Periodismo imprescindible Jueves 28 de Marzo 2024

Historias de dignidad

Si Donald Trump piensa que la población mexicana migrante no se opondrá a sus políticas, no sabe que esta ha construido estrategias de resistencia y resiliencia desde mucho antes de su llegada a la Casa Blanca, tal como lo relata Eileen Truax en su más reciente libro
13 de Noviembre 2017
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Por Irma Gallo

Carlos y María Esther vivían en Guadalajara. Eran una pareja estable, en todos los sentidos de la palabra, inlcuso en el económico. En 1994, cuando nacieron sus gemelos, Sebastián y Mafalda, creyeron que no le podían pedir más a la vida. Pero esta no es un cuento de hadas, y la pareja lo supo casi de inmediato: Sebastián tenía un problema del corazón que había que atender de inmediato. Y respecto a Mafalda, los doctores les dijeron que no podría caminar; nació sin el hueso del coxis y sin la parte baja de la espalda.

Sebastián fue estabilizado. Sin embargo, ni en Guadalajara ni en ninguna otra ciudad de México había el tratamiento adecuado para Mafalda, por eso, Carlos y María Esther renunciaron a sus trabajos, vendieron su casa y se marcharon a Estados Unidos con sus hijos. Intentaron quedarse legalmente en el país, pero seguir un consejo equivocado provocó que les negaran la residencia. A pesar de ello, se quedaron. A lo largo de su vida, Mafalda ha recibido varias cirugías y gracias a esto hoy, a los 23 años, puede caminar.

Jennicet Gutiérrez tiene 29 años, y nació en Jalisco. Llegó a los 15 a Estados 
Unidos, todavía con el cuerpo en el que le tocó nacer y con el que nunca se sintió identificada. No la tiene fácil: es latina, trans, indocumentada y una luchadora incansable por los derechos de las mujeres como ella, cuyo camino para conseguir documentos que legalicen su estancia en el país es todavía más accidentado, pues sus identidades actuales no coinciden con las de sus actas de nacimiento.

Migrar, para muchas de ellas, es un asunto de vida o muerte: la violencia machista de sus comunidades de origen se desata contra estas personas en cuanto inician el tránsito a fin de convertirse en quienes son de verdad.

Al esposo de Jeanette Vizguerra lo secuestraron dos veces. Luego de la tercera, ya no lo pensó más: era 1997 y decidió salir de la Ciudad de México y migrar a Estados Unidos. Jeanette, que estudiaba la carrera de Psicología y le faltaba sólo un semestre para terminar, decidió alcanzarlo.

Comenzó a trabajar en empresas de limpieza y pronto se dio cuenta de las pésimas condiciones bajo las que laboran los hombres y mujeres sin documentos en ese país. No se quedó callada: alzó la voz y se convirtió en activista. Cuando le llegó su orden de deportación inició un proceso de apelación, asesorada por un abogado. Una de las condiciones era que no podía salir del país mientras estuviera en este proceso, pero cuando su madre enfermó de cáncer, Jeanette decidió ir a verla a la Ciudad de México. Aunque no la alcanzó viva, asistió a su velorio y entierro. Sin embargo, fue arrestada en El Paso, Texas, cuando intentaba regresar.

A partir de entonces, comenzó a tejer una red comunitaria con el propósito de construir un Santuario en la Iglesia Unitaria de Denver. Con el apoyo de su iglesia y de su comunidad se refugió ahí durante tres meses. La atención de los medios fue inmediata y avasalladora: fue elegida entre las 100 personas más influyentes (paradójicamente, junto al presidente Donald Trump). Su orden de deportación fue suspendida.

LAS RAZONES

Eileen Truax, reportera y migrante también, conoció a Mafalda, Jennicet y Jeanette, y decidió contar sus historias (y las de 14 migrantes más) porque dice que “tendemos a pensar que quienes se van a Estados Unidos es porque quieren ganar más dinero. Hay la idea de que el sueño americano es ganar dinero, comprar una casa, tener una estabilidad económica. Y estas historias lo que demuestran es que hay muchísimas más razones para migrar y no necesariamente tienen que ver con dinero”.

Trump y su política migratoria no son los primeros obstáculos que estos hombres y mujeres enfrentan desde que decidieron dejar todo lo que conocían, arriesgando en algunos casos hasta la integridad física, por iniciar una nueva vida. La también autora de Dreamers. La lucha de una generación por su sueño americano (Océano, 2013) quiso “informar a la gente que en Estados Unidos hay una población migrante, específicamente la mexicana, que desde hace muchos años enfrenta una serie de obstáculos y dificultades para iniciar una nueva vida en este país”. Y ese fue el objetivo de escribir Mexicanos al grito de Trump. Historias de triunfo y resistencia en Estados Unidos (Booklet, 2017).

“La intención del libro –explica la reportera, que llegó en 2004 a vivir a Los Ángeles– es decir: no, aquí hay una comunidad que no es que se vaya a organizar para resistir, sino que, porque ya está organizada, va a vigilar a Trump en todo lo que venga”.

En los 13 años que lleva en Estados Unidos, Truax ha conocido a muchos inmigrantes. ¿Qué fue, entonces, lo que la llevó a escribir sobre estos y no otros? No duda en responder que el criterio para seleccionarlos fue buscar personajes que, en distintas áreas (salud, derechos LGBT, movimiento dreamer) “han construido estrategias de resistencia”. Son ejemplos, dice, de cómo la comunidad migrante mexicana ha sabido salir adelante, y algunos durante mucho tiempo, pues hay quienes llevan ya tres décadas en el país del norte. Ahí, cuenta la periodista nacida en la Ciudad de México, han construido sus vidas, criado a sus hijos, hecho un patrimonio y además la mayoría manda dinero de regreso a México. “Hay que recordar –dice en entrevista– que hay comunidades que tienen únicamente como ingreso las remesas”.

Pero sobre todo, agrega Eileen, este libro quiere recordarnos que tenemos una deuda con los migrantes: “Han tenido que salir de su país porque su país no les garantiza la protección que el Estado mexicano debe dar a sus ciudadanos: es incapaz de promocionar la atención médica que una niña necesita a fin de poder caminar; no puede garantizar la integridad de una persona debido a su orientación sexual, y esto a mí me parece que enciende un foco de alerta para la sociedad mexicana de que algo estamos haciendo mal. Estamos en deuda con nuestros migrantes porque hay un Estado que les ha fallado y una sociedad que, una vez que migran, los olvida”.

Y en su tono de voz se nota la convicción de su objetivo: que quienes nos quedemos en México miremos, con empatía, a nuestros compatriotas que un día quemaron las naves en busca de una vida mejor. Que estemos al pendiente de ellos, que no los dejemos solos. Que la solidaridad no se acabe donde comienza la frontera… o el muro.

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