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Editorial: ¿ciudades inteligentes o ciudades humanas?

20 de Julio 2018
elitrtato
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Si eres un amante de la tecnología y el emprendimiento, seguramente has escuchado hablar de la experiencia de usuario como una de las principales tendencias en la actualidad, 
y que no es más que mantener el enfoque de cada nuevo producto o servicio en las personas que lo utilicen.

Sin embargo, pareciera que todo aquello queda de lado cuando nos damos cuenta de que vivimos en entornos que no sólo no fueron planeados pensando en las personas, sino que, además, son de hecho hostiles y hasta peligrosos para los seres humanos.

¿Por qué no empezamos a diseñar ciudades centradas en la experiencia de las personas que las habitan y transitan? ¿Cómo podemos aspirar a ser felices en las calles por donde no podemos caminar sin miedo? Queremos reducir la violencia con policías, pero dejamos de lado en las asignaciones presupuestales el diseño urbano, el espacio público y la movilidad integral. Algo no cuadra.

Una ciudad que expulsa a la clase trabajadora para volverse exclusiva de aquellos que pueden pagar la vida en barrios gentrificados, plagados de desarrollos inmobiliarios quizá inteligentes, quizá ambientalmente responsables, aunque no necesariamente sostenibles, es todo menos humana, y por ende, tampoco feliz.

Recientemente, ha habido una tendencia de las ciudades por convertirse en smart cities o ciudades inteligentes, basadas en la implementación de sistemas de innovación tecnológica que ofrecen soluciones proactivas y en ocasiones sostenibles a problemas urbanos. No obstante, ¿qué hay de las ciudades humanas?

En el otro extremo, cuando hablamos de diseño urbano sustentable se piensa mucho en el uso eficiente de la energía o el agua, en la implementación de tecnología con el propósito de mejorar los materiales de construcción y con ello reducir el impacto ambiental de los grandes desarrollos pero… ¿y las personas?, ¿qué hay de la sostenibilidad social que debería tener todo sistema urbano?

En ocasiones la construcción y el crecimiento de las urbes, lejos de fomentar la reconstrucción del tejido social, agreden la humanización. Las ciudades no son sólo calles, plazas, comercios y estacionamientos, por eso en esta edición nos enfocamos en recordar que las grandes ciudades deben ser, por encima de todo, espacios de convivencia para la vida humana.

Uno de los más conocidos promotores del diseño urbano que se ha enfocado en la felicidad de las personas es Charles Montgomery, autor del libro Happy City y fundador de la firma consultora epónima. Tuvimos la oportunidad de charlar con él para, con su ayuda, tratar de explicarte cómo es que la felicidad y el bienestar están conectados con el diseño de las ciudades que habitamos.

Cuando conocí a Charles, mientras escuchaba su conferencia pensaba en lo certeras que me sonaban sus palabras. Era real, mi propia percepción de la ciudad había cambiado desde que los bajo puentes dejaron de ser lugares sórdidos, oscuros, y se convirtieron  en espacios iluminados de esparcimiento, comercio y convivencia vecinal. Tomé conciencia de que vivo en un barrio que me hace feliz porque hay un gran huerto urbano, a donde he ido a aprender y a conocer a nuevas personas; que si he podido reducir mi estrés y pasar más tiempo con mi familia es porque puedo trabajar a distancia gracias a la tecnología y así, reducir el tiempo y distancia de mis traslados, lo que un día me hizo tomar valor y decirle adiós al auto con el fin de cambiarlo por una bicicleta y transporte público.

¿Qué necesitamos para mejorar la vida en las ciudades? Políticas públicas claras y certeras que desincentiven el uso del automóvil, empresas más conscientes que fomenten el trabajo a distancia, inversión privada y pública que nos brinde transporte público seguro y de calidad a precio accesible pero, sobre todo, más espacios verdes que nos inviten a reconectar entre nosotros, entre las personas que habitamos y transitamos.

Tal vez la Ciudad de México nunca dejará de ser una ciudad monstruo, ni podrá aspirar a una sostenibilidad plena, aunque gracias a una política de resiliencia urbana quizá pueda convertirse en un gran monstruo feliz, ¿te gustaría?

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