Periodismo imprescindible Sábado 20 de Abril 2024

Y del norte ¿quién 
se acuerda?

El paradero del metro Indios Verdes usualmente es un hervidero de gente pero esa tarde estaba desolado. A unos metros, con menos atención que las zonas céntricas de la ciudad, la colonia Lindavista y sus habitantes libraban la batalla por no ser ignorados
24 de Septiembre 2017
Especial
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POR JAVIER PÉREZ

Encuentro a los primeros voluntarios en el Mexibús, en la línea que corre de Plaza Las Américas, en Ecatepec, a metro Indios Verdes. Suben en la estación Primero de Mayo con playeras blancas y mochilas. Son como 15, la mayoría hombres. Llevan picos y cascos, están tatuados y uno de ellos va echando desmadre colgándose de los tubos.

Una pareja de más de 60 años aborda en la siguiente estación. Cada uno lleva una bolsa de plástico con paquetes de agua embotellada. Su nieto, un chico que no rebasa los 20, también lleva la suya. Todos vamos a la calle de Coquimbo, en la colonia Lindavista, en la Gustavo A. Madero, allí donde un edificio habitacional colapsó. Un señor, que va parado a mi lado, coordina desde su teléfono móvil los esfuerzos que hará su empresa. Ya organizó a los empleados. A uno le pidió conseguir los medicamentos; uno más lo está esperando con una motocicleta para trasladarse a la Roma.

Al llegar al paradero del metro, el que usualmente es un hervidero de gente, está extrañamente vacío. Lo atravieso para ir hacia la avenida Ticoman, cruzo un puente peatonal y ahí está Coquimbo. La entrada a esa calle está acordonada.

En Coquimbo acaban de rescatar con vida al señor José Luis Ponce Llescas, de 66 años, quien tenía una losa en las piernas. Lo trasladan al hospital Magdalena de las Salinas, en una situación delicada pero esperanzadora. Estaba en un segundo piso, en el pasillo entre el elevador y la escalera de un edificio de siete niveles que colapsó durante el terremoto. Lo encontraron a un metro del piso, luego de labores minuciosas. Aquí no pueden ayudar los voluntarios, se requiere de personal especializado.

Me mandan al cruce de Cali y Sierravista. También acordonada, nos piden ir a otro punto a quienes llegamos ahí ofreciendo ayuda. Nos avisan de un kínder que justo acaba de colapsar en la calle Narciso Bassols en San Juan de Aragón. Fernando Anaya, dueño de Excanorte, una empresa que se dedica a derrumbar edificios, es quien me permite acompañarlo. Llegamos allá, luego de atravesar la parte norte de la ciudad en medio de cada vez más tráfico, pero la situación está controlada. Efectivamente, se ha caído toda una barda pero no hay vidas en peligro ni se requiere maquinaria especializada y esa es la ayuda que ofrece Fernando: llevar retroexcavadoras, camiones de volteo… Nos vamos porque, como él dice, quiere ser útil y no estorbar.

Las noticias llueven. Que ya se cayeron dos edificios por aquí, un puente allá. Rumores, muchos rumores. Vamos hacia la colonia Condesa pero en el camino, a vuelta de rueda por la carga vehicular, nos detenemos en el límite de las colonias Doctores y Roma, muy cerca de Pabellón Cuauhtémoc. Un edificio en la calle de Coahuila ha colapsado pero ya no hacen falta voluntarios ni ayuda. El Hotel Lisboa tiene dañada toda su fachada, pero sigue operando. En el Jardín López Velarde, un grupo de boy scouts está comiendo unas tortas. A su lado tiene unos féretros envueltos en hules; son para niños. Están ahí para quien los necesite.

En nuestro camino hacia Nuevo León y Michoacán encontramos un éxodo de voluntarios. Grupos de cinco, ocho, diez. Van con picos, palas, botes, chalecos, cascos. Buscan dónde ayudar, pero no hay espacios. Afortunadamente, la respuesta de la sociedad civil ha sido tal que la ayuda sobra. Hay centros de acopio en todos lados y gente ofreciendo alimentos hasta en la calle.

Cambiamos de rumbo. Que en el hospital Primero de Octubre, en avenida Politécnico, se requiere ayuda. Evacuado un día antes, no hay movimiento. Tampoco en el hospital de Ticomán a donde nos mandaron. Fernando se va frustrado. Él quería ayudar.

Yo me voy al deportivo Miguel Alemán, el centro de acopio de la colonia Lindavista. Otra vez un éxodo de voluntarios. Otra vez muchas donaciones. Ya no cabe nada. Hay una respuesta masiva.

Marisol, hija de Don José Luis Ponce también había quedado atrapada. Ella pudo escribir desde su celular un mensaje pero, unas horas más tarde su cuerpo es uno de los dos que fueron recuperados sin vida por los rescatistas. La dramática escena fue el preámbulo de una fuerte lluvia que llega casi a la par que la noche, la primera de las muchas que siguieron en la batalla de una ciudad y su gente por levantarse.

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