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Nosotras por la naturaleza

El ecofeminismo está gestando un nuevo paradigma en el que se incluya el cuidado del medio ambiente como un derecho humano de tercera generación, y se aborde con urgencia el tema del cambio climático
11 de Marzo 2018
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POR ALEJANDRA DEL CASTILLO

La mujer como la Tierra y la Naturaleza: sometidas y explotadas, conscientes y en guardia. En 1974, cuando fue nombrado por primera vez el ecofeminismo, parecía ridículo que se reunieran conceptos como feminismo y ecología al momento que Françoise d’Eaubonne publicaba el libro Eco-Féminisme en Francia.

Esta no sería la primera vez que las mujeres fueron ignoradas por la historia o que su pensamiento fue invalidado sólo por su condición de género, sin embargo, entre la ecología y el feminismo había simetrías en sus relaciones de poder en el orden simbólico patriarcal. La mujer era dominada y explotada, la Naturaleza y la Tierra también.

No es que la Naturaleza y la Tierra posean un género, pero si han de ser asignadas, se le asignarán a la mujer. Al hombre le quedará la cultura, en un nivel superior y por su poder para controlar y transformar la naturaleza por encima de la naturaleza y las propias mujeres.

En dicha dicotomía, la mujer experimenta diferentes estados. El estado de conciencia y conexión con la naturaleza con sus paralelismos. El estado de víctima por la explotación y el ejercicio de poder sobre ellas. El estado ético y de cuidado que despierta la destrucción. Finalmente, el estado que las hace poseer un vínculo sensible con el medio ambiente.

Las mujeres se convierten en protagonistas, son víctimas cuando las sustancias tóxicas se fijan más en ellas, “la contaminación medioambiental con xenoestrógenos, sustancias químicamente similares al estrógeno femenino natural que se encuentra en los pesticidas organoclorados, las dioxinas de las incineradoras, las resinas sintéticas, las pinturas, los productos de limpieza, los envoltorios de plástico y los objetos de uso cotidiano”. A la contaminación con xenoestrógenos se le atribuye el aumento desmedido del cáncer de mama en los últimos cincuenta años. La organización Women’s Environmental Network en Londres denuncia la pasividad institucional con la que se aborda el tema.

Por otra parte, a las mujeres históricamente se les ha atribuido la cualidad de ser cuidadoras, en estado de maternidad, como las señoras de su hogar, obligadas a la atención de los esposos o en el tema de la vejez y la enfermedad. Lejos de que la mujer no sea una auténtica cuidadora del planeta, la construcción cultural de los cuidados en el sistema patriarcal la ha utilizado para imponerle una cualidad que la dulcifica y, con ello, los varones renuncian, huyen o se desvinculan de esa labor.

De lo anterior y por el mundo, es necesaria la universalización del cuidado, alentando al género humano a responsabilizarse de la tierra, la naturaleza y llenar de significado el sentido de destrucción que de alguna forma logra pasar invisible ante los ojos, indiferente a la actitud.

Las mujeres que han creado el vínculo y en un sentido de acción de la ética y su conciencia, también son protagonistas de sus acciones, desde lo individual y en lo colectivo.

Con la menstruación, una mujer puede decidir dejar las toallas sanitarias por motivos ecológicos, ambientales y de salud. A fin de comprender esto, sólo hay que considerar el volumen de desperdicio de toallas sanitarias y el tiempo de degradación del producto. Aunado a esto, la consideración de los materiales tóxicos con los que están hechas las toallas sanitarias: dioxina, poliacrilato, rayón y asbesto. El asbesto es considerado altamente cancerígeno y un elemento que hace sangrar más a las mujeres, incluyendo así la menstruación en un sistema capitalista de conveniencia de consumo.

Así como una mujer se determina por la copa menstrual o las toallas sanitarias de tela, exige cosméticos y productos de limpieza seguros en una decisión personal, para lo colectivo, las mujeres también se empoderan y se organizan.

En Kenia, la activista Wangari Maathai vivió la destrucción del paisaje en su pueblo Kiluyu: los árboles desaparecieron, los bosques de bambú fueron quemados con el propósito de cambiarlos a tierras de cultivo, el río Gura se volvió de aguas negras. Ante esa situación, Wangari creó Green Belt, que empezó plantando nueve árboles en su jardín y se transformó en una asociación de mujeres que ha plantado más de treinta millones de árboles en doce países africanos. Y no estamos hablando sólo de árboles, el movimiento daba una posibilidad real de mejorar la vida de las mujeres en una situación de campo y pobreza.

Wangari Maathai, también llamada Tree Woman, recibió el premio Nobel de la Paz en 2004, fue la primera vez que la presea era otorgada a una mujer africana con un tema de activismo medioambiental.

El ecofeminismo centra su diálogo entre el feminismo, la ecología y el medio ambiente, está gestando un nuevo paradigma que no se base en la explotación y la opresión, en el que se incluya el cuidado del medio ambiente como un derecho humano de tercera generación y se aborde con urgencia el tema del cambio climático.

 

Fuente: Puleo, Alicia. (2011). Ecofeminismo para otro mundo posible. España: Ediciones Cátedra.

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