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Poema en rojo

26 de Noviembre 2017
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“Bizcocho mío…” Así comenzaba el poema (?) que mi amiga Fer descubrió en su maleta del gimnasio el fin de semana que decidió vaciarla para lavarla.

Después de tan creativa introducción, lo que expresaban las letras en mayúsculas de color rojo de aquel texto hicieron que a mi amiga la recorriera una descarga eléctrica por todo el cuerpo provocándole vómito y llanto de impotencia.

“¡Que ricas nalgas y pechos tienes!”, volvió a leer con el propósito de confirmar que era real lo que veía en aquel pedazo de papel arrugado lleno de palabras que en medio de la intimidad de una pareja hubieran sido de lo más erótico, sin embargo, quien le había descrito lo que quería hacerle no tenía una cara ni una voz, era un extraño.

Se sintió acosada, humillada y con un sentimiento de repulsión que le costó trabajo olvidar durante varios días.

Recordó una y otra vez esa letra descuidada en mayúsculas que le gritaba sin que tuviera la posibilidad de defenderse ni de denunciar a nadie, pues se https://make-essay.net/essay-writing-service seosmart seosmart amparaba en la cobardía del anonimato.

¿Existe una violación mental? Me preguntó un día. Analicé rápidamente la situación durante algunos segundos y le contesté que si se había sentido agredida y humillada sí, podía considerarse como tal.

Tratamos de recrear la escena del día en que un desconocido se tomó el tiempo para mirarla lascivamente, tomar un papel y una pluma –roja– y escribir con un lenguaje no apto para menores en donde pondría sus manos, su boca y lo que le haría si la tuviera cerca. Llamarla bizcocho fue la parte más dulce del “poema”.

Recrear la situación hizo que nos preguntáramos una y otra vez: ¿en qué estaba pensando esa persona?, ¿qué quería?, ¿lo hizo sólo por diversión o con la finalidad de causarle un sentimiento de repulsión y miedo?, ¿violentarla le excitaba acaso?, ¿a cuántas mujeres más les habrá hecho eso o cosas peores?

Afortunadamente, para Fer ese desagradable capítulo quedó atrás pero lo cierto es que no, no bastó con romper el papel de letras rojas y tirarlo a la basura, pues ella no se sintió bien sino hasta después de hablarlo, llorar y sacar la rabia y la impotencia de que alguien se hubiera atrevido a acosarla de tal modo.

A veces cuenta esta historia en reuniones cuando se toca el tema del acoso callejero o si platicamos sobre los “piropos” más originales que nos han lanzado. Definitivamente, al narrar esta historia supera a cualquiera, incluso a las que se han llevado una nalgada, ya que han podido ver la cara del agresor o han tenido la oportunidad de defenderse.

Aquel “poeta” que con letras rojas declaró las bajas pasiones que el cuerpo de mi amiga le hacían fantasear no tuvo un nombre o rostro, vive en el anonimato, y su “obra” repulsiva ha trascendido hasta ocupar un lugar en esta columna.

*Buscadora de historias urbanas de sus contemporáneos millennials. Ponte atento, tu historia puede ser la próxima.

@valeria_galvanl

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