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Editorial: la educación sexual del miedo

01 de Septiembre 2018
elitrtato
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En México tenemos muchos problemas relacionados con nuestra sexualidad: altos índices de embarazos de adolescentes, un considerable incremento en el número de los contagios de enfermedades de transmisión sexual, y el lado más oscuro, un serio número de casos de abuso y violencia. ¿Cómo podemos comenzar a diseñar soluciones?

En primer lugar, en México la educación sexual se centra en la reproducción o las enfermedades. Nos hablan de las consecuencias sin explicarnos antes que la sexualidad es parte de la naturaleza humana.

La educación sexual no debería enfocarse en el miedo. Nadie –en la escuela y a veces tampoco en casa– nos habla de la sexualidad como una natural y hermosa manera de conocer el placer, de demostrar afecto y emociones de manera consensual. Nadie nos habla de cuidar al otro o de la responsabilidad emocional que conlleva un encuentro sexual. La educación sexual que recibimos es pobre porque se ha mantenido aislada de la educación emocional.

La sexualidad debe ser re-educada. Es urgente plantearnos una nueva pedagogía social que integre  las emociones en todas las etapas de la vida, pues también las personas adultas debemos replantearnos los paradigmas aprendidos.

La educación emocional es inseparable de la educación sexual, ya que sexo, erotismo, sensualidad, raciocinio, intelectualidad y sentimientos, en conjunto, forman nuestro “yo”. Así, la sexualidad y las emociones conforman nuestra identidad, nuestro cuerpo, nuestra conducta, y determinan nuestras relaciones personales.

La salud emocional y mental debería ser el eje alrededor del cual trabajar. Estado, ciudadanos e instituciones tendríamos que abordar el tema del cuidado propio y del otro, además de explicar los derechos sexuales y reproductivos, pero la realidad es que no hay espacios institucionales para hablar de las emociones.

Si revisamos la bibliografía oficial, parecería que la razón de ser de la educación sexual es asustar con el fin de promover una abstinencia que, sabemos, es más una fantasía aspiracional conservadora que una realidad.

El problema de nuestro sistema educativo es que carece de asignaturas enfocadas en el aspecto emocional de la sexualidad, pues se produce apenas un acercamiento aséptico a la sexualidad, limitado muchas veces a los genitales.

Con la reforma educativa, se han incluido más contenidos relacionados con temas que antes eran tabú, como la masturbación y la diversidad; sin embargo, han dejado a criterio de las y los profesores la selección de libros que tengan o no estos nuevos asuntos.

En la mayoría de los casos, tal vez la información seguirá quedando reducida a prevenir  enfermedades y el uso de métodos anticonceptivos. Esto no parece suficiente en el 2018. México ocupa el primer lugar en embarazos de adolescentes entre los países de la OCDE y, tristemente, en muchos de los casos, esto es el resultado del abuso de adultos hacia menores de edad.

Somos una generación que creció con miedo, pero sigue sin tomar en serio la protección. Todavía asociamos el amor con el sufrimiento y la sexualidad con la culpa, como si fueran las dos caras de una misma moneda, y a menudo no tenemos herramientas para disfrutar las sensaciones con la libertad que merecemos; no las tuvimos en nuestra adolescencia y no las tenemos ahora.

¿Cómo vamos los adultos a enseñarles si nosotros mismos no sabemos gestionar nuestras emociones ni liberarnos de los tabúes? Esta edición es una invitación a reflexionar en torno a esto, sobre todo a disfrutar, siempre responsablemente, el placer de ser humanos, el placer de ser seres sexuales.

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