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Editorial: oportunidades para la paz

28 de Enero 2018
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Contar la guerra no es sencillo, y vivirla, menos. Entenderla también es un reto, y a los ojos de nosotros, los civiles, pareciera que hacerla es lo único fácil. Aun así, lo cierto es que la paz puede ser un desafío aún mayor. Los retos que la sociedad enfrenta cuando trata de vivir en un contexto pacífico empiezan con pararse con los pies bien puestos sobre la tierra. Es que nos han vendido que basta con firmar acuerdos y anotarlo en Wikipedia para que el horror se termine, y no es así. La paz es un largo camino que debe ararse y sembrarse entre todos a fin de que allí nazca la esperanza que necesitamos y nos envuelva en un abrazo largo.

El primer paso, entonces, es el perdón y, como es de imaginarse, es el más difícil, porque no es sinónimo de olvido; y condena tampoco es lo mismo que justicia.

Crecimos pensando que la paz era algo dado por decreto. Que no había que hacer nada para mantenerla pero, ¿qué tan real es la que creemos vivir los ciudadanos de algunos países?

Venezuela, por ejemplo. Oficialmente no está en guerra, sin embargo, de allí han tenido que emigrar de manera forzada más de cuatro millones de personas orilladas por una de las armas más crueles: el hambre.

Allí está el caso de Colombia, que lleva años viviendo las consecuencias de un conflicto armado interno y, peor todavía, con un proceso de paz firmado pero inconcluso donde los bandos aún no han aprendido lo más importante: a darse nuevas oportunidades.

Para explicar las complejidades de la construcción de una realidad pacífica, en esta edición tenemos la colaboración especial del periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos, uno de los cronistas más reconocidos de América Latina quien, tras pasar tres días en el campamento La Carmelita, con excombatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), relata a detalle cuáles son las expectativas –y la dura realidad– que enfrentan ahora los que han renunciado a las armas e intentan vencer sus miedos y limitaciones con la finalidad volver a la vida civil.

Y si para Colombia esta etapa histórica de construcción de paz es un arduo trabajo que requiere la participación de todos los sectores sociales, ¿cómo es para Venezuela?, donde ni siquiera se reconoce el nivel del violencia o las graves violaciones a los derechos humanos perpetradas a diario y que tienen al país en el ojo de los observadores internacionales. Pues en estas páginas, un joven de 28 años explica cosas tan difíciles de comprender para los extranjeros, como la nula calidad de vida que tenía en su país derivada de la impresionante inflación –según el Fondo Monetario Internacional, en 2018 será de 13 000 %–. ¿Por qué?, porque lo ha vivido de primera mano.

Aunque si se trata de aprender de largos procesos de construcción de paz, no podíamos dejar de lado la búsqueda de justicia y por ello, desde Argentina, nos llegan las historias de las familias de quienes fueron torturados y desaparecidos durante la dictadura y cómo enfrentan que los genocidas ahora pugnen sus condenas en prisión domiciliaria.

Mucho debemos reflexionar en México, y más ahora que, igual que Colombia y Venezuela, estamos en la antesala de un proceso electoral. Andrés Manuel López Obrador, uno de los candidatos más fuertes rumbo a la presidencia de la República, incluso ha propuesto una amnistía para los criminales que nos han tenido asolados en los últimos años, en la no reconocida pero ampliamente documentada “guerra contra el narco” iniciada por el expresidente Felipe Calderón. ¿Qué piensan de ello las víctimas de la violencia y los familiares de quienes aún buscan a las personas desaparecidas?, pues fuimos y les preguntamos.

La paz necesita oportunidades, le dijeron los exguerrilleros a Salcedo Ramos en Putumayo, al mismo tiempo que Julián tuvo que romper a su familia para buscarse la vida fuera de Maracaibo. Todo ello mientras Ana perdió la tranquilidad al saber que el genocida que torturó a su padre hasta la muerte se ha mudado a sólo cinco calles de su casa en Mar del Plata a fin de pugnar condena en prisión domiciliaria.

La guerra parece perenne, sin embargo, también hay historias de esperanza, de creatividad y de amor, los únicos antídotos que han demostrado ser un bálsamo para esas heridas cuyas cicatrices, lamentablemente, permanecen.

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