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Editorial: ¿quién está hoy en día libre de cualquier pecado?

31 de Marzo 2018
elitrtato
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Vivimos en la era de Internet, este momento histórico donde la privacidad parece cosa del pasado –como ya lo ha demostrado el escándalo de Facebook y Cambridge Analytica– y donde el juicio y el castigo público son procesos que cualquiera puede padecer en tiempo real.

Pareciera que los pecadores del siglo XXI no tienen tiempo para arrepentirse ni pedir perdón, lo que sea que eso signifique en el presente.

Lo cierto es que en las sociedades actuales, dominadas por el enorme ojo del Gran Hermano anunciado por George Orwell hace ya algunos ayeres, pareciera que nadie tiene que esperar ni cruzar un purgatorio para llegar a ese infierno que nos narraba Dante en La divina comedia. Hoy en día, el infierno lo puedes encontrar en el veneno tecleado por los dedos de esos haters que se creen dueños de la verdad absoluta y poseedores de la superioridad moral que les han dado todos esos posts que “demuestran” que ellos sí son “buenas personas”.

El dicho popular dice: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”, y yo me pregunto, ¿de verdad todas esas personas que vierten su “integridad” en millones de tuits y posts de Facebook serían capaces de pasar un pecadómetro?

Por estas y otras preguntas que en tiempos de polarización social y política nos han surgido, decidimos utilizar como pretexto las fechas de asueto que recién pasaron para reflexionar sobre lo que nos ha llevado a convertirnos en verdugos digitales multitudinarios, hambrientos de juicios sumarios y linchamientos digitales, mientras más veloces, mejor.

El pecado, el bien y el mal, el premio y el castigo, son conceptos que están presentes de una u otra manera en diversas religiones, sin embargo, en la formación judeo-cristiana de las sociedades occidentales, esos llamados “pecados” siguen siendo, en plena era de las supercomputadoras y la nanotecnología, los grandes obstáculos que impiden muchas veces el pleno ejercicio de los derechos de todas las personas.

¿Es la realidad del siglo tercero similar a lo que vivimos en pleno 2018? ¿Acaso nuestro contexto puede seguir validando figuras tan antiguas como los pecados capitales? Al tratar de investigar la respuesta a esas preguntas, encontramos, por ejemplo, que en el pasado había un octavo “pecado”: la tristeza, algo que nos llamó mucho la atención.

¿Quién podría castigarnos hoy en día por estar tristes? Como si el calentamiento global, la extinción del rinoceronte blanco, la destrucción de los bosques, los atentados terroristas, la abierta corrupción y nuestro constante vacío cotidiano que quiere ser llenado con selfies y fotos de nuestra comida no fueran suficientes razones para deprimirnos. ¡Sería una locura considerar la tristeza hoy en día como un pecado!

Pero ¿qué pasa con el resto? Si en México estamos pagando todavía el Fobaproa mientras leemos uno tras otro los escándalos de corrupción; si mientras Nicolás Maduro acaba de quitarle tres ceros a su moneda, en Internet circula un video que muestra cómo la justicia restaurativa venezolana obliga a los criminales a “pagar” sus culpas mediante la entrega de botellas de un litro de desinfectante para pisos y vemos allí la cara de felicidad de las amas de casa que las reciben; si una tarde somos testigos a través de nuestros smartphones de cómo un hombre entra a un centro comercial y dispara contra su exnovia, argumentando que la  asesinaba “por puta”… si todo esto pasa frente a nuestros ojos y podemos continuar con nuestras vidas, ¿quién está hoy en día libre de cualquier pecado?

Por eso, hoy nos atrevemos a preguntar ¿cuál es el tuyo? Porque sabemos que todos cojeamos de algún pie, y que sólo al reconocer esto, quizá, podremos sentar las bases para escribir nuevas reglas que nos permitan aspirar a ser una sociedad más tolerante, respetuosa y libre.

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