Periodismo imprescindible Miércoles 24 de Abril 2024

El sentido del juego

¿Hace cuánto que no juegas? El juego es una elección, y yo siempre elijo jugar
14 de Agosto 2017
Especial
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POR ALEJANDRA DEL CASTILLO

La última vez que compré un libro de hadas me preguntaron si era para mis hijos. Y entonces yo pensé que nunca nadie debería tener hijos como un pretexto para comprarse cuentos de hadas.

No puedo decir que la situación es rara porque me resulta bastante común. Hoy, al subir a un carrusel, me preguntaron si ocuparía uno de los caballitos, y tuve que decir que sí. ¿No resulta absurdo subir al carrusel sin cabalgar el corcel con el que conquistarás el mundo en unas vueltas? Bueno, para algunos lo es.

Porque en ocasiones, el juego resulta sólo infantil. Es signo de inmadurez. A mí jugar me devuelve la vida. En la expresión, en el vestir, al ir y venir, en el uso de las palabras, en la selección de espacios y actividades. Jugar es una elección. Y yo siempre elijo jugar.

Recuerdo que alguna vez, un compañero de trabajo me dijo que si seguía con esa actitud, un día me iba a despertar como “una niña menopáusica”. Sí, esas fueron justo las palabras que utilizó, avasalladoras y terriblemente hirientes. Pero no decían algo sobre mí, decían mucho sobre él.

A mí, jugar me salva. Me salva todos los días: del mundo, de la realidad, de mí misma y de saber que debo aceptar las cosas así como están.

Me dejo libre y funciona, es como tomar turnos con la finalidad de respirar: un poco de realidad, un poco de juego. Porque mientras la realidad asfixia, el juego es a veces la única oportunidad que tenemos de cambiar el planeta.

Jugar tiene una lógica irracional, pertenece a un universo donde las cosas funcionan al grito de hacer por hacer.

Hablar de jugar es simple, como intervenir la regadera con una canción, caminar sin pisar raya, levantar la cara al cielo aunque sólo veas el techo, sentarse a leer por placer, bailar para espantar la tristeza, doblar papel hasta ver nacer grullas, barcos o aviones. Cualquier cosa puede convertirse en una actitud de juego.

Es también, sorprenderse por la espontaneidad con la que jugando puedes encontrar la mejor dinámica para hacer las cosas de una manera nueva y que te llene el corazón.

Cuando las exigencias de este mundo llaman a madurar, lo hacen como un proceso parecido a planchar a las personas a fin de que no se arruguen, se mantengan lisas y en perfecta pulcritud. La gente poco a poco se somete a estos procesos hasta que su capacidad de juego se diluye al grado de sentirse incómoda, ridícula o inmadura si de jugar se trata.

A veces, nosotros mismos somos los primeros en negarnos el permiso de jugar con todo cinismo, como un acto que atenta contra nuestra propia naturaleza lúdica y el derecho de jugar.

Jugar es un derecho y debería aparecer muy cerca del derecho a la felicidad. Seguramente no aprendimos a ejercer ese derecho de la mejor forma cuando nos hicieron creer que jugar era un premio o cuando tuvimos que pedir permiso para que alguien pudiera jugar con nosotros.

Jugar es un tema que debería tomarse bastante en serio, ya algunos han hablado de ello, como Julio, que declara firmemente que le sería absolutamente imposible vivir si no pudiera jugar. Es así como Julio Cortázar, fanático de los dinosaurios, aficionado de las noticias insólitas, coleccionista de objetos inverosímiles y especialista en jugar con las palabras, explica: “Cuando digo jugar no me refiero a jugar con un trenecito de juguete, sino a jugar en el sentido en que el hombre juega. Si le da la gana de escuchar música está jugando, si quiere hacer un dibujo está jugando, si quiere hacer un paseo está jugando; ese es el sentido lúdico. Todo lo que no significa el trabajo, la obligación y el deber. Todo lo que sale de eso para mí es el juego y el hombre es un animal que juega”, por eso se le ha llamado también homo ludens.

Incorporar el juego a la vida es una forma de mirar diferente, una manera de intervenir la realidad y darle otro sentido, también es una forma de entender el mundo.

Y aunque lo lúdico se resiste al análisis, su existencia genera cierto orden y un montón de posibilidades al potenciar sus alcances. Mientras algunos han perdido la esperanza en el juego, hay otros que buscan soluciones en el arte de jugar. Estamos en la era de la gamification, también conocida como ludificación, que consiste en usar las dinámicas del juego con la finalidad de potenciar la motivación, solucionar problemas, mejorar la productividad y procurar el aprendizaje, entre otros objetivos.

Es ahora como los pequeños disfrutan alimentos con formas de animales y se motivan a comer, o como los espacios de trabajo se han modificado paulatinamente con el propósito de adquirir un carácter donde se permite el juego como un ambiente natural para existir.

Esto es sólo el principio, porque algunos visionarios han ido todavía más lejos y marcan la tendencia al involucrar valores lúdicos a fin de promover la participación de la gente y motivar a la acción en la resolución de problemas.

Esto podría significar que donde existe un problema, también podría existir un juego para solucionarlo. Para muestra, un volantín.

En África, un volantín para niños funciona como la maquinaria que extrae agua desde los pozos profundos y la lleva a un tanque que la distribuye en las villas africanas que antes no tenían agua. Los niños se suben, hacen girar el mundo y vuelta tras vuelta, provocan que jugar tenga mucho sentido.

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