Periodismo imprescindible Miércoles 24 de Abril 2024

La ciudad frente a sí misma

Tal vez una ciudad sustentable no es enteramente una ciudad feliz, pero sí es una ciudad que tiene esa búsqueda, y que, paradójicamente, acepta que no va a llegar a serlo
29 de Mayo 2017
Manuel Meza
Manuel Meza

Por Harmida Rubio Gutiérrez

Hace pocos meses Joaquín Sabaté, uno de los maestros contemporáneos de la urbanística, me contó una historia que me dejó reflexionando profundamente, me contó de la etnia “I Felici”. Me dijo que a un amigo de él, en Italia, le habían encargado hacer un museo de esta etnia, en el que se contara todo sobre la forma de vida y el entorno de este pueblo. Joaquín fue a visitar el museo y su amigo lo guió: “I Felici eran coetáneos de los etruscos (…) Vivían maravillosamente, tenían vajillas y cubiertos de oro, escuchaban música, tenían libros estupendos (…) vivían en cuevas subterráneas pero se la pasaban tan bien, que eran felices”. Sin embargo curiosamente, dice Joaquín, al final del recorrido su amigo le dijo: “Lo más singular del caso es que I Felici nunca existieron…es un invento”. Me quedé pensando entonces que tal vez es imposible que exista un pueblo continuamente feliz como ellos, pero el imaginar su existencia nos calma el alma y nos deja pensando cómo podría ser ahora una ciudad como la de I Felici.

Tal vez una ciudad sustentable no es enteramente una ciudad feliz, pero sí es una ciudad que tiene esa búsqueda, y que, paradójicamente, acepta que no va a llegar a serlo.

Cuando se habla actualmente de la ciudad sustentable, en el imaginario de muchas personas, aparece de manera central la cuestión ecológica: el reciclar materiales, el autoabastecerse de sus propios recursos, el cuidar el medio ambiente a partir de procesos de ahorro energético; cuestiones muy importantes pero que no son las únicas que hay que atender. Richard Rogers en su libro Ciudades para un pequeño planeta dice que la ciudad sostenible es, además de ecológica: una ciudad que favorece el contacto, justa, bella, diversa y creativa. Es a estos aspectos a los que quiero referirme: una ciudad sustentable es entrañable, es una ciudad amable para quien la habita (amable en su doble sentido, el de correspondencia de gentileza y el de posibilidad de amar).

Pero no quiero decir con esto que sea una ciudad en la que siempre todo marche bien, absolutamente pulcra, ordenada, perfecta, competitiva, no. Sino una ciudad humana, imperfecta como nosotros. Una ciudad con la que nos entendemos pero también una con la que nos peleamos de vez en cuando. Una con la que podamos conversar. La ciudad es junto con nosotros la misma cosa, responde a lo que le damos. 

Una ciudad sustentable sería un lugar que logra junto con nosotros, un proceso en el que las personas, las ideas, los edificios, la movilidad, el paisaje, las memorias, fluyen de una manera que no es forzada. 

Es decir, cuando estamos en una ciudad en la que es posible intuir donde están las cosas, en donde tal vez podamos perdernos pero que no nos angustiamos por eso, donde podemos desplazarnos sin hacer esfuerzos sobre humanos, o donde podamos equilibrar los tiempos de trabajo con los de ocio, entonces nos dan ganas de darle algo de nosotros, deseamos corresponderla. Sin embargo, también amamos o queremos amar a las ciudades caóticas y en decadencia, tal vez porque también nos conectemos con esa parte de nosotros mismos y respondemos a eso. Es decir, la cuestión es que la ciudad y quien la vive se vinculen en su manera de ser y en sus transformaciones, aun cuando estas sean caóticas. Cando una ciudad es amable, es decir, que se le puede llegar a amar, es difícil pensar en maltratarla.

En el libro El poder de los límites, György Doczi  dice que la cultura oriental y la occidental interpretan el mundo de manera distinta pero complementaria: mientras en occidente se investiga a partir del análisis, la separación, la observación de las partes; en oriente se busca el entendimiento de la unidad, de la continuidad de la relación de cada cosa con el universo. 

Agregaríamos que no sólo en oriente se piensa en la unidad, sino también se han visto así las cosas en nuestros pueblos prehispánicos. Aquellas ciudades eran ciudades que se vinculaban en continuidad con el territorio, el agua, el cielo, el silencio, los animales y las personas. Era una cuestión no solamente utilitaria, sino simbólica. 

Nuestras ciudades mexicanas son una superposición de cosmovisiones distintas, compleja y encantadora a la vez. Son capa sobre capa, un tejido de visiones analíticas y unificadoras al mismo tiempo. Nuestras ciudades que son al mismo tiempo ciudad-campo, ciudad-fortaleza, ciudad virtual, ciudad de las casas pequeñas y los edificios altos, de la pobreza y la marginación, de la inseguridad y del exceso, del caos y del supuesto orden están muy lejos de ser sustentables, pero a la vez, están a pocos pasos.

No se trata sólo de construir grandes y costosas infraestructuras que ahorren energía, o de diseñar edificios inteligentes, o instalar nuevas tecnologías que solucionen todas las redes. No hay una sola manera de hacer ciudad sustentable, creo que cada ciudad tiene la propia.

Una ciudad sustentable empezaría por verse a sí misma, reconocerse, entender sus miserias, sus vergüenzas, sus desgracias, pero también sus anhelos, riquezas, y las ideas ficticias sobre sí misma. Una ciudad que comprenda dónde se están forzando las cosas y hacerlas fluir de nuevo, a su manera. Una ciudad que aprenda a pasar una crisis y volver a establecerse. 

Finalmente creo que siempre ha habido ciudades sustentables, que las nuestras lo han sido. Creo que se trata de aprender a transformarse junto con la ciudad como en un péndulo, a veces hacia la parte armónica y otras hacia el caos, pero en unidad, ciudad y sociedad, dándose de frente la cara.  

Nota de la editora: El presente ensayo fue publicado en mayo de 2014, dentro del número 73 de la desaparecida revista El Jolgorio Cultural, que fuera editada y patrocinada por la Fundación Harp Helu, en la ciudad de Oaxaca. Agradecemos a la autora, arquitecta y especialista en urbanismo, el permitirnos reproducir íntegramente el texto, tal como se publicó en la versión original.

Más sobre


Recientes