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Editorial

03 de Julio 2017
ELI
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Vivimos en un espiral de información y, como si estuviéramos atrapados en el ojo de un huracán, creemos que todo está en calma sin darnos cuenta de que alrededor podríamos ser parte de un desastre. Cada foto, cada like, cada búsqueda en Internet agranda esta esclavitud social en forma de espiral infinito.

Internet sigue creciendo y mientras más lo hace, más recurrimos a la red para buscar, compartir y guardar información. Hablamos y posteamos sobre la privacidad en las redes sociales, nos indignamos cuando nos revelan que los gobiernos –o las empresas– nos espían, pero disfrutamos al compartir fotos de lo que comemos, con quien estamos, los lugares que visitamos e incluso hemos convertido nuestras emociones en representaciones gráficas.

Estamos más expuestos de lo que imaginamos. Actualmente, ni siquiera se necesita ser un superhacker a fin de encontrar datos personales, familiares, direcciones y hasta rutinas completas de la vida cotidiana de millones de seres humanos. Podemos saber el color de una casa, las placas de un auto, con sólo utilizar las herramientas avanzadas del buscador más famoso del mundo.

El simple hecho de tener una cuenta de correo electrónico, aun cuando la usemos únicamente para cosas que creemos que a nadie le importan, ya nos convierte en parte no sólo de un gigantesco escaparate público, sino también de un enorme mercado de consumo que es constantemente vigilado, analizado y medido con el propósito de que las industrias generen más productos y servicios que necesitamos, o que no requerimos pero nos harán creer que sí.

En esta edición, no pretendemos decirte que la única forma de mantener tu intimidad es volviéndote un ermitaño, sin embargo, tras darse a conocer que el gobierno mexicano adquirió un software espía, presuntamente usado con la finalidad de intervenir las comunicaciones e información en línea de activistas y periodistas, la preocupación que saltó fue ¿y qué hay de las personas que no tienen un alto perfil político o social?, ¿acaso no están en riesgo? ¡Por supuesto que sí!, por eso decidimos enfocar esta edición en explicarte cómo se puede minimizar tu vulnerabilidad virtual y mejorar tus prácticas cotidianas de ciberseguridad.

Mark Zuckerberg ha sugerido que la privacidad es “un asunto del pasado” y eso no debería importarnos, si él no fuera el creador de la red social más utilizada del mundo ni tuviera en su poder nuestra información más íntima y confidencial, además, con nuestro permiso.

Más allá de si el dueño de Facebook nos roba las fotos de nuestra graduación o en poca ropa, las cosas que en Internet pueden obtenerse tienen un impacto directo en la economía global. Una empresa que pierde un secreto industrial o la información financiera o personal de sus clientes, puede no recuperarse jamás del golpe. En casos extremos, hoy incluso los sistemas de transporte terrestre y aéreo podrían ser “secuestrados virtualmente”, entonces, el terrorismo in situ sería “un juego de niños”.

Poco sabemos ahora de los alcances futuros de Internet, así que mientras los descubrimientos avanzan y aprendemos de nuestros propios errores, nos queda  blindarnos, mantenernos alertas, exigir más regulación, leyes y transparencia, al mismo tiempo que continuamos con nuestras vidas –reales y virtuales- en las que debemos hacer de la seguridad cibernética algo tan cotidiano como lo es usar una llave para cerrar la puerta de nuestra casa cada mañana.

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