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El Quijote sandinista

29 de Abril 2018
rogeliosegoviano
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El 18 de julio de 1979, en el Paraninfo de la Universidad de León, en Nicaragua, se reunieron los miembros de la Junta de Gobierno de la victoriosa revolución sandinista, de la que el comandante Baltazar formaba parte medular. Al día siguiente, Baltazar y los suyos marcharían con destino al Palacio de Gobierno en Managua, para poner punto final a la sangrienta dictadura de Anastasio Somoza, uno de los personajes más siniestros y terribles en la historia de América Latina.

Atrás quedaban casi 20 años de lucha desde la clandestinidad, por lo que ya no era necesario seguir utilizando el alias —en su caso, inspirado en uno de los personajes de la saga de novelas “Cuarteto de Alejandría”, de Lawrence Durell— que le dio fama como uno de los ideólogos del movimiento sandinista. Ahora, el comandante Baltazar podía volver a utilizar su nombre real sin temor a represalias: Sergio Ramírez, escritor y periodista de profesión.

El autor de “Castigo divino”, “A la mesa con Rubén Darío”, “Perdón y olvido”, “Sombras nada más” y “Margarita, está linda la mar”, entre muchas otras novelas y cuentos, lejos estaba de imaginar en aquel momento que casi 40 años más tarde estaría en otro Paraninfo, esta vez en el de la célebre Universidad de Alcalá de Henares, en Madrid, siendo galardonado por el rey Felipe VI, de España, con el Premio Cervantes de Literatura, el más importante que puede recibir un autor en lengua hispana.

Sergio Ramírez tampoco habría de imaginar, en aquel lejano 1979, que luego del triunfo sandinista llegaría a ser, durante el gobierno de su hermano de armas Daniel Ortega, vicepresidente de Nicaragua. Y mucho menos le pasaría por la mente que habría un rompimiento brutal entre ambos, al darse cuenta de que, con el paso del tiempo, su mejor amigo se había convertido en el mismo monstruo autoritario y déspota contra el que lucharon codo a codo desde la juventud; un dictador que ahora no duda en reprimir y asesinar estudiantes que se oponen a su mandato, y al que Sergio Ramírez combate desde la oposición con un arma más poderosa: la escritura.

Durante la gala de hace unos días, el escritor nicaragüense dedicó el Premio Cervantes a sus paisanos, “que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia”. También se lo dedicó “a los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser Republica”.

En su emotivo mensaje, Ramírez expuso que escribe con las ventanas abiertas, porque como novelista no puede ignorar “la anormalidad constante de las ocurrencias de la realidad, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas, pero siempre seductoras”. En clara alusión a Daniel Ortega, recalcó que se asoma con curiosidad y asombro a esos paisajes de voces, sombras y con personajes humildes que cargan sus historias, que tantas veces son víctimas del poder arbitrario y demagógico que divide, separa, enfrenta y atropella.

Dijo que si bien la historia se ha escrito en contra o a favor de alguien, la novela en cambio no toma partido, y si lo hace arruina su cometido. “El vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Un escrito fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas”.

También señaló que la realidad abruma hoy con “caudillos enlutados, disfrazados de libertadores que ofrecen remedio para todos los males, y los del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad”.

Tal parece que, en esta ocasión, el Premio Cervantes no pudo haber quedado en mejores manos.

*Periodista especializado en cultura.

@rogersegoviano

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