Periodismo imprescindible Lunes 18 de Marzo 2024

#NeverAgain: La fuerza adolescente de Parkland

Un grupo de estudiantes de preparatoria del estado de Florida da clases de ciudadanía, política y moral con dos palabras: Nunca más, que resuenan en las entrañas del país en el que mueren siete menores de edad a diario por una herida de arma. No se rendirán por una razón: la vida de una sola niña o niño vale más que todas las pistolas del mundo
29 de Abril 2018
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POR EILEEN TRUAX / LOS ÁNGELES, CALIFORNIA

“Seis minutos y veinte segundos con un AR-15, y mi amiga Carmen nunca volverá a quejarse conmigo sobre su práctica de piano”. Emma González tiene un nudo en la garganta, que es casi visible. Con la expresión endurecida en un rostro que, a pesar de sus 18 años, aún tiene rasgos de niña, Emma permanece inmóvil, la mirada clavada en un trozo de papel frente a una multitud de cientos de miles de personas que han asistido a la manifestación March for Our Lives, en Washington, D.C.

“Aaron Feis nunca le volverá a decir a Kira Miss Sunshine. Alex Schachter nunca volverá a llegar a la escuela con su hermano Ryan”. La estoica Emma no puede evitar los sollozos. Sigue de pie ahí, leyendo, mientras sus manos limpian las lágrimas de su rostro. “Gina Montalto nunca volverá a saludar de lejos a su amigo Liam durante el lunch. Joaquin Oliver nunca volverá a jugar basquetbol con Sam o Dylan. Alaina Petty nunca volverá. Cara Loughran nunca volverá”.

Durante los 40 días previos a este discurso, Emma González se convirtió en un ícono tras sobrevivir al tiroteo del 14 de febrero de 2018 en la escuela Marjory Stoneman Douglas de Parkland, Florida, donde un joven llamado Nikolas Cruz asesinó a 14 estudiantes y a tres maestros. En medio de la ira y el dolor, Emma y sus compañeros, David Hoog, Cameron Kasky, Sarah Chadwick y algunos más, iniciaron un movimiento en las redes sociales bajo el hashtag #NeverAgain para exigir a los congresistas que legislen el control al acceso a las armas y que cesen su apoyo a la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), la organización que hace el mayor cabildeo legislativo a fin de proteger el derecho a portarlas.

Cuatro días después del tiroteo, Emma abrió una cuenta de Twitter (@Emma4Change) y su primer tuit incluyó los hashtags “#NeverAgain” y #March4OurLives, este último con la finalidad de convocar a una movilización nacional el 24 de marzo. Llegado el día, cientos de miles de personas participaron en más de 830 eventos en todo el país. La más grande de ellas en Washington, D.C., con 800 000 participantes, finalizó con el discurso de la joven activista.

Emma lee, con rabia, acelera la velocidad de su lectura. “Peter Wang nunca volverá. Alyssa Alhadeff nunca volverá. Jamie Guttenberg nunca volverá. Meadow Pollack, nunca volverá”. La chica se detiene de pronto y guarda silencio. Clava la mirada al frente, la respiración agitada –el pecho como un fuelle– los ojos muy abiertos. Silencio. Los presentes la miran absortos. Emma permanece inmóvil. Pasan los segundos, un minuto, dos, tres. ¿Cuánto tiempo se requiere para que un silencio sea incómodo?

Emma cierra los ojos. El silencio pesa. Pesa más, dirá después en su cuenta de Twitter, cuando esos minutos los vives encerrado en un clóset porque hay un tirador activo en tu escuela. El día del tiroteo, Emma permaneció atrincherada durante dos horas.

“Desde el momento en que llegué aquí, han pasado seis minutos y veinte segundos. El tirador ha dejado de disparar, y pronto abandonará su rifle, se mezclará entre los estudiantes mientras escapa, y caminará libre por una hora antes de ser arrestado. Luchen por sus vidas antes de que esa sea la tarea de alguien más”. Emma González, latina, hija de inmigrantes cubanos, bisexual, cabeza rapada, chaqueta verde militar, registraba así uno de los momentos más potentes del activismo en la historia de los Estados Unidos.

Activismo a las calles

Aunque este país es de un activismo innegable, en general no solía ser de marchas. Justamente por eso, algunas imágenes de gente que llena las calles se han vuelto históricas: la marcha encabezada por Martin Luther King Jr. en 1963, que finalizó con su discurso “I have a Dream”, a la cual asistieron 250 000 personas; las protestas por la guerra en Vietnam, en 1969, con medio millón de personas; la Marcha del Millón de Hombres en 1995, atendida por hombres afroamericanos en Washington, D.C., las marchas proinmigrantes de 2006, que reunieron a cientos de miles en diversas ciudades en Estados Unidos.

Sin embargo, tras la llegada de Donald Trump a la presidencia, la toma de las calles parece ser la mejor opción para manifestar el descontento y reivindicar los derechos civiles. El 21 de enero de 2017, un día después de que Trump entrara en funciones, más de cuatro millones de personas se lanzaron a las calles de Estados Unidos en la llamada Women’s March (la movilización más grande que se ha registrado en el país). Un año después, la segunda edición de esta marcha reunió entre uno y dos millones. En marzo pasado, los eventos de March of Our Lives, que reunió a cerca de dos millones de personas, colocaron la movilización de los chicos de Parkland en el segundo lugar de las más numerosas. Y como en cada marcha, los carteles de los asistentes hablaron por ellos:

Una mujer: “Columbine fue el primero y debió ser el último”.

Una jovencita de la edad de los chicos asesinados en Parkland: “Arms are for hugging”.

Un hombre en sus cuarenta: “El tipo que me disparó aún puede comprar armas legalmente. Esto es una locura”.

Una niña de ojos oscuros y un moño rosa en la cabeza: “Faltan 149 días para mi primer día en el jardín de niños. Queremos escuelas seguras ahora”.

Marco Rubio está nervioso, tenso. Hay que reconocerle el valor para venir aquí esta noche. Apenas ha pasado una semana desde el tiroteo de Parkland, y la cadena CNN ha organizado en Florida un town hall, una reunión en la que los ciudadanos cuestionan a las autoridades. Al evento han asistido los senadores Bill Nelson, demócrata, y Rubio, uno de los republicanos más conocidos. El gobernador Rick Scott rechazó la invitación.

“Senador Rubio: ¿podría asegurarme ahora mismo que usted no recibirá ni una sola donación por parte de la NRA en el futuro?”. La pregunta que hace Cameron Kasky, uno de los chicos de Parkland, de apenas 17 años, provoca el aplauso efusivo de los asistentes, de estudiantes de Stoneman Douglas y de padres de algunas víctimas.

Rubio –traje impecable azul marino, corbata azul cobalto, prendedor con la bandera estadounidense en la solapa izquierda– permanece serio; mira hacia el piso, se balancea un poco. “La gente me apoya por mi agenda, y yo apoyo la Segunda Enmienda”, dice el senador sobre la medida constitucional que protege el derecho a poseer y portar armas. La gente grita, el senador está evadiendo la pregunta. “¿Entonces no recibirá más dinero de la NRA?”, insiste Cameron.

De acuerdo con cifras del Center for Responsive Politics, durante el ciclo electoral de 2016 la NRA gastó más de 54 millones de dólares en propaganda relacionada con el proceso electoral; invirtió más de tres millones de dólares en lobby en Washington D.C., y más de un millón en donaciones a las campañas, de los cuales 99 % fue para el Partido Republicano. Los registros indican que sólo 10 000 dólares fueron directamente a la campaña de Rubio.

“La influencia de estos grupos no viene del dinero, sino de los millones de personas que apoyan esta agenda”, responde Rubio, todo seriedad. Los gritos se multiplican. “Entonces, en el nombre de 17 personas, ¿usted no puede pedir a la NRA que retire el dinero a su campaña?”, reitera Cameron. “Yo siempre aceptaré el apoyo de quienes apoyen mi agenda”, responde Rubio.

Al día siguiente, el reportero político Evan Ostos, de la revista The New Yorker, escribió: “El golpeteo a Rubio fue como una expresión de furia colectiva ante la falsedad de lo que sucede en Washington: los rodeos, la respuesta esquiva (…) Cameron Kasky, un estudiante de preparatoria, confrontó al senador en una manera en la que pocos periodistas han logrado hacerlo”.

El primer número de abril de la revista Time llevó en la portada una fotografía de Cameron, Emma y otros tres chicos de Parkland, con la palabra Enough.

Hacerse oír

En la ciudad de Los Ángeles, 55 000 personas recorrieron las calles del centro para reunirse frente al City Hall. Ahí, jóvenes con camisetas anaranjadas sostenían 17 carteles, cada uno con el retrato de uno de los chicos asesinados en Parkland.

Pelirroja, de ojos claros y sonrisa de labios pintados, Gracie Lee Perkut decidió que tenía que hacer algo después del tiroteo, y lo que mejor hace es dibujar.

“Hice un retrato de cada uno de los estudiantes que murieron en Parkland”, dice la joven de 16 años, la misma edad de algunos de los chicos que dibujó. “Cada vez que ocurre un tiroteo, la gente dice ‘no debemos olvidar’, pero se les olvida en una semana. Con esto espero hacer que permanezca su memoria”.

En la manifestación, todos quieren hacerse escuchar, manifestar su repudio como se pueda.

Una joven con el pelo azul: “Saquémoslos con el voto”.

Una joven con los brazos en alto: “Si tan sólo las armas estuvieran tan controladas como mis anticonceptivos”.

Un bebé de seis semanas de nacido en una carriola enorme: “Un solo niño vale más que todas las pistolas del mundo”.

Un hombre con el brazo en alto frente al City Hall de Los Ángeles: “En Estados Unidos, lo único más fácil de comprar que una pistola, es un republicano”.

En el lugar hay otro grupo que recuerda a las víctimas de masacres anteriores: Aurora, Columbine, Sandy Hook. Entre ellos Melissa Holmes, una mujer rubia de 36 años, sostiene un cartel que dice “Sobreviviente del tiroteo en Las Vegas”.

El 1 de octubre de 2017, Melissa se encontraba en esa ciudad. Había asistido al festival musical Harvest, donde un hombre disparó más de 1 100 veces desde lo alto de un hotel: mató a 58 personas e hirió a 851. Es la masacre con el mayor número de víctimas en la historia del país. Melissa resultó lesionada y tuvo que someterse a una cirugía. Hasta la fecha recuerda el sonido de los tiros.

Desde la masacre de Columbine, en 1999, se han registrado en Estados Unidos 16 tiroteos masivos –bajo la definición de diez víctimas mortales o más en un solo evento– con un saldo de 339 muertos. Cinco de ellos han sido en escuelas. Si se consideran los incidentes en los que han muerto menos de diez personas, desde la masacre de Sandy Hook en 2013 se han registrado 290 tiroteos en escuelas, según cifras de Every Town, una organización activista por el control de armas. 17 de estos tiroteos han ocurrido en 2018.

“Ya ha habido suficientes –dice Melissa con una voz demasiado suave para el ruido que hay alrededor–. Creo en la siguiente generación. Ellos lo están haciendo por nosotros; ya les pasó, pero no quieren que les pase una vez más, o que les pase a otros. Por eso estoy aquí”.

Una mujer con la ilustración de un mensaje de texto: “Los quiero mucho”. Abajo: “Cuando te lo envía un niño escondido mientras hay un tiroteo, cambia tu forma de ver las cosas”.

Una niña con un letrero a colores: “No a las armas, sí a las galletas”.

Un cartel enorme con la fotografía de Emma: “Gracias, estudiantes. Nos inspiran y nos dan esperanza”.

 

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