Periodismo imprescindible Sábado 20 de Abril 2024

“No le deseo sentir a nadie un desprecio por su color de piel”

Uno de los miedos más presentes que puede tener una persona inmigrante es el trato que va a recibir en el lugar a donde va a llegar
12 de Enero 2019
No disponible
No disponible

Actualmente vivimos un resurgimiento de la derecha extrema en el mundo, con Donald Trump y Jair Bolsonaro como caras líderes de esto. La xenofobia y el racismo, por ende, están más presentes que nunca. Al parecer, vivimos una época en la que en vez de abrirse más las puertas de las fronteras, se cierran. Ahora, el racismo no es algo que sufren únicamente los inmigrantes, basta con tener un color de piel o rasgos étnicos distintos a los de la mayoría del país en el que vivas.

México es una nación que tiene el racismo en su estructura. Al cuestionar a los ciudadanos sobre esta realidad, aseguran que “no somos racistas”, según Eugenia Iturriaga, de la Universidad Autónoma de Yucatán.

No he tenido experiencias que valgan la pena contar con respecto a racismo en la Ciudad de México. Soy blanco, y esto definitivamente ayuda a que no haya tenido problemas al respecto. Aunque sí conozco a personas (mexicanas e inmigrantes) que han sufrido situaciones de racismo. Contacté a varias para que me dieran sus testimonios:

Mis rasgos son indígenas y mi piel es morena. Nací en Michoacán y me mudé a la Ciudad de México hace cinco años. Mi caso lo llamaría más como “micro racismos” o algo por el estilo, porque en el Metro las personas se alejan de mí o “evitan” tocarme, hay un trato diferenciado en algún restaurante; en mi chamba, siento que nunca voy a lograr tener contacto con clientes importantes para la empresa. Es muy importante cómo te veas en esta ciudad, el estereotipo de europeos gusta demasiado acá. Si eres blanco y tienes ojos verdes, automáticamente tienes más probabilidades de conseguir un trabajo mejor remunerado, o de contar con oportunidades que para nosotros (los de rasgos indígenas) casi no existen. Creo que lo peor que me ha pasado fue cuando entré a una tienda de ropa high end y casi me sacaron de la tienda. Además, me preguntaron si estaba “escoltando” a alguien. La verdad sólo quería encontrar una chamarra que me gustara. Eduardo, 32 años, México.

Lastimosamente los venezolanos estamos como “marcados”. México es un país muy abierto a los inmigrantes, y esto ha sido siempre así. Pero he sufrido desde problemas por no poder rentar una habitación, problemas en bancos o dificultad en encontrar trabajo por mi nacionalidad. En una chamba pensaron que realmente estaba ilegal y que todos mis papeles eran falsos. Me preguntaron más acerca de cómo emigré de Venezuela que de mis cualificaciones para el trabajo. La excusa que me dio la persona de Recursos Humanos para esto fue: “no podemos arriesgarnos a tener personas que estén indocumentadas en la empresa o ilegales”. Quizás es algo bien coyuntural con lo que tendremos que vivir los venezolanos que estamos regados por todo el mundo. Marianna, 28 años, Venezuela.

El malinchismo que existe en esta ciudad es de niveles bíblicos. Todo lo de afuera es mejor, y si está “blanqueado” o es europeo o gringo, pues muchísimo mejor. Soy chilanga, tengo un acento marcadísimo, pero tengo rasgos indígenas y mi piel es morena. Imaginen ser una mujer con todas estas características en un país tan machista como este. Cuando he tenido problemas con esto, los primeros insultos que me dicen son “anda a limpiar casas” o “devuélvete a tu selva”. Lo más terrible e hipócrita de esto es que hay una emoción gigante por todo lo que está pasando con Yalitza Aparicio: es como si les gustara ver este tipo de caras o etnias solamente en Vogue, pero no en la calle tomando el mismo Uber que ellos. Elvira, 30 años, México.

No le deseo sentir a nadie un desprecio por su color de piel. Mi piel o ascendencia es algo que yo no escogí, así que no puedo hacer nada para cambiarlo. Soy árabe, y la Ciudad de México no se caracteriza por contar con mucha gente árabe. Vivo acá por el trabajo de mis papás, pero muy pocas veces me he sentido en casa. He tenido que ir a terapia por esto. Casi siempre asocian mi nombre o mi acento con algo que tiene que ver con terrorismo, o peor aún: piensan que por haber nacido y vivido allá varios años no puedo ejercer mi sexualidad o creencias como yo quiera. La sociedad mexicana está muy poco informada sobre lo que sucede fuera de sus narices. Es como si algún evento no sucede acá, pues sencillamente no pasó. Hay hombres que he conocido por aplicaciones de citas y de las primeras cosas que me preguntan es “¿por qué no llevas turbante?”. Y quizás este tipo de cosas no se sientan como racismo, pero sí lo son, y se meten con nuestro día a día. He perdido la cantidad de veces que he tenido que explicar que sí puedo ejercer mi sexualidad libremente y como me dé la gana. Alba, 31 años, Arabia Saudita. 

Recientes