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Una ofrenda para todos

Una tradición que para nosotros es de lo más común, como ir al panteón a recordar a nuestros difuntos o colocarles una ofrenda, a los extranjeros les resulta muy fascinante, tanto que la llevan a su propio país
28 de Octubre 2018
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POR SEBASTIÁN SERRANO

La primer vez que Conchi vio una ofrenda de muertos fue hace 15 años, en el bar que frecuentaba en Madrid: estaba colocada en una esquina con sus calacas y flores, y una imagen grande de María Sabina con muchos colores. Sin embargo, cuando llegó a México, en octubre de 2008, se encontró de golpe con la fiesta de muertos. Le llamó la atención porque en cada rincón había ofrendas, y en las de la universidad participaban la mayoría de las personas: estudiantes, señores de la limpieza, profesores, y cada uno hacía la suya aportando detalles significativos y sencillos, como un cigarro, una cerveza, un balde.

“Es una de las situaciones que más me han impactado en la vida, un golpe maravilloso cultural y antropológico, me pareció brutal. Me apasionaba el imaginario aunque no lo entendía cuando llegué. En España el Día de Muertos es muy íntimo, nunca se muestra así. México me atrapó y me quedé”, me comenta Conchi. Para ella, es una época tan especial que cuando se casó, eligieron octubre para la celebración, con el fin de que los familiares que venían de España pudieran vivirla.

Samy también tuvo su primer contacto con el Día de Muertos cuando estaba fuera del país. Escuchó que hablaban de la celebración durante una clase que tomaba en Estados Unidos; su profesora, que acababa de llegar de un viaje a Chiapas, les explicó la tradición y les pidió que le escribieran una carta a un ser querido que hubiese fallecido.

Me dice que en Túnez no tienen una celebración similar; no hay un día establecido ni una decoración específica. Recuerdan a los difuntos en las fiestas religiosas como la del Cordero o después del Ramadán; la gente va a las tumbas con el propósito de pedir cosas y les dejan comida. En referencia a la fiesta en México, me dice: “Se me hace una celebración muy intrigante, cómo se pintan las caras y los colores anaranjados es lo que más me gusta, saben celebrar muy bien”. Agrega que también le da mucha nostalgia porque recuerda a su padre que falleció hace mucho tiempo y lo extraña muchísimo.

A Claire, que lleva casi 4 años viviendo en México, le encanta la visión que tenemos del Día de Muertos como algo positivo, alegre, como una celebración colorida y para compartir con familia y amigos: “En México la muerte es una fuente de inspiración, y esto no se vive en ningún otro país del mundo”. Aclara que hay un gran contraste con Francia, en donde también se celebra el Día de los Difuntos, aunque es más bien una reunión triste y solemne. “De chiquita me llevaban a visitar la tumba de mis abuelos, les llevábamos crisantemos, pero no podías hablar, solo rezábamos, todo muy protocolario”. Para ella los cementerios en Francia son muy tristes, depresivos y por eso a medida que pasan los años la gente ha dejado de ir. “Me gusta mucho la celebración mexicana, es otra forma de conectar con los muertos. Provoca respeto por la muerte, pero algo bonito como una melancolía alegre, nunca es algo pesado”. Incluso Claire considera que esta es la temporada que más le gusta de todo el año en México; cuando amigos o familiares quieren venir a visitarla, les recomienda viajar en este mes, porque es algo que no van a experimentar en otro lugar.

MÍXQUIC, UNA OFRENDA VIVA

Claire me comenta que una de las experiencias que más la impactó fue conocer la celebración de muertos en Míxquic, un pueblo que está en Tláhuac, en uno de los extremos de la ciudad. Para llegar hay que seguir un laberinto de calles y chinampas, que convierten el recorrido en un paseo.

Ella fue con dos amigos mexicanos, no sabía qué esperar. Al principio, cuando llegó y se encontró los puestos de comida y chunches, le pareció un tianguis común de fin de semana o una fiesta de pueblo, pero al llegar al cementerio y ver las ofrendas quedó sorprendida por la belleza. “Todas las tumbas decoradas con cempasúchil y figuras de cosas que le gustaban a los muertos, como una guitarra o un colibrí. La gente se reúne alrededor y ponen velas por todos lados, es extremadamente bello”.

Sin embargo, se sintió incómoda de estar invadiendo un momento tan íntimo para las familias que estaban ahí sintiendo dolor, extrañando y departiendo con sus seres queridos, así que decidió guardar la cámara y observar desde la distancia. “Es una sensación muy fuerte, que los muertos siguen siendo parte de la familia y los familiares se esfuerzan para pasar el día con ellos”.

Yo también estuve en Míxquic hace seis años; me parecieron muy bellos los arreglos florales del panteón y la combinación de tonos rojos, blancos, amarillos y naranjas de las flores, ver cómo las familias agregan tantos detalles con el objetivo de crear un lugar especial dónde acoger a sus difuntos.

En esa ocasión, mientras dábamos vueltas por el pueblo con el propósito de esperar a que cayera la noche y ver el panteón en su esplendor ritual, nos encontramos con una sorpresa que fue lo que más me impactó. Llegamos a un punto del pueblo en donde se escuchaban cantos en náhuatl, acompañados por tambores, flautas y maracas de semillas y conchas; una voz espectral de un narrador traducía lo que decía la letanía desconocida y nos iba introduciendo en el ritual. En un largo campo de pasto, en donde se conservaba un antiguo arco de piedra, iban a representar el juego de pelota. La lucha entre las fuerzas de la vida y de la muerte, la luz y la oscuridad; sin dudarlo, nos quedamos para presenciarlo.

Salieron los contendientes de cada bando perfectamente decorados: un Tláloc azul, con su tocado se movía por el campo; otro jugador verde que representaba a Huitzilopochtli saltaba y aleteaba de un lado a otro; y, obviamente, Quetzalcóatl se movía con gran soltura por el terreno cosmogónico. En el otro extremo estaban Tezcatlipoca, dios de la noche, la muerte y el conflicto; Xipe-Totec de verde oscuro llevaba la renovación, y Mixcoatl acarreaba su juego celeste por la vía láctea.

Con gran agilidad, movimientos de pantorrilla y cadera golpeaban la pelota de caucho (el destino) que flotaba por los aires. Al final no recuerdo quien ganó, pero quedé realmente sorprendido de lo bien que lo habían hecho, de cómo habían asumido su papel, absorbido la esencia y representado para nosotros, simples mortales, el juego de los astros.

Salimos maravillados del juego de pelota y empezamos a notar que en las entradas de las casas había pétalos de flores y veladoras encendidas con el fin de recibir a los muertos en su camino, incluso algunas tenían en la entrada de las casa los xoloitzcuintles de barro –can guardián del camino hacia el inframundo–. Era como si todo Míxquic se hubiera convertido en una ofrenda enorme.

ACOGER LA OFRENDA

Conchi me comenta que desde el 2010 monta su ofrenda en casa. Mientras coloca cada elemento llora muchísimo. “Lloro porque me da una ternura brutal; me acuerdo de cosas significativas; es un vuelo emocional; pienso en mis seres queridos, los que se han ido, y les estoy poniendo algo”. Me explica que no le gusta poner fotos, más bien cosas emotivas que tengan significado: a su tía que era pintora le coloca pinceles y pinturas, también deja una copa de martini seco; y a un amigo que murió joven y que era ornitólogo, le pone un nido artificial con unos huevos, o también a todos los animales que la han acompañado les coloca huesitos o cosas así. También le encanta agregar elementos de la tradición mexicana, como papel picado, flores de cempasúchil, incluso tiene una calaca grande.

Coloca la ofrenda en el salón y a los mexicanos les llama la atención. “Es una costumbre tan enraizada, es tan normal, que sólo se ve de forma especial cuando llega alguien de afuera y hace que los mexicanos caigan en cuenta”. Incluso su esposo se emociona si ella empieza a hacer el altar y coloca también recuerdos para sus seres queridos; por ejemplo, a su abuelo le pone cosas relacionadas con el beisbol.

Su entusiasmo ya llegó al otro lado del Atlántico, y este año sus tías le mandaron fotos de la ofrenda que ellas pusieron en Madrid: “Hicieron una mezcla con lo que encontraron, juntando cosas de Halloween con cosas típicas de México, hasta encontraron papel picado”. Me dice que en gran parte la película Coco ha ayudado a que se expanda y se dé más a conocer esta tradición y que, por ejemplo, a España lleguen más cosas.

Samy no pondría ofrenda, pues su forma de homenajear a sus seres queridos es intangible, más bien ve fotos o recuerda momentos de su infancia y la relación que tenía con su padre. Ve el Día de Muertos y las ofrendas como un homenaje especial para personas queridas que fallecieron, pero a la distancia, no lo asume como propio.

Conchi me explica que le impresiona la relación tan fluida que tienen los mexicanos con la muerte, y que este día es una de las manifestaciones más llamativas del mundo, que reúne todo lo mexicano en un solo espacio de expresión, muy visual, nostálgico y atrayente: los colores, sus tonos y la forma de combinar tan especial, las flores y la naturaleza, los alimentos, las artesanía, mezcla de todo con el objetivo de honrar a los difuntos queridos. Además es una fiesta para compartir con las personas, con familiares y amigos que se reúnen a festejar, comer y recorrer la ciudad con el fin de ver las ofrendas. Para ella es una celebración cargada de significado y muy emotiva, es una expresión artística a la décima potencia.

Para mí como colombiano, el Día de Muertos es una de las fiestas con más fuerza y sentido de México, un momento místico en el cual recordar a los seres queridos, a los antiguos que ya no están, pero no de una forma melancólica y gris, sino llena de celebración y color, con las cosas especiales que tiene el país y le gustaban al muerto. Es una celebración que nos pone los pies en la tierra y nos muestra de dónde venimos y hacia dónde vamos.

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