirtió en ejemplo de resistencia e inspiración para muchas otras personas
24 de Diciembre 2017
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Dentro de un solitario cubículo en la procuraduría mexiquense, la subprocuradora del Estado de México, Dilcia García, suelta la noticia a Margy Fuentes, la asistente personal de una conferencista, quien la escucha con los nervios rotos. El calendario marca dos fechas: es septiembre de 2014 y también es el día 369 en la búsqueda de su hija desaparecida, Diana Angélica Castañeda Fuentes.

La noticia de que su niña de apenas 14 años había sido finalmente hallada, sin vida, convierte a Margy, de 42 años, en un globo de helio. Siente que flota, que sus pies se despegan del piso. Esa liviandad transporta su mente a un lugar oscuro, una especie de cueva donde todo es un dolor punzante.

Es un tormento que parece que jamás superará, no obstante, en menos de tres años logrará procesar todo ese sufrimiento y convertirlo en un ejemplo de resistencia. Por ahora, es frágil como un globo.

Margy recuerda que, desde aquella cita en la procuraduría, la liviandad se acompañó del silencio. Durante cinco meses no gritó y apenas lloró. En cambio, se le instaló una violenta infección en la garganta que no cedía ni ante fuertes antibióticos. Fue hasta que pidió ver la dentadura del cuerpo de su hija y corroborar con sus ojos que se trataban de los dientes de Diana, que vociferó y vomitó todo el sufrimiento que tenía contenido.

A partir de ahí, se le abrieron dos opciones: colocarse debajo o encima del dolor. Eligió lo segundo, porque lo primero sólo parecía alejarla de Diana, de su hijo y de su madre. Así que comenzó un sendero tortuoso: ir a terapia, asistir a un templo, creer en lo físico, lo metafísico y lo religioso. Hundirse en las páginas de un libro que, asegura, debería ser lectura obligada para cada familiar de un desaparecido: La Cabaña, de William P. Young, quien narra la tragedia de una familia que sufre la desaparición, violación y homicidio de la hija más pequeña del personaje principal.

Pero no es suficiente: Margy apenas saca la nariz fuera de esa cueva que sigue demasiado oscura. Para salir, ayuda a otras madres que comienzan a buscar a sus desaparecidas en una entidad que acumula 3 834 expedientes, de acuerdo con los datos disponibles hasta agosto de este año. Necesita transmitir lo que aprendió y aprender de las que están en el camino de la resignación.

Margy se solidariza con otras mamás que también encuentran los cadáveres de sus hijas en el Estado de México: Valeria, Luz Adriana, Luz del Carmen, Bianca Edith, Abril Selena. Sin embargo, de nuevo, parece insuficiente. Necesita algo más y echa mano de lo que tiene cerca, su jefa, la conferencista, a quien le pide que le enseñe cómo hablar en público lo que durante meses se calló.

El feminicidio de Diana da pie al renacimiento de María Eugenia Fuentes Núñez, quien hoy es una tallerista de medio tiempo en escuelas y universidades del Estado de México y la Ciudad de México (en sus talleres habla sobre el uso responsable de redes sociales). Ahí, cree, está la clave para entender cómo alguien torció la vida de Diana. Sus charlas han llegado ya a cientos de alumnos, a quienes les previene sobre las tácticas que usan los tratantes, les menciona la labia de los pedófilos y lo que ellos como jóvenes pueden hacer a fin de denunciarlos y evitar convertirse en víctimas.

Sus charlas son tan exitosas que, ahora, prepara una segunda fase. Esta vez serán para padres, madres y maestros; el objetivo es que los adultos aprendan a identificar cuando una o un joven está en riesgo. Margy cree que no importa si es una escuela pública o privada, urbana o rural, donde van chicas y chicos de familias pudientes o en situación de pobreza: si el modelo de protección no cierra con todos los que rodean a un adolescente, un depredador se colará por los agujeros, no importa donde sea.

Al final de contar su historia y ofrecerla con el propósito salvar a otras y otros, Margy suele generar la misma reacción de alumnos y profesores: en los salones truena una sonora ronda de aplausos y una dedicatoria que piensa, callada, para llevar cada día más luz a su vida.

“Esto es por ti, Diana”.

—¿En qué te has transformado, Margy?

—Cuando una mamá halla el cuerpo de su hija se abre inmediatamente otro capítulo en tu vida. Pasas a otra cosa. El dolor no se va, pero se transforma. Te cambia por completo.

—¿En qué?

—En esto que soy ahora. Yo voy a seguir hablando, alertando. Dar esas charlas me ayuda mucho y siento que así honro a mi hija, porque lo que ellos le hicieron a Diana… quiero que los encierren, que se vayan a la cárcel, aunque ya no es tanto por ella, sino por el dolor que pueden causar. Ellos no se van a detener… y yo tampoco.

—¿Qué quisieras que la gente aprendiera de esta etapa de tu vida?

—Yo sé que nada ni nadie me regresará a Diana. Lo sé, pero también sé que mi historia puede ser útil… que el dolor se puede convertir en amor…

Cuando lo necesita, Margy hace esto: se acomoda en una silla y busca los viejos videos donde puede ver a Diana, como le gusta recordarla. En ellos, su hija canta, ríe y baila sostenida en sus delgadas piernas. Sólo con mirarlos, se le llena el espíritu.

Entonces, Margy deja de ser frágil como un globo y se convierten en lo que es ahora: una madre coraje que vive por dos. Por ella y por lo que quedó pendiente en la vida de Dianita.

*La versión original de esta historia fue escrita por Óscar Balderas y fue publicada el 29 de octubre de 2017 en la edición núm. 810 de CAMBIO.

 

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