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Editorial: la conexión emocional con la comida

17 de Diciembre 2017
elitrtato
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Hace no mucho tiempo, leí por allí en uno de esos memes infinitos que aparecen en las redes sociales la siguiente frase: “Jesús nace en quienes son como niños”. Me llamó la atención y me llevó a preguntarme si por ello es que nos damos tantos permisos de jugar, divertirnos y comer cosas prohibidas cuando se acerca la Navidad, ¿será acaso que pensamos que mientras más dulces, pasteles y galletas comamos, más fácil entraremos en contacto con nuestro niño interior?

Lo cierto es que, sin importar la religión a la que pertenezcamos, casi es imposible escapar de la fiebre de excesos vinculados al final de cada año.

Si no es la Navidad cristiana y sus rituales, el simple hecho de que estemos en invierno y las temperaturas bajen tan drásticamente, como lo hemos vivido en este 2017, parece un permiso implícito para comer todo aquello que tenga muchas calorías. No es descabellado, el cuerpo nos pide calor y tratamos de dárselo en forma de azúcar, carbohidratos y chocolate caliente.

Incluso las personas que no practican ninguna religión ven a diciembre como una temporada que les da un pretexto para asistir a reuniones con amigos que no ven hace años, juntar a la familia y ponerse al día o visitar a personas queridas en lugares remotos. ¿Y cuál nos han enseñado que es el mejor lugar para reunirnos y pasarla bien? ¡La mesa!

Así es, en la cultura occidental, la comida se ha convertido en un dios de las reuniones, la deidad ante cuyos pies nos rendimos a fin de dejarnos llevar.

Sin embargo, ¿qué tan sano es mantener atadas siempre las emociones a nuestros alimentos? Con la comida, como con las personas, los trabajos y muchas otras cosas, hay que tener cuidado de no generar apegos tóxicos.

Por esto, y como estamos en días donde hay mucho qué comer alrededor, el equipo de CAMBIO se dio a la tarea de buscar historias, testimonios y hablar con especialistas que nos explicaran cómo podemos construir una mejor relación con lo que ponemos en nuestro plato no sólo en esta Navidad, sino en cada día de nuestra vida.

El punto de partida es la historia de una persona que busca en la comida y sus excesos una forma de autoaceptación, por no poder encarar su miedo al abandono. Después, un especialista nos explica cómo es que nuestros recuerdos se van conectando con nuestro paladar para dar paso a que activistas y profesionales de la nutrición nos hablen de cómo mejorar nuestra forma de comer y de educar a las siguientes generaciones en torno a la alimentación sana y sostenible.

Pero lo cierto es que todos tenemos el alma puesta en algún sabor. La sopa de la abuela, el postre que hacía mamá, el arroz que cocinaba papá, las hamburguesas que comimos en la primera cita con ese amor que ya no está. Nuestra memoria está plagada de sabores y eso está bien, mientras no sea la comida el único vehículo para llegar a esta felicidad o estas conexiones emocionales.

Algunos sienten mucho esa nostalgia cuando deciden probar suerte en tierras lejanas, y por ello hablamos con chefs que se han enfocado en acercar a esas personas los platillos que tanto añoran; buscamos a estos cocineros y conocimos sus restaurantes.

Cosas por decir de la comida hay muchas, y de la Navidad… ¡uy!, podría decir que es una infinidad. Esta edición es sólo una invitación a mirar profundamente las conexiones emocionales que creamos cada vez que disfrutamos de esos alimentos que nos hacen cada día único. Es también, por supuesto, un pretexto perfecto para desear a ustedes, nuestros lectores y amigos, unas muy felices y sazonadas fiestas decembrinas. Bon Apetite!

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