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Miguel: el entrenador

Con el propósito de alejar a su hijo del vicio, este hombre adaptó un camellón como un gimnasio de box. Ahora, decenas de personas pueden disfrutar este espacio público
24 de Diciembre 2017
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Este no es un gimnasio tradicional. No tiene paredes ni puertas, mucho menos ventanas, de hecho, cualquiera puede atravesarlo en todo momento. Aquí, bajo el enorme puente vehicular, el preparador físico y exfutbolista Miguel Ramírez Torres lo montó hace una década. Esto es un camellón de Ecatepec, municipio mexiquense que se ha hecho fama por sus elevados índices de violencia y criminalidad. Aquí antes era territorio de adictos a las drogas que cerraban trato con sus dealers, custodiados por montones de basura.

Nadie le pidió a Miguel, hombre de 48 años, que lo hiciera y él tampoco pidió permiso. Sabía que le daría utilidad a un espacio al que la gente le daba la vuelta. Empezó limpiando y poniendo un par de costales a fin de entrenar con sus hijos. Uno de ellos estuvo a punto de firmar para jugar futbol profesionalmente con el club América, sin embargo, en ese entonces tenía problemas con su consumo de drogas, así que la adicción lo llevó a dejar pasar la oportunidad. Durante cuatro años, el gimnasio improvisado por Miguel se mantuvo así, como un espacio dónde sólo ellos entrenaban, con el propósito de alejar a su hijo del vicio.

Hoy esto ha cambiado, pues hay una hilera de cinco costales a lo ancho del camellón, colgados de arneses fijados en la estructura del puente vehicular que aquí sirve de techo; cerca de la base de la rampa del puente –una pared decorada con tres grafitis alusivos al gimnasio que ahora todos conocen como “Gym Ramírez Torres”– hay dos peras fijas y otros dos costales a su lado; una pera loca cuelga de los barrotes de un pasamanos. Más allá está la base de un ring, instalada permanentemente al suelo y cubierta con una lona azul que se siente suave cuando uno se planta sobre ella. En cada una de las cuatro puntas de este cuadrilátero, un poste metálico tiene lo necesario para colocar las cuerdas y, de requerirse, las esquinas que remiten en el imaginario colectivo a un ring de box.

Aunque el improvisado gimnasio aún opera en un nivel familiar, actualmente tiene unos 50 alumnos entre niños, jóvenes y adultos, 13 de los cuales boxean ya en niveles amateur y profesional, como el ex campeón mundial plata de peso minimosca Armando Torres.

Ahora la gente que quiere cruzar de una acera a otra de la avenida Valle de Júcar, entre las colonias Valle de Aragón tercera sección y Melchor Múzquiz, ya no necesita rodear pues este espacio público se ha recuperado y tiene nueva vida.

Valle de Júcar es una avenida ancha ubicada entre las estaciones Múzquiz y Ecatepec de la línea B del Metro, que corre por la avenida Carlos Hank González. Júcar le pasa por encima a través de un puente vehicular de cuatro carriles. Por un lado, la también llamada Avenida Central comunica Ecatepec con Nezahualcóyotl y con la Ciudad de México, por la zona del Bosque de Aragón. Por el otro, es una arteria que te adentra en el infame municipio más grande del país, hacia la estación terminal Ciudad Azteca. En esta dirección, a unos cuantos metros está el Gym Ramírez Torres.

Cada mañana, don Fernando Ramírez y su nieta Fernanda, padre e hija de Miguel, barren la basura y el polvo acumulados durante la noche anterior. Suele ser un trabajo arduo: a veces amanecen bolsas de basura abiertas y su contenido se ha desparramado con el aire. En una bodega que rentan del otro lado de la avenida, los Ramírez guardan los instrumentos para los entrenamientos. Costales, peras, cuerdas, escaleras de lazos, guantes, caretas, manoplas y demás que instalan y desinstalan dos veces al día entre semana; por la mañana y por la tarde.

Es en el horario vespertino cuando bulle la actividad en el gimnasio. Entonces es que llegan los boxeadores que ya pelean, algunos son adolescentes y ya han ganado torneos a nivel nacional.

“De esto no se puede vivir –me dice una tarde soleada–. Es obvio que aquí se tiene que cobrar algo porque el material es caro”, y tiene razón pues los costales que tiene cuestan entre 4 600 y 6 000 pesos; las peras, entre 500 y 600; las manoplas, un poco más de 500 y se tienen que comprar al menos cada cinco meses porque las usan con todos y se desgastan con rapidez. Él no le pide material a sus alumnos. Acaso los guantes, por una cuestión de higiene; aunque si alguien no puede adquirirlos  (cuestan entre 1 200 y 1 700 pesos), él tiene varios pares y los presta. Miguel no vive de esto, su sustento lo saca de vender tacos de guisado por las mañanas.

“Además, tienes que gastar en los camiones, sacar para el material y para un refresquito. Pero subsistir de aquí está muy cabrón. Somos cinco profesores y si les cobramos de a cien, ¿crees que alcanza? Y tenemos que pagar la renta de esa bodeguita donde guardamos los materiales y unas lonas enormes que utilizo para cerrar esta área cuando tengo función. Por eso cuelgan esos hilitos de ahí –y señala la orilla del puente vehicular–. Es cuando pongo de lujo mi ring, para que vengan otros gimnasios a competir”.

Con esas lonas cerca el espacio, aunque al señor Miguel le gustaría que estuviera limitado por un enrejado. Lo ha solicitado, incluso un día llegó una comitiva del gobierno municipal a tomar medidas. Sin embargo, no ocurrió nada más. Le parece mejor así. “Si el gobierno se mete a enrejar, te puede decir hasta aquí”. No quiere que lo desplacen y dejen el esfuerzo de tantos años en manos de otros. “Soy más de la idea de buscar un patrocinio y el permiso del municipio para enrejar”.

DISCIPLINA Y SACRIFICIO

Miguel Ramírez es un chico moreno de 15 años que se mueve con agilidad, esquiva golpes con movimientos rápidos y suelta ráfagas precisas mientras, en el ring, hace un combate de entrenamiento con uno de sus compañeros. Y luego con otro y otra. Tiene 11 años entrenando box, siempre bajo la tutela de su padre, el señor Miguel. Es seleccionado de la Ciudad de México, y representa a la delegación Venustiano Carranza. De hecho, obtuvo una medalla de plata a nivel nacional en un torneo amateur y compitió por un lugar en el Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CNAR) donde finalmente no fue aceptado. Él piensa que le faltaron contactos y amistades clave.

“A mí me gustan los golpes. El box significa disciplina y te tienes que poner las pilas si quieres estar en esto. Es sacrificio. Tengo 15 años y nuestro objetivo ahorita es divertirnos, salir a todos lados, pero hay que evitar fiestas, salidas con amigos y hasta tener sexo, porque te acaba las piernas y te quedas sin condición”.

Hoy hay aquí unas 20 personas entrenando, chicas y chicos de entre 8 y 20 años. Ha llovido desde temprano, así que la tarde es fría. Tal y como ha ocurrido en los días previos, un automóvil con el cofre abierto está sobre el camellón. Los mecánicos del taller de enfrente estacionan vehículos aquí como si fuese una extensión de su local. Se tumban a arreglarlos y a veces aceleran los carros, echando todo el humo del escape al área de entrenamiento.

Si hubiera enrejado, no podrían subirlos ni dejar los manchones de aceite de motor como una huella indeleble de su actividad.   

* La versión original de esta historia fue escrita por Javier Pérez y fue publicada el 20 de agosto de 2017 en la edición núm. 800 de CAMBIO.

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