Periodismo imprescindible Miércoles 24 de Abril 2024

Felicidad artificial

30 de Octubre 2017
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POR VALERIA GALVÁN*

“No quiero sentir dolor. ¡No quiero perder el tiempo en lágrimas y tristezas! Necesito felicidad artificial para trabajar y ser productiva. Si vivo el duelo en estos momentos será como morir lentamente”, le dijo al psiquiatra, quien le recomendó vivir el dolor ya que no era la primera ni la última en terminar una relación.

Violeta no conoce el significado de pérdida. Todos los integrantes de su familia y amigos viven. Por lo tanto, la ruptura de su relación ha sido la experiencia más cercana que ha tenido con la muerte.

Los primeros quince días perdió el apetito, las ganas de trabajar y de sonreír. Había dado por muerto al “susodicho” a fin de no caer en la tentación de llamarlo o buscarlo. Supo que un entierro mental era la opción para lidiar con su ruptura.

Después de esos quince días, decidió que era hora de terminar el duelo de la manera más práctica que conocía: sometiéndose a un tratamiento médico. Fácil, ¿no? De ahora en adelante cada vez que se nos muera alguien ¡pum!, nos tomamos nuestra pastillita y ¡a vivir felices por siempre!, ¡como magia! Y hay que tener cuidado con ella, ya que como dirían en una conocida serie: “Magic always comes with a price”, y generalmente la magia de un antidepresivo es efectiva sólo al consumirlo.

Nos vimos para comer y estaba eufórica, ¡feliz! Me dio gusto por ella y no pude evitar preguntarle: “¿Cómo le haces? ¿Cómo has superado tantos años de relación en dos meses?” Sonriendo y pareciendo más bien un poco loca me respondió: “¡Felicidad artificial amiga!”. Me dio mucha tristeza.

Violeta pagó el precio de su felicidad artificial después del día en que valientemente decidió dejar los antidepresivos. Murió en vida. Recuerdo que la vi seis meses más tarde; completamente vestida de negro, demacrada, muy delgada y triste me dijo:

—No era así, amiga, no se trataba de evitarlo, pero el dolor era fuerte y no era tan valiente para vivirlo.

—¿Cómo te sientes?, le pregunté.

—Muerta, ya le lloré mucho y ahora estoy viviendo el duelo, sé que no está muerto, pero me imagino que así se siente cuando muere alguien a quien amas.

La abracé y poco a poco soltó lágrimas, lloré con ella. Nunca la había visto así, romperse. Violeta era la típica golden girl cínica, divertida, coqueta y centro de atención que hacía que la idolatraras por sus ocurrencias y originalidad. La chica guapa y carismática de sonrisa de comercial estaba en mis brazos sufriendo la pérdida de un ser querido. Me dio tristeza otra vez. Comprendí que la muerte se puede vivir de diferentes maneras.

Mi amiga la vivió de tres formas: viendo morir su relación, matando mentalmente a alguien y suicidándose socialmente. El negro le iba bien. Dicen que la muerte sólo es un paso más hacia otra etapa de la vida. Me pareció correcto darle el pésame con mi afecto.

Pasaron seis meses antes de verla nuevamente. Fue ella quien me buscó. Estaba disfrutando mi serie favorita cuando apareció un mensaje de whats: “¡Amiga chula!, he resucitado. ¿Un vinillo?”

¡Fui la más feliz!  Extrañaba mis pláticas con ella. Al verla con algunos kilos de más me sorprendí.

—¡Ya sé, estoy gorda. Es que cuando una regresa de la muerte regresa con hambre! Total este año ya se fue ¡y en enero mato a la tragona esta!, gritó con la alegría que la caracteriza.

Nos carcajeamos durante horas al recordar viejos tiempos, y de los muertos ni hablamos. Bien dicen que el muerto al pozo y ¡el vivo al gozo!

*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.

@valeria_galvanl

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